Desde hace mucho tiempo, me he dado cuenta de lo mal que ha sido comprendido el escritor argentino Jorge Luis Borges. Por ejemplo, que es reaccionario, que fue de derecha, que fue esto o lo otro, todo ello ajeno a su literatura.
También, he escuchado a catedráticos de literatura decir que han leído a Borges, pero que no les ha causado ninguna emoción. “Es natural – dicen con toda erudición–, ¿quién se puede emocionar con alguien que sólo habla de metafísica y del infinito?”, escuché comentar a un profesor de poesía.
Pese a todo lo abstracto que pueda parecer Borges; pese a que muchos de sus ensayos se puedan resumir torpemente a que le rinde culto al infinito; pese a todo ello, este escritor argentino me parece que es uno de los intelectuales más humanos de la historia de la literatura.
Normalmente, sus cuentos refieren personajes que viven una gran cantidad de tiempo, como en El inmortal, que es una persona que bebe las aguas del río de la inmortalidad, y luego trata de morir a toda costa. Pensando un poco en ese cuento, se puede establecer que el inmortal es la humanidad, eterna pero que constantemente está muriendo (cada uno de nosotros).
La idea de Borges es que todo lo que podamos hacer (o no hacer) influye en ese enorme cuerpo que se llama humanidad, y que todos los errores se compensan con las grandes glorias. Por ejemplo, recuerdo que en ese cuento, el narrador dice algo así como que la parquedad del Mío Cid se compensa con un sólo verso de Garcilazo de la Vega.
En otro cuento, El jardín de los senderos que se bifurcan, un hombre desconocido había escrito una historia que tomaba en cuenta todas las posibilidades. Todo podía ser posible. Era un libro infinito, así como la humanidad. En un capítulo de ese libro, refería que unos habían sido vencidos, mientras que en el siguiente capítulo aparecían como los vencedores.
Pese a lo abstracto que pueda parecer esa posibilidad, o a lo infinito que pudiera tender ese enorme libro, piense usted si la historia de la humanidad no es así. Antes, la “historia oficial” nos contaba que el gobierno de Arbenz había sido de comunistas, que había sido derrocado por la “gloriosa intervención de los héroes de la Liberación”, etc.
Hoy, los que parecían vencidos, son vencedores. Se sabe muy bien que Arbenz no fue derrocado, sino que él renunció para evitar un derramamiento inútil de santre; ayer, precisamente, celebramos el Día de la Dignidad, cuando los jóvenes cadetes de la Escuela Politécnica le hicieron frente al gobierno de mercenarios de la Liberación. Esa vuelta de la historia, ¿no es precisamente lo que planteaba Borges?
Pero la idea general de Borges que me parece más humana es la del infinito. Habitualmente, nos han inculcado a través de la educación que el infinito es abstracto, que es imposible pensarlo, que es inhumano y metafísico. Pero, como indiqué, me parece la temática más humana de Borges.
Piense, ¿quién es usted en el infinito? ¿Qué somos, cada uno de nosotros, si tomamos en cuenta los millardos de personas que han pisado el mundo? ¿Qué es uno de nuestros errores, comparados con las grandes glorias de la humanidad? ¿Qué es la música estridente de ahora, comparado con la Novena Sinfonía de Beethoven?
Piense, ¿quién es usted en el infinito? ¿Qué somos, cada uno de nosotros, si tomamos en cuenta los millardos de personas que han pisado el mundo? ¿Qué es uno de nuestros errores, comparados con las grandes glorias de la humanidad? ¿Qué es la música estridente de ahora, comparado con la Novena Sinfonía de Beethoven?
Pero esto no lo digo para que usted o yo nos pongamos tristes por nuestra pequeñez. Piense, en vez de ello, que quién es Pinochet ahora que es polvo; quiénes son los que rechazaban la CICIG, comparados con Gandhi, Luther King, etc.; quién es Ríos Montt, ¿quién es? Pensar en el infinito, es la idea más humana y más saludable que podríamos tener. ¡Gracias, Borges!
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