sábado, 25 de agosto de 2012

García Laguardia y la Constitución del 45



Cuando Jorge Mario García Laguardia estaba en segundo básico, al terminar las clases en el Instituto Central para Varones, cruzaba la calle, la 9ª. avenida de la zona 1, para adentrarse en el Palacio Legislativo. En ese año, se debatía la formulación de una nueva Constitución Política, la que entró en vigencia en 1945. Varias décadas después, el doctor en Derecho y experto constitucionalista refiere que presenció uno de los momentos más lúcidos de la historia nacional.

Una de las últimas gestiones de Sergio Morales como procurador de Derechos Humanos, fue publicar en la institución “Constitución y constituyentes del 45 en Guatemala”, de Jorge Mario García Laguardia. El libro fue concluido, en su redacción, en enero de este año. Pero la inquietud de hacerlo venía desde 1960. Desde entonces, García Laguardia lo ha venido elaborando, pero advierte que es “un libro de larga duración”, por los más de 50 años que tardó.

A pesar de ello, García Laguardia está muy claro en esto: “Es el libro de mi vida”. Él ha sido una de las figuras intelectuales más destacadas del país en las últimas décadas. Valorado no solo en Guatemala, sino que también en México y el resto de Latinoamérica. Desde su tesis doctoral, sobre la Constitución de Cádiz de 1812, la que en este año está cumpliendo dos siglos de haberse promulgado, se fue involucrando en el tema del constitucionalismo.

Además de ser el intelectual más reconocido en temas constitucionales, García Laguardia ha desempeñado importantes cargos públicos, como Procurador de Derechos Humanos y Magistrado de la Corte de Constitucionalidades. Pero, a pesar de su desempeño, dice con satisfacción que él nunca ha requerido de guardaespaldas. A veces temió por su vida, pero ello no le hizo cambiar de opinión en cuanto a este tema. Por eso, demuestra más satisfacción por haber culminado esta obra.

RECUERDOS

Cuando García Laguardia regresó de su primer exilio, en 1960, le ofrecen en la Universidad de San Carlos de Guatemala hacerse cargo del curso de Derecho Constitucional. Allí ya tenía la inquietud de hacer investigaciones en historia constitucional, en especial con la Constitución del 45. Ante la falta de tiempo, y por ser una tarea titánica, requirió de la ayuda de sus estudiantes, quienes gustosos lo ayudaron. Su idea original fue entrevistar a todos los constituyentes, dado de que la mayoría aún estaban vivos.

Cabe recordar que para 1960, la Constitución del 45 ya había sido derogada por Castillo Armas, y se encontraba vigente, entonces, la de 1956. Cinco años más tarde se promulgaría una nueva Constitución, bajo el gobierno de Peralta Azurdia. Por las condiciones políticas en que se encontraba el país, García Laguardia tuvo algunos problemas para que los exconstituyentes quisieran hablar, algunos porque se mantenían en puestos de poder, y temían perder los cargos. O bien, algunos temían por represalias, especialmente por el clima anticomunista que imperaba en el país. Y, así, a lo largo de los años, la situación se mantuvo más o menos igual.

Un constituyente del 45 que sí respondió de inmediato fue Clemente Marroquín Rojas. “Él, por ser periodista, y por estar constantemente opinando, además de su carácter fuerte, no temió en responderme. Una semana después devolvió el cuestionario”, recordó García Laguardia.

La idea era que todos los constituyentes respondieran las mismas preguntas. Dos personas que siempre tuvieron limitaciones para responder fueron Carlos Manuel Pellecer Durán y Carlos García Bauer. El primero, militante comunista, y para poder responder debía haber realizado un largo trámite burocrático con el partido, por lo que lo consideró casi imposible. El segundo, diplomático de carrera, supuso que su posición de funcionario de los diferentes gobiernos militares no le permitían opinar sobre el tema.

Pero pasó el tiempo, y ambos, aunque con tendencias ideológicas diferentes, terminaron por responder. Ello cuando ya no tenían compromisos laborales ni ideológicos. Tanto Pellecer como García Bauer eran antigüeños, como García Laguardia; la suerte hizo que coincidieran en distintos días en la ciudad colonial, y acordaran por responder. Ambos, en su oportunidad, accedieron gustosos. Lamentablemente, ya estaban en el ocaso de sus vidas y bastante enfermos.

