lunes, 4 de octubre de 2010

Los fantasmas de Diario La Hora


Una máquina para imprenta muy antigua. Aún se conserva como decoración y para que los fantasmas se sientan como en sus años mozos.

El pasado jueves 30 de septiembre, falleció Oscar Marroquín Milla, que firmaba sus artículos periodísticos y políticos como Oscar Marroquín Rojas, y para artículos culturales utilizaba el pseudónimo de Rosauro Carmín Q.

Hijo de Clemente Marroquín Rojas, el llamado Decano de la Prensa Independiente, Oscar Marroquín Rojas dirigió Diario La Hora -el periódico privado más longevo de Guatemala-, y como periodista ganó tanto prestigio que ejerció como Constituyente en 1965, y dos veces como diputado, así como presidente de bancos, entre otros puestos.

El periodismo en Guatemala le debe la creación de la Asociación de Periodistas de Guatemala, para la protección de los derechos de los periodistas, así como darle fuerte impulso al periodismo cultural. Antes, los periódicos acostumbraban brindar sólo una página semanal a la cultura, y fue él quien adaptó la idea de un suplemento cultural de ocho páginas.
La biblioteca de Oscar Marroquín Rojas, en la cual pesa una maldición a quien se robe un libro.

Su muerte vendrá a engrosar aún más la población de fantasmas que ya se perciben en este edificio antañón de Diario La Hora, que a pesar de estar en un sector donde prolifera la indigencia, y que fue ideado como una de las viejas casonas de principios del siglo XX, ha servido para mantener funcionando este periódico, incluyendo la enorme máquina de la rotativa.

Este edificio, que a pesar de su edad y de su apariencia, es en realidad entrañable, y por ello no me extraña que haya varios testimonios de fantasmas en estas instalaciones, porque los trabajadores -algunos tan longevos como el edificio- se mantienen acá como si estuviesen en su propia casa.

DOÑA LIDIA

Mi relación con los fantasmas de Diario La Hora inició con doña Lidia, reportera de planta, que fue súbitamente diagnosticada con cáncer, y en menos de un mes pasó de estar activa a fallecer. Yo, en ese momento (octubre de 2005), formaba parte del equipo de Corrección del periódico, y por su deceso, me ofrecieron pasar a formar parte de la Redacción.

En su módulo, aún con llave, había aún azúcar, dulces, comida, tazas y otras pertenencias que no fueron reclamadas por su familia, y que a mí me daba miedo utilizar, sobre todo porque tenía la certeza que su deceso tan repentino fue acelerado por su diabetes, enfermedad que no le merecía mayor respeto, y consumía dulces sin remordimientos.

Mientras estuve en su lugar, no sentí nada extraño. Fue hasta casi un año después, durante el Mundial de Alemania 2006, que estaba adelantando trabajo hasta muy tarde por la noche (yo ya había sido trasladado a otro lugar), que escuché a alguien marcando por teléfono, e irse corriendo por detrás de una puerta.

Como pensé que estaba solo en todo el edificio, fui a ver quién era, un poco intrigado, pero descubrí que no había nadie. Mi reacción fue irme a mi casa, lo más rápido que pude.

Muchas semanas después, en una situación similar, escuchaba que alguien tecleaba en su computadora, pero no había nadie. El ruido me conducía directamente a la máquina donde estaba doña Lidia.
Viejos diplomas de reconocimientos colgados en las paredes de Diario La Hora. Dan la sensación de que el tiempo se ha impregnado en las paredes.

Comprendí que la vez pasada que alguien llamaba por teléfono y estos teclazos eran propinados por el fantasma de doña Lidia. Su fantasma, el cual no pude ver, me dio un poco de tristeza, porque creí que ella no había aceptado su muerte tan repentina, y que seguía llegando al edificio de La Hora a trabajar.

Ella, muy afín de llegar temprano al trabajo, pero no ceder ni un solo segundo a la hora de salida, le dije: “Doña Lidia, ¿ya vio la hora que es? Ya debería irse a su casa”. Los teclazos se suspendieron de pronto, y supuse que me hizo caso. En una vez que escuché los mismos teclazos, me dio mucha pena por ella, y le dije: “Doña Lidia, usted ya se murió. ¿Por qué no descansa ya?”

