jueves, 24 de enero de 2008

Balam (4/5)

Escena séptima
(Se apaga la música y se encienden las luces paulatinamente. La mitad del CORO se halla como pollos acurrucados alrededor del trono de BALAM. La otra mitad, está mirando desafiante hacia la derecha. BALAM se encuentra en la parte de arriba. QUEJ entra por la derecha. Al verlo, BALAM baja al centro.)
QUEJ.— Valiente varón, varón de Zaculeu, dueño de los azules y altos montes, Balam, Kaibil Balam, astuto estratega. Te traigo las últimas noticias de nuestros ejércitos.
BALAM.— Habla, por favor, veloz Quej, que corre igual que el viento trayendo las nuevas buenas y malas.
QUEJ.— La batalla ha seguido igual. Nuestros dioses no han permitido que nos hagan daño; sin embargo, los dioses de los Hijos del Sol tampoco han permitido que nosotros podamos agredir a sus protegidos. (Entra TIXL.)
TIXL.— (Habla como si continuara el párrafo anterior.) Así es valiente rey de los mames. Nuestro pueblo ha sabido defender nuestra poderosa ciudad.
BALAM.— Entonces que alguien me explique la actitud de éstos. (Señala al CORO que está alrededor del trono. Reptando por la izquierda, entra ICBOLAY.)
ICBOLAY.— Recuerda, poderoso rey, que en la guerra no sólo es importante atacar o defender. También debes seguir proveyendo seguridad y bienestar a tu pueblo. Por si no te has dado cuenta, hemos dejado nuestras actividades cotidianas para centrar nuestra total atención en la guerra. Y sabes cuáles son las consecuencias.
BATZ.— (Gritando desde adentro.) Yo sí la sé... (Entra por la izquierda.) Se acaba la comida.
BALAM.— ¿Cómo es posible?
ICBOLAY.— Ya no hemos producido, y no es imposible salir a abastecernos.
QUEJ.— ¡Claro!, si nos tienen rodeados.
BALAM.— Pero debemos seguir. La libertad de nuestro pueblo es primero.
ICBOLAY.— ¡Claro que es primero! Pero no es lo único.
BALAM.— Debemos seguir. Todos, a sus puestos de combate.
(La luz se apaga de golpe, e inicia la música triste.)
Escena octava
(Se apaga la música y se encienden las luces paulatinamente. Suena el tun. Tres cuartas partes del CORO están acurrucados alrededor del trono de BALAM, en donde está sentado éste. Parece que BALAM se encuentra un poco fastidiado por la actitud de éstos. El resto del CORO permanece desafiante y de pie, viendo hacia la derecha. BATZ entra por la izquierda.)
BATZ.— (Viendo alrededor del trono.) ¿Y éstos?
BALAM.— (Viendo al horizonte.) Callate, que hoy no estoy para bromas. (QUEJ entra dando saltos de venado por la derecha.)
QUEJ.— Valiente varón, rey de los mames, vos que gobernás desde la cima de tus azules y altos montes, te traigo dos nuevas: una buena y otra mala.
BALAM.— (Rugiendo desde su trono.) ¡Qué dices! Habla ya, astuto Quej.
QUEJ.— La noticia buena es que al parecer nuestros dioses han decidido luchar en nuestro favor en la batalla, y han mandado la peste a los ejércitos de los Hijos del Sol, y han disminuido en número.
BATZ.— ¡Vaya! Al parecer no son tan valientes.
BALAM.— (A BATZ.) ¡Otra vez! (A QUEJ.) Y, ¿cuál es la mala?
QUEJ.— La mala noticia, valiente varón, es que finalmente nos hemos quedado sin comida.
BALAM.— Y supongo que por eso, nuestro pueblo se haya aquí acurrucado; porque tiene hambre.
ICBOLAY.— (Saliendo por la izquierda.) Al fin estás pensando consecuentemente.
BALAM.— Pues, si comida quieren, comida tendrán. (Empieza a quitarse sus investiduras de guerra, principiando con su collar de elotes. Se queda únicamente con su taparrabos. Lanza una por una sus investiduras en forma violenta hacia el CORO que está acurrucado. Éstos se lanzan vorazmente hacia las investiduras, especialmente hacia el collar de elotes, devorándolo con grotescas mordidas. BALAM únicamente conserva sus plumas.)
TIXL.— (Entrando por la derecha.) Balam, Kaibil Balam, valiente varón, tenés visitas... (Sin esperar ser anunciado, entra GONZALO, con andar de caballo y visiblemente enfermo.)
GONZALO.— Oh, valiente varón. Ahora veo que la fama que tenías entre los k’iche’s no era falsa, y que tu epíteto de astuto estratega no ha sido otorgado en vano. Veo que has conducido muy bien nuestro enfrentamiento. Déjame decirte que hemos recibido una señal de Dios, Nuestro Señor, quien nos ha enviado la peste, como muestra de que ya no quiere que sigamos peleando. Así que he venido a plantearte nuevamente tu rendición, para que se cumpla nuestro destino, tú como vencido, y yo como vencedor. Además, es harto sabido que tu pueblo no tiene comida. Con tu rendición, obtendrán la libertad para producir su alimento.
BALAM.— A pesar de que estás muriendo, aún pides nuestra rendición.
GONZALO.— A pesar de que tienes hambre, aún quieres seguir luchando. (Se congela la escena. La luz se apaga paulatinamente, e inicia la música triste.)

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