De pequeño, gracias al florido léxico
de mi madre, y por haber vivido mi infancia en un popular barrio capitalino, el
Barrio Moderno, adquirí un lenguaje muy particular, en su mayoría, palabras que
provienen exclusivamente de Guatemala.
Palabras como “patantaco”,
“shereto”, “enchachado”, “malayar”, “sholco”, entre otras, eran muy habituales
para mis oídos en aquellas épocas. Sin embargo, hoy día me doy cuenta de que
algunos, sobre todo los jóvenes, no las conocen. Recuerdo el caso de mi
sobrino, de 15 años, que al escuchar de mi mamá esas palabras, le daba mucha
risa y le pedía que le dijera más y que le explicara el significado.
A veces, mi mamá no puede
explicarle, porque sabe en qué contexto usarlas, pero no cómo se define.
Desde la invasión de modelos
culturales extranjeros, especialmente por los videojuegos y la televisión por
cable, en la década de los ochenta, y más recientemente, desde hace una década,
por la introducción del Internet, estos guatemaltequismos se van perdiendo cada
vez más. Es un fenómeno explicable fácilmente por la necesidad de la tendencia
globalizadora de crear un lenguaje neutral, sin muchos regionalismos, para
poder entenderse.
Por supuesto que la lengua es
parecida a un ser humano, porque está viva, y va evolucionando sin que un
purista del lenguaje pueda evitarlo. Lamentablemente para nosotros, en las
capas altas y media altas de la sociedad, hablamos cada vez más como si
estuviéramos en las telenovelas mexicanas, o en los “talk show” de Miami. Digo que es lamentable, porque nuestra habla
guatemalteca era tan rica en regionalismos, neologismos y arcaísmos.
Como estudioso de la lengua, me
interesa sobre todo el habla popular: los dichos, las leyendas, los personajes
históricos y los guatemaltequismos, porque son materia muy jugosa para hacer
estudios lingüísticos.
Este fenómeno no es reciente.
Miguel Ángel Asturias también se esforzó por escribir en un perfecto
“guatemalteco”, sobre todo porque observaba un avance de los mexicanismos en
nuestro país, y porque se había intensificado el comercio entre ambos países,
aunque con predominio de los productos extranjeros en nuestro territorio.
Hoy día, el fenómeno es peor,
porque no solo nos vemos invadidos por el habla de otros países en español,
sino que también del inglés de Estados Unidos. Incluso, es más fácil que un
joven universitario del siglo XXI se interese más en estudiar francés o alemán,
que las expresiones populares del país. Conocen los neologismos más recientes
que se han creado en Estados Unidos en torno a los fenómenos informáticos, pero
son incapaces de comprender lo que dice un merolico en el Parque Central.
Creo que la lengua es una de las
mejores formas de resistir a las invasiones culturales. Además, es uno de los
mejores referentes para encontrar puntos de identidad, especialmente porque
muchos de nuestros guatemaltequismos provienen de las lenguas indígenas, que
nos han aportado muchos elementos y palabras, y que hasta nos sorprenderíamos
de su procedencia.
Escuchar estas formas de
expresión en las camionetas, parques, chistes y otros lados, me provoca mucho
placer, además de que me recuerda mi niñez, que es decir que me recuerda mi
identidad.
Existen, sobre todo, dos
diccionarios de guatemaltequismos, pero en muchas ocasiones no me convencen,
porque no revelan la carga afectiva que le ponemos a las palabras los
guatemaltecos.
Por ello, desde hace algunos días,
abrí un sitio en Internet en donde a diario voy exponiendo un guatemaltequismo.
Espero que en unos dos años, después de un trabajo cotidiano, esté bastante
completo. Los invito a conocerlo.
En Facebook, también creé una página, en donde pueden conocer cuál es el
guatemaltequismo del día.
Espero que los conozcan y que les merezcan comentarios y dudas, y que en un
mediano plazo se convierta en una recurrente fuente de consulta.
1 comentario:
Muchas gracias Mario por este artículo y por hacernos reflexionar sobre lo que como guatemaltecos estamos perdiendo.
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