lunes, 9 de noviembre de 2009

No me digas nada, ya lo sabía


Hoy llueve dentro de mí,
y nadie quiere mojarse.

Hoy presiento que va a llover dentro de mí
Ya huelo la humedad que antecede a la lluvia
Esa humedad que es como el vibrato silencioso que antecede a un terremoto
Donde no se salva ni dios, ni ¡puta, madre! Ni el diablo.

Ya se ven las nubes grises correrse al centro de mi alma
Vinieron empujadas por Céfiro, por un sistema de alta presión que se generó en mi cabeza.
¡Quién me manda en pensar en esas cosas!
Ya sabés vos, ¿verdad?
¿Por qué soy así? ¿Por qué actúo así? A veces me pregunto si yo hubiera nacido siendo otra persona, ¿habría sido -o seguiría siendo- como soy?

Ya se han sentido las primeras gotas. La primera siempre cae pesada, como un zarpazo de Apolo sobre la cabeza, cuando tienes migraña. Las primeras gotas te desconciertan… en realidad, no pensabas mojarte; te vestiste temprano y nunca pensaste en mojarte. ¡Tu peinado! ¡Qué dirán en las oficinas al verte empapado! No… ni dios lo quiera, yo no salí para mojarme. Por eso, las primeras gotas siempre son pesadas. Luego aflojas el cuerpo, y cuando tiritas, te das cuenta que el mundo es vanidad, vanidad de vanidades, que aquello que tanto anhelas, que tanta envidia genera en tu corazón, no es nada. Simplemente quieres llegar a casa a encobijarte.

Es natural que llueva… todos estos árboles, las flores, los animales, atraen la lluvia. La anhelan. Las calles con su asfalto derritiéndose lentamente también la anhelan. No hay nada más bello, ¡oh mi dios! Que la ciudad reflejada sobre los charcos.

Es natural que el mundo atraiga la lluvia. Tanta belleza atrae la belleza.

Pero el cielo deja su tono morado y, por fin, deja caer su ira pesada. Y ese olor a tierra húmeda nos hace recordar que la tierra no es nuestra.

Entonces, nadie quiere salir a jugar.
Ni a encontrarse en los cafés para besarse
Ni encontrarse a un desconocido en la calle y platicar sobre el clima
Ni tirar maíz a las palomas de los parques

Los mensajeros en motocicleta corren para no mojarse.
Aunque necesiten salir, no salen. Y quienes no tienen alternativa, salen pero maldiciendo mil veces a la lluvia.
¿Qué te hice yo, maldición?
Y esta lluvia no cae en gracia, siquiera, de quienes no tienen agua potable en su casa.

Hoy llueve dentro de mí
Y nadie quiere mojarse.


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