De la misma forma ocurrió con José Manuel Fortuny, a quien logró entrevistar en México, ya en el final de su vida. El libro está conformado por las entrevistas a los exconstituyentes. Fueron 17 en total, incluyendo los cuatro casos mencionados, así como el de Alberto Paz y Paz, David Vela y Francisco Villagrán de León, entre otros.

El gran ausente fue Jorge García Granados, quien fungió como presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, pero su voz fue capturada a través de otras fuentes documentales. Asimismo, José Rolz-Bennet y Manuel Galich, quienes se excusaron de responder a través de sendas cartas, las cuales se leen como anexo de este libro.

García Laguardia no solo se basó en estas entrevistas, sino que también buscó en los periódicos de la época, el diario de sesiones del Congreso, así como los libros de Juan José Arévalo, especialmente “Despacho Presidencial” y “El candidato blanco y el huracán”.

UNA TRAMA DE INTRIGAS

Antes de exponer las entrevistas, que abarcan más de la mitad del libro, García Laguardia hace un análisis de los temas y de la historia que estuvo detrás de la Constitución del 45. Según se lee, ésta se redactó bajo un “ambiente de intriga palaciega, tratando de impedir o retrasar la toma de posesión de Arévalo”.

Según el autor, tras la caída de Federico Ponce Vaides, y el triunfo popular en las urnas de Juan José Arévalo, el triunvirato que estaba en el poder temporal se estaba dando cuenta de que hubiera podido retrasar la elección, así permanecían más tiempo al mando. Y la única condición que impusieron para traspasar el cargo a Arévalo Bermejo fue el que se legitimara al nuevo Gobierno con una nueva Constitución.

Entonces, se convocó a una Asamblea Nacional Constituyente, que fue integrada en su mayoría por arevalistas. Pero ellos tuvieron que trabajar contrarreloj, porque debían tener la nueva Carta Magna para antes del 15 de marzo.

Para lograrlo, muy al contrario de lo que sucede ahora en el Congreso de la República, trabajaron arduamente por dos meses, desde las ocho de la mañana hasta altas horas de la noche, para finalizar el texto. Todo ello bajo fuertes presiones de los grupos de poder, en especial del Ejército, y en menor medida de la clase alta y la Iglesia Católica.

También, muy al contrario de lo que ocurre actualmente, las sesiones de la asamblea llamaban la atención, y los palcos se abarrotaban para estar al tanto de las discusiones. “Eso me consta, porque yo estuve allí”, confiesa García Laguardia. Era tal la presencia de la ciudadanía en las barras del Hemiciclo, que los constituyentes se dirigían a las barras, en vez de al Pleno.

“Se dirigen exclusivamente a la barra y que se descubre una gran desorientación ideológica o bien manifiesta perversión”, refiere en una parte del libro.

FUERTES PRESIONES

Los constituyentes debieron trabajar, como ya se mencionó, bajo mucha presión de los diferentes sectores de poder, además de tener un plazo fatal. Algunos grupos hacían la presión solo para retrasar la discusión e intentar que la Carta Magna no estuviera lista para mediados de marzo.

Uno de los sectores que más presionó fue la Iglesia Católica. “Desde la Reforma Liberal, la Iglesia Católica había perdido poder, sobre todo expropiándoseles grandes terrenos. Con la caída de los último de los presidentes liberales, quisieron recuperar parte del poder perdido”, explica García Laguardia. Además, ya entonces empezaba la tendencia anticomunista, que se haría más fuerte años después por influencia de Estados Unidos, y la Iglesia Católica quería evitar que ingresara al país, tal y como les parecía como tendencia del Arevalismo.

La Iglesia Católica, liderada entonces por el Arzobispo Mariano Rossel y Arellano, un religioso extremadamente conservador, presionó por todos lados. Primero, a través de tres periódicos católicos, y también a través de Manuel Cobos Batres, líder conservador y extremadamente religioso, que ya había liderado el Movimiento Unionista en 1920.

Sin embargo, la Iglesia no logró todos los objetivos que exigían; especialmente, querían recuperar algunos privilegios como religión oficial, pero los constituyentes se negaron al integrar al Catolicismo dentro de la Carta Magna. Al contrario, ratificaron la libertad de culto, lo que dejó las cosas más o menos igual.

