jueves, 24 de abril de 2008

Arturo Arias: "La nueva novela centroamericana se transformó en una especie de campo de juegos"


Desde que publicó Gestos ceremoniales. Narrativa centroamericana 1960-1990, Arturo Arias se convirtió en el crítico de literatura centroamericana más importante, debido a que decidió analizarla en conjunto, y no como un fenómeno aislado en cada país.

Arias tiene un doctorado, y es especialista en literatura y en identidad cultural. Además, es un prolífico autor; como novelista ha publicado Después de las bombas, Itzamná, Jaguar en llamas, Los caminos de Paxil, Cascabel y Sopa de caracol. Ha ganado varias veces el Premio Casa de las Américas, de La Habana, Cuba, uno de los premios más importantes del continente americano.

Hace más de un año, le hice esta entrevista en torno a la literatura centroamericana; hoy se me volvió a aparecer esta transcripción, sólo para compartirla con ustedes.


¿Cuáles son las características básicas de la literatura centroamericana?
Entre 1969 y 1983, por lo menos una docena de escritores de los seis países centroamericanos hispanohablantes publicaron unas 18 novelas de primerísimo nivel, además de publicar muchas otras novelas, testimonios, y colecciones de cuentos. En todos estos trabajos, los procesos de narrar fueron más importantes que la trama, encarnando el lenguaje oral como regulador de información que resistía las representaciones tradicionales o hegemónicas. Por medio de estas estrategias textuales, el lenguaje mismo se convirtió en lo representado. La "nueva" novela centroamericana se transformó así en una especie de campo de juegos en el cual los intercambios verbales podían imaginar nuevos modelos de realidad, de espacio y de tiempo.

Dado el clima cultural de los tiempos, sin embargo, cuando la simpatía por la revolución cubana imperaba métodos violentos para derrocar a los regímenes militares eran la orden del día, los escritores tenían poca alternativa fuera de representar los temas sociales politizados, independientemente de cuán innovadores fueran en términos estilísticos. Esto último ha dado un giro de 180 grados a partir de los noventas. Los jóvenes escritores no quieren ni siquiera oír la palabra "guerra." Escriben de todo menos de eso. Asimismo, son menos innovadores en lo formal y en los juegos lingüísticos.


¿En qué se diferencia la literatura centroamericana por ejemplo, de la literatura andina, la mexicana o la hispanoamericana en general?
La literatura centroamericana se diferencia mucho de la de aquellos países latinoamericanos donde imperó una mayor cultura cosmopolita urbana modernizante, pero se asemeja mucho a cierta literatura andina y mexicana, debido a la naturaleza cultural de estos países. Todos estos son países marcados por lo que Aníbal Quijano ha denominado la colonialidad del poder. Es decir, países interculturales, plurilingüísticos, donde, sin embargo, el castellano, y la visión eurocéntrica dominante, ejercieron una opresión brutal sobre las civilizaciones indígenas que los castellanos destruyeron bárbaramente. De esta herencia surgieron, sin embargo, identidades híbridas, al influenciarse ambas corrientes interculturalmente. Como mucho de esta lucha epistémica tomó lugar en la arena discursiva, es en la discursividad donde debemos detectar y explicar esta hibridez cultural. Allí encontramos el parentesco entre autores como Arguedas, Asturias o Rulfo, a manera de ejemplo. Son culturas donde, hasta ya muy entrado el siglo XX, predominaron los problemas de tierras debido al despojo de los propietarios originales, y esto marcó sus conflictos políticos (revolución mexicana, revolución boliviana, revoluciones centroamericanas, reforma agraria peruana impulsada por los militares). Lo cultural, lo afectivo, lo político-social, son la argamasa de la literatura. Por ello se da este acercamiento entre la producción literaria de estos países.


¿Qué nuevos valores de las letras han surgido en los últimos años en Centroamérica?
Han surgido muchos, y el problema es mencionar nombres, pues se le olvida un nombre a uno, y se arma un lío acerca de por qué fulano o mengano no apareció mencionado. Sin embargo, podemos hablar de Horacio Castellanos Moya, Jacinta Escudos, Rafael Menjívar Ochoa, Carlos Cortés, Maurice Echeverría, Ronald Flores, Eduardo Halfon o Carol Zardetto como escritores jóvenes de primera línea. Todos son excelentes, y varios de ellos ya son más conocidos en el exterior que muchos de la anterior generación.

