Las civilizaciones se han construido a base de movimientos migratorios. Sin embargo, los migrantes no han recibido su justo valor en la construcción y desarrollo de los imperios.
De hecho, históricamente han sido señalados como los culpables de la decadencia de las civilizaciones. Tal es el caso del Imperio Romano de occidente, del cual se dice que fueron los “bárbaros” que asediaron la ciudad. Recientes investigaciones históricas revelan que estos “bárbaros” fueron parte de olas migratorias, ya Roma ofrecía prosperidad.
Sin embargo, ante la decadencia de Roma, los emperadores empezaron a culpar a los “bárbaros/migrantes” de la falta de recursos y de ataques contra las debilitadas legiones, que ya no se daban abasto para cuidar tan extensa frontera.
Estos supuestos ataques sólo fue la excusa del debilitamiento del poder central.
Se sabe que después los migrantes fueron la salvación de la propia cultura occidental, ya que ellos mismos llevaron la civilización a toda Europa, en una nueva ola migratoria.
Ése fue el origen de nuestra cultura occidental; lastimosamente, no se ha reconocido el carácter migrante de los pueblos, la necesidad económica de acercarse a los focos de luz y la importancia de la migración de los patrones culturales.
Análogamente, Estados Unidos intenta responsabilizar de la decadencia económica y de la inseguridad a los migrantes.
En cambio, en el mundo no occidental, como los pueblos amerindios, se han asumido como pueblos de paso, desde las tribus territoriales y nómadas de Canadá y Estados Unidos, hasta los mapuches de Chile. El continente se pobló, según las teorías más aceptadas, a través de migraciones masivas y provenientes de diferentes puntos.
En el libro del sacerdote Ricardo Falla “Migración transnacional retornada”, hace un excelente análisis antropológico sobre la identidad migratoria de los indígenas k’iche’s de hoy día.
Desde el Popol Wuj, hay una evidente necesidad cosmogónica de construir civilización a través de compartir cultura, lo cual no se logra únicamente por medio del comercio (como es la visión occidental y neoliberal), sino por el contacto de grupos migrantes que luego retornan a sus tierras.
Ahora, para aterrizar en los emigrantes de hoy día, sobre todo los guatemaltecos, deben convivir con un fuerte sentimiento de culpa, porque la visión occidental, desde el Imperio Romano, ha criminalizado y catalogado como costumbre “barbárica” la migración, mientras que la visión no occidental, la migración es todo lo contrario.
Hay que tomar en cuenta que la visión indígena de la migración no consiste en irse a un lugar mejor para enriquecerse económicamente, sino que incluye una actitud de mejorar a la familia y, necesariamente, retornar al lugar de origen, para compartir lo aprendido y lo alcanzado.
Por eso, las prácticas de hoy día de las migraciones, desde la coyotería y la deportación, va en contra de nuestra propia identidad como nación. Por ejemplo, los coyotes no asumen su papel como propiciadores del desarrollo, sino que buscan enriquecerse.
También, la deportación rompe tajantemente el ciclo migrante y daña severamente la espiritualidad de la persona, quien regresa triste y sintiéndose un criminal.
Ojalá que la futura labor de CONAMIGUA entienda la esencia de la migración guatemalteca, y no se vaya a dedicar a lucrar con la información privilegiada que manejará sobre identidades de migrantes y flujos de remesas.
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