miércoles, 30 de mayo de 2012

El cataclismo nacional


Anoche tuve este angustioso sueño, y para que no se me olvidara, me levanté a escribirlo y se lo presento, recién salido del horno.

Soñé que la gente, cansada de tanta impunidad y corrupción en Guatemala, estaba tan desesperada que oró a Dios por una solución. Entonces, el Arquitecto del Universo decidió hacer un cataclismo, pero no mundial, sino que sólo en Guatemala, y algunas ciudades fronterizas, para solucionar el conflicto de una vez por todas.

Entonces, ofreció un plazo 48 horas en la que se podía hacer justicia por mano propia. La única regla es que no había reglas, excepto una norma: el castigo no podía ser arbitrario. Si alguien se decidía accionar contra otra persona, era porque se lo merecía por su mal comportamiento. Por ello, los castigos debían ser proporcionales, porque si no, el justiciero podía ser el ajusticiado por su arbitrariedad.

Con un silbatazo inicial, como si se tratase de un partido de futbol, Dios dio inicio a las 48 horas del cataclismo nacional. Muchos, sobre todo los más viejos, recordaron el Diluvio Universal, en que la deidad había prometido no volver a accionar otro evento similar, “pero ya ven, ya ven, que Dios no nos abandonó”, dijo un abuelito, satisfecho por la oportunidad.

Entonces, el país empezó a pesar menos, porque cada vez se liberaba de tanta maldad. Decenas de violadores caían en castigos continuos a lo largo de la Calzada Roosevelt. Muchos sicarios, que se amparaban en la ineficiencia de la Policía, ahora sí se vieron copados por la ciudadanía, que los acorralaban y exigían justicia. Los políticos corruptos, también acuerpados por la impunidad, no tuvieron más opción que pasar por las armas de la población. Y aquí no hubo finiquito que valiera, incluso si hubiera tenido que invertir cientos de miles de quetzales para obtenerlo, ni mucho menos una constancia de que ya habían iniciado el trámite para obtenerlo.

Un General retirado, a quien una aldea entera lo acusaba de genocidio, apeló a la Ley de Reconciliación Nacional, y exigió, con su voz de alto jerarca militar y eclesiástico, una amnistía. Pero la gente le recordó que no había ley ni regla que valiera, y tuvo que ceder ante el peso de la Ley Divina.

Un abogado, antes de ser castigado, apeló a no sé qué decreto que nadie se acordaba, y presentó varios recursos de amparo y siete recusaciones, contra sus siete justicieros que lo acorralaban. Pero, al igual que el General, tuvo que pasar por el purgatorio de sus penas.

Ni siquiera había pasado un día, y ya el país era mejor. Las 24 horas siguientes sirvieron para que la gente tuviera más ánimos, reconociendo que, ahora sí se estaba haciendo justicia. Entonces, unieron fuerzas para ajusticiar a los malvados que habían resistido. Y todos unidos no hubo poder humano ni apelación que valiera.

Al terminar el plazo, descendió de los Cielos una paloma con una ramita de olivo en el pico, en señal de que todo había culminado. Con un arcoíris, Dios comunicaba que, ¡ojalá!, el pueblo no se dejara de nuevo y que no hubiera necesidad de este Diluvio Seco en el país.

Entonces, sólo entonces, Dios se fue a descansar. En eso, reptando entre las sombras, salieron algunos narcos, corruptos y sicarios, que hábilmente se habían escondido durante las 48 horas, y no salieron para evitar que los reconocieran y fueran ajusticiados. Acompañados de sus abogados, apelaron que ahora sí estaban vigentes las leyes humanas y no las divinas, y exigían, con un memorándum ante la Corte de Constitucionalidad, que se respetara el Estado de Derecho, para que todo quedara igual a como estaba antes.

Es más, indicaron que convocarían a una Asamblea Nacional Constituyentes, para que formulara una nueva Carta Magna, en la que se prohibiera, ipso iure, más cataclismos subversivos. Entonces, la población se puso muy triste, pero los políticos prometieron que los representarían.

Para hacer más llevadera la situación, los políticos instaron al Ministerio de Gobernación para que redactaran varios comunicados, recomendando a la población no salir de sus casas, sobre todo a altas horas de la noche, para evitar ser asaltados, violados o asesinados. Y, para consolarnos, los diputados prometieron aprobar de urgencia nacional leyes de seguridad y de transparencia, pero todos sabíamos que nunca lo iban a hacer.

Sudando, me desperté de este sueño que se estaba convirtiendo en pesadilla. Entonces, decidí escribirlo, antes de que se me confundiera con la realidad

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