Anoche tuve este angustioso sueño, y para que no se me
olvidara, me levanté a escribirlo y se lo presento, recién salido del horno.
Soñé que la gente, cansada de tanta impunidad y corrupción
en Guatemala, estaba tan desesperada que oró a Dios por una solución. Entonces,
el Arquitecto del Universo decidió hacer un cataclismo, pero no mundial, sino
que sólo en Guatemala, y algunas ciudades fronterizas, para solucionar el
conflicto de una vez por todas.
Entonces, ofreció un plazo 48 horas en la que se podía hacer
justicia por mano propia. La única regla es que no había reglas, excepto una
norma: el castigo no podía ser arbitrario. Si alguien se decidía accionar
contra otra persona, era porque se lo merecía por su mal comportamiento. Por
ello, los castigos debían ser proporcionales, porque si no, el justiciero podía
ser el ajusticiado por su arbitrariedad.
Con un silbatazo inicial, como si se tratase de un partido
de futbol, Dios dio inicio a las 48 horas del cataclismo nacional. Muchos,
sobre todo los más viejos, recordaron el Diluvio Universal, en que la deidad
había prometido no volver a accionar otro evento similar, “pero ya ven, ya ven,
que Dios no nos abandonó”, dijo un abuelito, satisfecho por la oportunidad.
Entonces, el país empezó a pesar menos, porque cada vez se
liberaba de tanta maldad. Decenas de violadores caían en castigos continuos a
lo largo de la Calzada Roosevelt. Muchos sicarios, que se amparaban en la
ineficiencia de la Policía, ahora sí se vieron copados por la ciudadanía, que
los acorralaban y exigían justicia. Los políticos corruptos, también acuerpados
por la impunidad, no tuvieron más opción que pasar por las armas de la
población. Y aquí no hubo finiquito que valiera, incluso si hubiera tenido que
invertir cientos de miles de quetzales para obtenerlo, ni mucho menos una
constancia de que ya habían iniciado el trámite para obtenerlo.
Un General retirado, a quien una aldea entera lo acusaba de
genocidio, apeló a la Ley de Reconciliación Nacional, y exigió, con su voz de
alto jerarca militar y eclesiástico, una amnistía. Pero la gente le recordó que
no había ley ni regla que valiera, y tuvo que ceder ante el peso de la Ley
Divina.
Un abogado, antes de ser castigado, apeló a no sé qué decreto
que nadie se acordaba, y presentó varios recursos de amparo y siete recusaciones,
contra sus siete justicieros que lo acorralaban. Pero, al igual que el General,
tuvo que pasar por el purgatorio de sus penas.
Ni siquiera había pasado un día, y ya el país era mejor. Las
24 horas siguientes sirvieron para que la gente tuviera más ánimos,
reconociendo que, ahora sí se estaba haciendo justicia. Entonces, unieron
fuerzas para ajusticiar a los malvados que habían resistido. Y todos unidos no
hubo poder humano ni apelación que valiera.
Al terminar el plazo, descendió de los Cielos una paloma con
una ramita de olivo en el pico, en señal de que todo había culminado. Con un
arcoíris, Dios comunicaba que, ¡ojalá!, el pueblo no se dejara de nuevo y que
no hubiera necesidad de este Diluvio Seco en el país.
Entonces, sólo entonces, Dios se fue a descansar. En eso,
reptando entre las sombras, salieron algunos narcos, corruptos y sicarios, que
hábilmente se habían escondido durante las 48 horas, y no salieron para evitar
que los reconocieran y fueran ajusticiados. Acompañados de sus abogados, apelaron
que ahora sí estaban vigentes las leyes humanas y no las divinas, y exigían,
con un memorándum ante la Corte de Constitucionalidad, que se respetara el
Estado de Derecho, para que todo quedara igual a como estaba antes.
Es más, indicaron que convocarían a una Asamblea Nacional
Constituyentes, para que formulara una nueva Carta Magna, en la que se
prohibiera, ipso iure, más
cataclismos subversivos. Entonces, la población se puso muy triste, pero los
políticos prometieron que los representarían.
Para hacer más llevadera la situación, los políticos
instaron al Ministerio de Gobernación para que redactaran varios comunicados,
recomendando a la población no salir de sus casas, sobre todo a altas horas de
la noche, para evitar ser asaltados, violados o asesinados. Y, para
consolarnos, los diputados prometieron aprobar de urgencia nacional leyes de
seguridad y de transparencia, pero todos sabíamos que nunca lo iban a hacer.
Sudando, me desperté de este sueño que se estaba
convirtiendo en pesadilla. Entonces, decidí escribirlo, antes de que se me
confundiera con la realidad
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