El sector que presionó más fuertemente fue el Ejército. Aunque dos de sus líderes (Arana y Arbenz) se encontraban dentro del triunvirato de Gobierno, los oficiales más jóvenes tenían fue sentimiento muy fuerte en contra de Arévalo. A pesar de que los más altos jerarcas aseguraran que iba a haber obediencia de parte de la institución castrense, se temía que esto no fuera a ser realidad. En especial, Juan José Arévalo temía que, al tomar posesión, los mandos medios se negaran a entregar los cuarteles.

Así que tras negociaciones, el Ejército impuso su propio estatuto. De hecho, los artículos referentes a la institución no los redactaron los constituyentes, sino que vino escrito directamente por los oficiales militares. Arévalo pidió a los constituyentes que lo aprobaran sin cambios, puesto que, sino se hacía, se temía el desgobierno. Además, al haberse aprobado, se ponía a prueba al Ejército, puesto que ya no tenían excusa para entregar los cuarteles.

García Laguardia refiere que el Estatuto del Ejército no aparece como discusión en los diarios de sesiones. Se aprobó sin reformas. En la entrevista que García Laguardia hiciera a Clemente Marroquín Rojas, él comentó que el propio presidente de la constituyente, Jorge García Granados, le pidió que no asistiera a la sesión de esos días, porque sabía que no se quedaría callado. Y no asistió.

De la misma forma, Luis Cardoza y Aragón renunció a ser constituyente, por no avalar esta imposición del Ejército.

El otro sector que presionó fue el empresariado, en especial por las gestiones de Jorge Toriello, el único civil dentro del triunvirato de Gobierno. García Laguardia comentó la siguiente historia.

Cuando los constituyentes discutían sobre la reforma agraria, y determinaban que la Constitución sentara las bases para ésta, querían definir que todos los grandes terrenos incautados a los alemanes, pocos años atrás, quedaran a disposición para la nueva repartición de tierras. En eso, recibieron una llamada desde el Palacio Nacional. Los constituyentes se fueron caminando desde el Palacio Legislativo (puesto que pocos tenían carros entonces), y fueron recibidos en el Salón de los Espejos.

Toriello habló, o más bien regañó, a los constituyentes, y les dijo que dejen de estar discutiendo ese tema. Obviamente, había un claro interés del empresariado para utilizar esos terrenos incautados, por lo que no querían que se destinaran para repartición de tierras para el agro. Toriello dio por finalizada su intervención, y el triunvirato se levantó de sus asientos. Ya parados, José Manuel Fortuny, constituyente, intervino, y les dijo que la Asamblea era independiente y que no estaban dispuestos a recibir órdenes de parte del Gobierno. La situación fue tensa, pero finalmente se fueron yendo todos. Los constituyentes, de vuelta al Hemiciclo, caminaron en silencio, callados, sin saber qué iba a pasar.

Al reiniciarse la sesión, un constituyentes propuso cambiar la forma de sucesión del Presidente. Ya no sería el Vicepresidente el que lo sustituya, sino que sería el Presidente del Congreso. Ello en represalia a Toriello, quien asumiría en marzo como Vicepresidente, un puesto que había sido creado ad hoc para él.

UN MOMENTO LÚCIDO

García Laguardia insiste en que este fue un momento muy lúcido dentro de la historia de Guatemala. Muchos constituyentes venían con ideas nuevas, porque venían del exilio, desde México, Costa Rica, Sudamérica o Europa. Y algunos, como fue el caso de Galich, que habían permanecido en Guatemala, también tenían ideas innovadoras.

Y los logros que tuvo esta Constitución, pese a las presiones y al revés que significó el Estatuto del Ejército, fueron grandes avances democráticos. El derecho al trabajo, el voto analfabeto y femenino, el principio de no reelección y, en general, los derechos sociales y económicos para la población, incluyendo estatutos indígenas.

El voto para los analfabetos significó una fuerte discusión, ya que se tenía la idea de que no había que darle el voto a los iletrados, para evitar que estas masas otorgaran el triunfo en las urnas a los dictadores. Entonces, Marroquín Rojas hizo una férrea defensa del voto universal: “Los responsables de toda dictadura son precisamente las masas letradas”, no los analfabetas, justificó.

El libro tardó más de 50 años en redactarse. Pero surge en un momento justo, sobre todo porque actualmente se está discutiendo una reforma constitucional, la cual, a criterio de García Laguardia, no moderniza al país, sino que lo está haciendo retroceder.

“Ojalá que este libro sea leído por todos”, confía García Laguardia casi para concluir.


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