A pesar de que yo ya no la he escuchado, otros compañeros me han contado que han escuchado los teclazos, y yo les he contado que es doña Lidia, y que con solo avisarle que ya se puede ir, ella hace caso.
El antiguo lugar de doña Lidia, donde a veces se sienta a escribir.

DON GATO

Otro personaje histórico de La Hora, ahora convertido en fantasma, es don Miguel Ángel, alias don Gato. De sus 85 años de vida, había consumido 70 trabajando en La Hora. Llegó muy joven, a los 15 años, con una familia recién formada y queriendo aprender un oficio.
La cocina, lugar favorito de don Gato.

En los tiempos en que La Hora salía a blanco y negro, don Gato era el único que sabía cómo quemar las placas de la imprenta, y no le enseñaba a nadie, quizá por miedo a que, si alguien más sabía, lo podrían despedir. Pero eso no pasó. Un infarto lo mató.

Una reportera, que ingresó después de la muerte de don Gato, contó que, una vez, ya muy noche, entró a la cocina a calentar un poco de comida que le había sobrado del almuerzo. Sabía muy bien que no había más que el guardián en el edificio, y que estaba prácticamente sola. Cuando entró a calentar, no había nadie. Pero, al terminar de calentar, dio la vuelta y vio a un anciano, como de 80 años, sentado.

Al describirlo, no cabía duda que era don Gato, quien se mantenía en ese lugar como su favorito. Tras terminar su tarea, no sé por qué razón, le gustaba sentarse ahí en la cocina, con la pierna cruzada, tal y como lo vio la reportera.

Las gradas donde se han escuchado los pasos de Clemente Marroquín Rojas.
DON CLEMENTE Y DON OSCAR

Según aseguran algunas personas, aunque yo no lo sé muy bien, el fantasma de Clemente Marroquín Rojas también ronda por acá, y algunas personas aseguran haberlo presentido subiendo unas gradas.

Fotos de personas de la política y cultura nacional, muchos ya muertos: Oscar Marroquín Rojas, Otto Raúl González, Alfonso Enrique Barrientos, David Vella, Irina Darlee, Roberto González Goyri, entre otros.
Me imagino que este edificio que despierta tanto arraigo, podría atraer a don Oscar ahora muerto, y que ya tenía unos cinco años de no pisar por su condición de salud.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un buen historiador podria publicar un libro sobre la Hora. Quizás algo como una entrevista al más viejo de los Oscares y ponerle fotos, y demás documentos.
Seguramente no sería un best seller, pero sería un legado para la historia del país. Y qué tal un documental fílmico?

Otra cosa Mario Cordero, qué opinás del Nóbel a Vargas Llosa? A mí me deja ese doble sabor de boca, por un lado contento porque es latinoamericano, por el otro en desacuerdo por su condición de lacayo de la derecha cavernaria de AL. Pero no me atrevo a juzgar su obra literaria (si se puede hacer de forma "neutral") dado que ni yo tengo la suficiente formación en cuanto a crítica literaria como tampoco él deja de posicionarse políticamente en cada una de sus obras.
Me gustaría conocer tu opinión.

Un saludo

Linterna Verde

José Joaquín dijo...

Ir al centro y comprar La Hora es un rito que de vez en cuando practico. Con mi papá siempre fuimos fans de la columna de Oscar Clemente. Mi papá recordaba con admiración de las de Clemente Marroquín. Pero he dejado de ir al centro y mi suscripción a La Hora (que mi papá me heredó) se terminó. Lamenté no haberme enterado en su día la muerte de don Oscar Marroquín.

Y mirá lo que vengo a descubrir en este post tuyo: que Rosauro Carmín Q. era don Óscar. Estaba claro, es un anagrama de Oscar Marroquín.

De las pocas veces que mi blog ha sido nombrado en medios, le tengo especial cariño a la pequeña aparición en La Hora, caridad que me hiciste vos, supongo.

Saludos. Descansen en paz las gentes que nos enseñaron e hicieron la vida más amigable.