Sin embargo estoy convencido de que, como fenómeno literario, lo más importante que ha sucedido en Centroamérica en los últimos años es la emergencia de una literatura maya en sus propios idiomas. Con novelas como las de Gaspar Pedro González o Víctor Montejo, o poesía como la de Humberto Ak'abal, Maya Cu, Calixta Gabriel Xiquín o Juana Batzibal, se revoluciona la literatura centroamericana que ha estado enmarcada por el idioma castellano y una visión ladina eurocéntrica del mundo. De consolidarse la nueva literatura maya, sería el fenómeno literario más importante a aparecer en América Latina desde la escritura del Popol Vuh. De manera metafórica, podríamos decir que su obra funciona algo así como la excavación de cementerios clandestinos. Saca a luz la riqueza y complejidad de una cultura oprimida socialmente y enterrada culturalmente por 500 años.


¿Por qué, a pesar de tener tan buenos escritores, especialmente en Guatemala y Nicaragua, la literatura centroamericana aún no es tan conocida en ámbitos europeos, por ejemplo?
Es un problema de promoción y de mercado. A partir de los ochentas, las editoriales españolas han acaparado la producción, distribución y circulación del mercado del libro. Las editoriales nacionales, universitarias, o sin afán de lucro, han prácticamente desaparecido en todo el continente. En la región centroamericana, una de las consecuencias colaterales de las fuerzas globalizadoras fue la creación de mercados literarios regionales dominados por corporaciones editoriales globalizadas que rompieron los viejos esquemas nacionales de producción cultural. Su irrupción desplazó la posibilidad de circular localismos imaginarios como dimensión de la literariedad. La dimensión global de las editoriales que coparon el mercado regional subrayó la necesidad de disciplinar las memorias o adherencias afectivas que caracterizan las subjetividades locales dentro de un espacio translocal, en el cual lo territorial pueda ser ordenado, normativizado y reproducido como legible dentro de los espacios regulados por el nuevo orden transnacional. En otras palabras, para que lectores de otros países puedan identificarse con esos productos, de la misma manera que en todo el mundo se identifican con Shakira sin saber que es colombiana. Al imperar el mercado, domina la producción de aquellos países con mayor consumo interno del libro. Es decir, los países con mayor población, dado que, como resultado concomitante, tienen un público lector más amplio, que compra más libros, y que se interesa por su producción nacional. De allí que en este nuevo período circulen más los escritores de los países más poblados de Latinoamérica. Venden más en su propio país, y esto mismo atrae la atención del mercado español. A partir de los noventas, la única excepción en Centroamérica ha sido Sergio Ramírez, y esto se debió a que ganó el premio Alfaguara de novela en 1998. Margarita está linda la mar convirtió a su autor en best-seller, y en el novelista centroamericano mejor conocido en el mundo de habla española desde que se le otorgara el premio Nobel de Literatura a Miguel Ángel Asturias. Pero, aunque Alfaguara Guatemala editó mi novela Sopa de caracol en 2002 y A-B-Sudario de Jacinta Escudos en 2003, y ambos textos recibieron excelente crítica, ninguno de los dos libros vendió mucho por la debilidad del mercado nacional. Esto les impidió proyectarse al mercado español, sin el cual es imposible saltar a ningún otro espacio internacional. Afecta también el hecho de que las sedes regionales de las editoriales españolas no pueden actuar coherentemente para promocionar libros a nivel continental, sino tienen que vendérselos unos a otros como si fueran agencias separadas. Esto afecta sobre todo a los escritores de los países más pequeños.


¿Ha cambiado en algo la literatura centroamericana desde la apertura democrática de la década de 1980-1990?
Sí. Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, las representaciones identitarias problematizadas en las textualidades del istmo estuvieron atadas a la constitución de lo nacional y a la creación de un estado moderno, fijando la representatividad de los sujetos en un estrecho modelo que posicionaba todo aspecto identitario dentro de un parámetros unívocos de nacionalismo utopista a los cuales de manera general se llegaba, al menos imaginariamente, por la vía guerrillera.

Sin embargo, a partir de finales de los años ochenta, donde se combina en la región el inicio de la era globalizada con el fin del período guerrillerista, tanto la representación topográfica como la de las identidades textuales se transforma. De pronto, los sujetos literarios comienzan a residir en heterogéneos espacios diferenciados de su atribuida nacionalidad de origen, y se reinventan a sí mismos como individuos de la más variada índole que intentan forjar comunidades transnacionales que desnaturalizan los viejos discursos nacionalistas de autenticidad. En las nuevas novelas, como en las obras de Jacinta Escudos, a manera de ejemplo, los sujetos que antes estaban enraizados en representaciones locales simbólicas que connotaban nacionalidad, ahora aparecen insertos en disímiles y heterogéneos espacios ambiguos, fantásticos, desterritorializados, con nombres como "Sanzívar" o "Karma Town," donde intentan reciclar los fragmentos remanentes de su memoria cultural para reconfigurar algún nuevo tipo de identidad posnacional.

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