miércoles, 11 de julio de 2012

¡A la cola!


Uno de los fenómenos culturales que mejor representa nuestra idiosincrasia son las filas, más comúnmente llamadas en Guatemala como “las colas”. En este país les encanta hacerlas y forman parte de cualquier mecanismo que implique conglomerados.

Línea recta. Línea orgánica de David Pérez Karmadavis.
Cuando me inscribí en la universidad, a sabiendas de las colas, llegué a las tres de la mañana. Fui el sexto en llegar. Poco a poco la fila se extendió más allá de lo que alcanzaba a ver. Como a las siete de la mañana, un gendarme pasó entregando números, lo que suponía que el lugar ya estaba asegurado, y tan solo había que esperar una hora más para que abrieran la puerta.

El guardia pidió que la cola se ordenara. Un alboroto se hizo, un merequetengue, y mientras desde atrás gritaban “¡A la cola, colados!”, el policía se ponía sus moños y amenazaba con no dar número a quien no estuviese formado.

Para mi sorpresa, yo no recibí el número seis, sino que el 55, lo que supone que medio centenar de personas se coló. Nunca supe a qué hora se colaron; tampoco sé por qué los gendarmes no velaban para resguardar el orden.

Mi consuelo (que es el opio de los tontos) fue que tras recibir el número pude ir a buscar algo de comer y encontrarme, más atrás de la fila, a amigos y conocidos, que tenían números tan desesperanzadores como el 323 o el 1054.

En este país les encanta el sistema de colas. Se utiliza para ir al banco, para la SAT, para renovar la licencia de conducir, para reemplazar la tarjeta de circulación, para esperar la consulta del médico, para asistir a un concierto, para ver el partido de fut, para que te asignen mesa en un restaurante, para el Transmetro e, incluso, hasta para esperar un hueso en un puesto público.

En las colas, siempre está aquel que está dispuesto a meter a sus cuates, y hasta los llama por teléfono: “Acá estoy hasta adelante, vos; venite”, sin importarle que atrás hay gente. A algunos colados les da vergüenza y se justifican: “es que venimos juntos, pero tuve que ir al baño”. Otros tienen piel de rinoceronte y hasta se ríen cuando les gritan “¡A la cola!

Peores son los mal llamados “tramitadores”, que no son necesarios, pero que aseguran su servicio al entrampar las colas. Hacer un trámite en la SAT por cuenta propia se volvió prácticamente imposible y para hacerlo hay que comprar la cola a los “tramitadores”. No digamos los revendedores de los espectáculos musicales o deportivos.

Por eso, ante tal impunidad y desesperanza que hay en las colas, la mayoría opta en buscar primero el inicio de la fila, y no el final, para ver si por casualidad encuentran a un cuate que les dé cola.

Este sistema de colas se ha trasladado a otros ámbitos de nuestra vida, especialmente en la política. Por ejemplo, los presidenciables funcionan en un sistema de colas, en que ya se sabe quién será el próximo y el próximo, y tan solo deben cuidar que nadie se “cuele”, como le pasó al finado Jorge Carpio.

Lo peor de todo es que nuestros “políticos, para ganar nuestro voto, nos aseguran que en sus prioridades Guatemala va primero, especialmente la ciudadanía, los más pobres. Y funcionan como los gendarmes que dan el número, pero que en el revoltijo que hacen para alinear la fila, van colando a sus cuates y financistas. Y cuando nos damos cuenta, los votantes terminamos con los últimos números.

¿No es lo que pasa con las leyes? ¿Cuántas veces nos dicen los diputados que priorizarán las leyes de seguridad, justicia y transparencia? Y, ya lo ven, allí están durmiendo el sueño de los justos. Pero no vaya a ser que leyes sin importancia se logren colar y se apruebe, de urgencia nacional, un préstamo o leyes para aumentar los impuestos.

También nos pasa con la llamada Reforma Constitucional. Nos habían dicho que se reformaría la Carta Magna para mejorar la seguridad y justicia, y terminan dándole “cola” a otras reformas que no son importantes.

Y mientras tanto, los gendarmes de las filas no vigilan que nadie se meta, y los tramitadores hacen su agosto en mayo, junio y julio y todos los meses del año. Y el pueblo, hasta atrás, viendo que todo mundo se logra colar con la mayor impunidad.

Un amigo, al ver que había gente que se colaba, decía: “No te preocupés, estos son de los que se van a colar hasta para entrar en la fila del Infierno.”

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