martes, 30 de junio de 2009

Lo que cambió en mí después de Thriller


El principio de la década de los ochenta no era una época muy buena para mí. Sobre todo porque casi no recuerdo nada. Únicamente, en las noches cálidas del verano de 1983.


Yo tendría, si mucho, cinco años, y viví muchos meses confundido, porque mi familia se había mudado de casa; no me acostumbraba a mi nuevo ambiente. Además, por varias semanas, el traslado no fue completo, y unas veces dormía en una casa, y otras, en la otra.


Recuerdo una escena de Parvulitos, cuando unos amiguitos, muy emocionados, comentaban sobre el video de un tal Michael Jackson, con calacas y todo, que recién habían estrenado, tardíamente, en la televisión de Guatemala una noche antes.


Ésa creo que fue la primera noticia que recibí del que murió la semana pasada, y que quiera o no, mis primeras impresiones conscientes de una estación de radio provienen de Thriller.


Musicales del Trece, el único desahogo para los adolescentes del momento, repetía diariamente el video, incluso, a veces, hasta dos reproducciones en el mismo día.


A donde mi familia se había mudado era el Barrio Moderno, ese sector de la zona 2 de la ciudad, que se encuentra al bajar del Cerrito del Carmen. Escuché a viva voz, de varias personas, que juraban haber visto al Sombrerón y a la Llorona, en una mala noche en donde casi el Diablo les gana el alma.


Ese Barrio Moderno, cuyo nombre me parecía irónico por ser un gran caserío viejísimo, era un clima perfecto para que una canción como Thriller pudiera convertirse en un éxito. De todos modos, Michael Jackson no necesitó de las leyendas guatemaltecas para convertirse en la mayor estrella mediatizada del arte comercial.


El centro de la ciudad (en ese entonces no se llamaba Centro Histórico) era aún un lugar de cierto respeto. La Sexta Avenida aún poseía los mejores almacenes, y sus vitrinas eran ampliamente vistas, ya que no había vendedores callejeros que se pusieran enfrente.


Además, Guatemala estaba recién saliendo del período más duro de la guerra interna. Tras el derrocamiento de Efraín Ríos Montt, se logró cierta libertad, sobre todo para jóvenes que no se reunían para desestabilizar al país (como se creería hoy día), sino para reunirse sanamente (a veces no tan sana).


El centro de la ciudad aún no aprendía a convivir con su configuración social. Tras el terremoto de 1976, cientos de familias emigró del interior hacia la capital, ocupando espacios marginales, sobre todo la zona 18. Sus hijos, quizá aún niños, para 1983 ya eran adolescentes deseosos de aumentar sus redes sociales (ya que aún no había Facebook).


A ello, había que agregar que el centro de la ciudad aún era un lugar de élite, por lo que hijos de familias acomodadas aún permanecían en sus alrededores, sólo alejados por las manifestaciones de tímidos sindicatos que aún no gozaban de plena libertad para protestar.


Y esa configuración, de familiar migrantes del interior del país y los hidalgos coloniales, aunado con la incipiente libertad de reunión tras duros años de guerra, el ahora Centro Histórico se veía con algunos grupos de jóvenes deseosos de convivir; sobre todo, en el entonces lujoso centro comercial Capitol.


El Barrio Moderno, por estar en la periferia del Centro Histórico, se convertía, más bien, en un lugar de reunión nocturno. Su carácter residencial lo hacía muy seguro y con muchos jóvenes que vivían cerca.

En la colonia Ciudad Vieja, en la 11 avenida de la zona 2, detrás del monumento a José Martí, cercana a la Calle que lleva el nombre del prócer, donde ha estado desde hace años el colegio Vanguardia Juvenil, era un centro de reunión.


El breakdance era la delicia de los jóvenes. Se admiraba a quien hacía mayores contorciones.

Pero Michael Jackson fue el amo y señor de esa generación. Su coreografía de Thriller era imitada a la perfección por esos grupos que, ocupando toda la calle, hacían los pasos de baile. Tanto Chepe, el adulto de más de 30 años, que era repartidor del gas en el expendio de don Max (Maximiliano, en realidad), hasta un niño de cinco años (como yo), participábamos en la coreografía.


Después, la mayor libertad social en Guatemala, las primeras deportaciones de Estados Unidos a nuestro país, y la polarización que existe en nuestro territorio desde la Conquista española, se juntó en un buen caldo de cultivo que permitió el inicio de las primeras maras en el país.


Ese conflicto entre los breakeros y los burgueses surge de las diferencias de clase que eran más que obvias en esos primeros grupos de baile que imitaban la coreografía de Thriller. Después, no fue este video, sino Beat it, o Bad, más agresivos, que mostraban a toda Guatemala la cultura de pandilleros de Estados Unidos, además de las deportaciones de los salvatruchas centroamericanos.


Sé que a Michael Jackson no se le puede culpar de ello. Ni tampoco quiero. Tampoco quiero recordar sus conflictos con la justicia, su aparente pederastia, su cambio de color y sus eternos problemas mediáticos. Sólo quiero señalar que, en verdad, mi despertar social y el rompimiento de mi capullo familiar, fue de la mano con Michael Jackson, y después crecí con él.


Sé que muchas cosas van a cambiar con su muerte. O, mejor dicho, muchas cosas han estado cambiando desde hace años, y nos daremos cuenta ahora con la muerte de Michael Jackson. Por ejemplo, la cultura de la radiograbadora, el recuerdo de los Musicales del Trece, y la cultura del disco. La sociedad guatemalteca también ha cambiado desde 1983, pero no por ese video, aunque es mucha casualidad recordar todo ello ahora.


Todo ello, ha sido sustituido ya por Youtube y por las descargas de música por Internet. Creo, por eso, que es imposible que ahora un disco venda más copias que Thriller. Quiero reconocer que muchas cosas cambiarán en la industria de la música, y que la muerte de Jackson sólo será un punto de inflexión.

Tampoco tengo temor de reconocerlo: yo también lloré por We are the World. Que en paz descanse Michael Jackson.



1 comentario:

miembro de ideología para rato dijo...

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Gracias.