lunes, 9 de noviembre de 2009

Sueño número 1


Soñé que estaba a punto de abrir el portón de mi casa, cuando una sombra en la calle me previno de algo sospechoso. Con cautela abrí (porque supongo que, en el sueño, tenía prisa de irme de la casa), y observé que no había nadie afuera. Sin embargo, noté que sí había alguien adentro de mi carro, que estaba estacionado afuera. Recordé -dentro del sueño, por supuesto- que recientemente me habían abierto el carro para robarme todo lo que se pudiera, sobre todo la llanta de repuesto y la herramienta para cambiarla.

Sentí temor de que los presuntos delincuentes me vieran y creyeran que los iba a delatar. Sin embargo, pudo observar que no eran los presuntos delincuentes, sino que una pareja que, en busca de un poco de privacidad, habían abierto mi carro para besarse (o algo más) lejos de la mirada de la gente. Eso, a pesar de que, dentro del sueño, ya era muy noche, y las calles estaban desiertas.

Entonces, del pánico pasé a una actitud más valerosa. Toqué el cristal del carro, y pronto salió el hombre. Y, a pesar de que ya había descartado la idea, su imagen me evocó a esos delincuentes que infunden miedo con sólo verlos, y supuse que él me estaba advirtiendo que lo dejara en paz, porque si no ya no lo iba a contar (o escribir, en este caso).

Pero yo no me amilané. Hice el ademán como de sacar una pistola; entonces él retrocedió y se mostró dócil. Se fue para atrás, como queriendo tener más espacio de acción en caso disparase yo con mi presunta pistola, hasta que topó él en la casa de enfrente, y ya no tuvo remedio. Se volteó y dejó expuesta su mochila que llevaba en las espaldas.

Para tal situación, la supuesta mujer que estaría dentro de mi vehículo ya se había esfumado, así como se esfuman las mujeres dentro de los sueños.

El hombre estaba acurrucado de espaldas, vencido, y exponiendo su mochila. Yo la abrí para ver qué armas traía él, y encontré puras llaves inglesas, y supuse que ciertamente él era ladrón de piezas de vehículos, y que seguramente éste era el hijueputa que me había robado mi llanta y herramienta para cambiarla.

Entre las llaves inglesas, reconocí un cuchillo romo, parte de los cubiertos de mi casa. Lo reconocí y supe de inmediato que ese cuchillo era muy pesado, así que lo saqué, y le empecé a pegar en la coronilla con la parte con que se toma el cuchillo, es decir, no con el filo.

Él tenía de esas gorritas, casi pasamontañas, que usan en nuestros clichés los ladrones, y entonces se la quité para que la sangre brotara de su mollera. Recordé la mollera suave de mi hija. Al quitarle el gorrito, pude ver que su piel era oscura, como café, y que era pelón, completamente.

Un señor iba pasando por la calle. Fui tan sinvergüenza que ni siquiera disimulé y parar mi acción violenta. “Buenas tardes; yo vivo ahí enfrente”, le dije. Y, entonces, él sabiendo que yo era vecino, continuó su camino. Si yo pudiera oír en sueños, hubiera jurado que se fue silbando.

No sé en qué terminó el ladrón. Supongo que lo maté.

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