Propongo corromper al puritano, espiar en la ducha a las vecinas, ir a quitarle al Dios de los gitanos su corona de espinas.
Joaquín Sabina
Desde los inicios de la humanidad, las relaciones humanas siempre se vieron motivadas por la dinámica de los puestos de poder. Uno de los libros que recuerdo yo que trata muy bien de este tema es “Jefes, cabecillas y abusones” del antropólogo Marvin Harris.
Cuando los grupos humanos se volvieron sedentarios, se registraron algunas necesidades, como la de administrar la comida, organizar las labores, etc. Algunos grupos crearon formas muy curiosas para escoger a sus líderes; por ejemplo, se le daba el poder a quien organizaba la mejor “fiesta”, es decir, quien lograba obtener más víveres para un banquete, él sería considerado como el mejor administrador de la familia.
A medida que fueron avanzando las sociedad, los mecanismos para escoger a los líderes se fueron haciendo más cercanos a la lógica. El más fuerte, el de mayor edad o el que estudió más, era escogido para el puesto de privilegio.
Luego, como se sabe, vinieron los reyes, las clases altas, los nobles, etc., que de algún modo lograron “engañar” a la población para que los puestos fueran hereditarios, y no según la capacidad, tal como era en el principio.
Por último, la Revolución Francesa y el invento de la democracia, han marcado cómo se eligen a los líderes de hoy día.
En cualquiera de los casos, desde que la humanidad dejó de ser cazadora y recolectora, las relaciones personales se han visto modificadas por el uso (o abuso, en algunos casos) del poder.
En toda relación, y no sólo a nivel del gobierno, hay relaciones de poder. Una madre con su niño, el maestro de la escuela con los alumnos, el jefe con sus trabajadores, el líder de la iglesia con los creyentes, el columnista con sus lectores, etc. Aunque la relación sea amistosa o al menos de respeto, siempre hay alguien que dirige y otros que siguen.
En toda relación, y no sólo a nivel del gobierno, hay relaciones de poder. Una madre con su niño, el maestro de la escuela con los alumnos, el jefe con sus trabajadores, el líder de la iglesia con los creyentes, el columnista con sus lectores, etc. Aunque la relación sea amistosa o al menos de respeto, siempre hay alguien que dirige y otros que siguen.
Lamentablemente, este ejercicio de poder ha sido realizado de manera tan pobre, especialmente en países como Guatemala.
En primer lugar, creemos que sólo en las elecciones generales se puede dar “el poder”, y nos apasionamos creyendo en un líder supremo, o al menos en un grupito reducido de dos, diez o veinticinco personas. Ondeamos banderas de nuestro candidato, creyendo ciegamente en él o ella, sin saber qué cualidades tiene para ejercer el poder.
Luego, al otorgar el “liderazgo nacional” a una persona, nos olvidamos del juego del poder, y nos dejamos gobernar, simplemente porque en unas elecciones “decidimos” quién queríamos que nos condujera por cuatro larguísimos años.
Nos olvidamos que en el juego del poder siempre participan dos: quien lo ejerce, y quien lo aguanta. A lo largo de la historia, también han ocurrido hechos en quienes reciben el poder, han ejercido su capacidad de oposición, y han dicho ¡BASTA! a quien no ha sabido ejercer correctamente el liderazgo: Gandhi contra el Imperio Británico; Mandela contra el Aparheid. Sin ir tan lejos, nuestra Revolución del 44 es un ejemplo de ello.
Necesariamente, habrá un ganador en estas elecciones, aunque nosotros no votemos o no creamos en la democracia. El problema es que creemos que los comicios es nuestra única opción de cambiar al país.
Muchas veces, la condiciones socioeconómicas a nivel mundial obligan a los presidentes tomar casi las mismas decisiones. Es decir, considero que quede quien quede tendrá casi las mismas oportunidades y presiones, y tomará, en consecuencia, más o menos las mismas decisiones. Realmente, sólo habría diferencia en que quede alguien que no tenga mucha experiencia en algún tema, y se equivoque.
Por tal razón, no debemos apartarnos de nuestro papel como oposición del poder, lo cual no significa un concepto negativa; una oposición puede trabajar hombro con hombro con quien ejercer el poder.
El problema que observo en Guatemala, es que tenemos poca experiencia en “jugar al poder”. Muchas veces pedimos espacios de expresión o espacios de poder, los cuales generalmente no son otorgados con facilidad en nuestro país.
Pero, cuando al fin lo conseguimos, no ejercemos nuestra capacidad para atender ese espacio de poder, y lo despediciamos. En esta época, por las elecciones, se abre la oportunidad de ocupar ciertos espacios de poder dentro del Gobierno. Las aguas se empiezan a mover, haciendo olas muy poderosas. He visto, por ejemplo, que personas ocupan sus espacios de expresión y poder para impulsar una candidatura, directa o solapadamente. Y no solamente en los medios de comunicación, sino que en todos los espacios (en el trabajo, en las instituciones del gobierno, en agrupaciones culturales, etc.)
Cuando nos piden que juguemos al poder, entendemos que debemos lamer las botas de un candidato que está cercano a la Presidencia, lo cual es lamentable. Mejor, como decía Joaquín Sabina, hay que jugar por jugar.
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