miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cortaron la luz al final del túnel



En septiembre de 2004 compré mi primer carro. A final de ese año recuerdo que el galón de combustible rondaba los Q20. Todo el año estuvo por los Q18, pero en noviembre amenazaba con superar las dos decenas de morlacos, hasta que finalmente superó esa barrera en diciembre.


Recuerdo esto precisamente porque se está por superar la barrera de los Q40 por galón de combustible. Al igual que hace ocho años, el aumento se empezaba a dar poco a poco; cada semana, aumentan centavos, así se vuelve casi imperceptible. Sólo cuando se llegan a cifras redondas, es que los automovilistas dicen: ¡Pero qué barbaridad!, pero los cambios no se dan de golpe, sino por cucharaditas.

Cada semana se aumentan algunos centavitos, y aprovechan momentos clave, como fines de semana largos o juegos de la Selección de Futbol, para aumentar de al tiro Q1.00 o Q1.50. Según tengo entendido, en Alta Verapaz ya superó las cuatro decenas de billetes verdes por galón, y apostaría mi brazo izquierdo porque a final del año ya se encuentre generalizado ese precio en todo el país.

Entonces, si las matemáticas no me fallan, podríamos decir que en ocho años se tuvo una inflación del 100%. Obviamente, los “expertos” de la Diaco y de los Ministerios de Economía y de Energía dirán que no es así. Sin embargo, nadie puede negar que el precio de los combustibles es un factor clave para la Canasta Básica, e impacta en el bolsillo, incluso de quienes no poseen vehículo.

Cualquier alimento o medicamento, desde una salchicha o una pastilla de acetaminofén, trae incluido el costo de la gasolina para su traslado, así que el aumento del cien por ciento en los combustibles, debería verse reflejado en el costo de la vida en general.

Por ejemplo, ¿recuerda cuántos panes le daban a usted por un quetzal hace ocho años? Si no mal recuerdo, al menos le daban cinco panes de tamaño regular. Hoy día, le dan a usted tres panes pequeñísimos, que más parecen hostias. Y eso que reducen los costos, al hacerlos con menos huevos, con la harina más barata, y sustituir la mantequilla y leche, con manteca y agua. Por el encarecimiento inminente de la harina, no tardará en llegar el día en que le den a usted sólo dos panes por quetzal.

Y en su niñez, ¿recuerda todo lo que compraba con dos centavos? Se podía comprar una tostada, un chuchito y un jugo de naranja, y todavía le podrían dar vuelto. Hoy día, los comercios ni se preocupan en darle los centavos en los vueltos.

También recuerdo, hace casi tres décadas, cuando las protestas eran generalizadas con la consigna “Cinco, Sí; Diez, No”, cuando la población se oponía al aumento del precio al pasaje del transporte.

Sí, y es que antes la población tenía una participación cada vez más activa. Las prácticas de especulación y desabastecimiento de productos siempre se han dado en nuestro país, pero en las últimas décadas han abusado. Da la casualidad que desde 1985 se inició una era en que los mismos políticos han impulsado la mal llamada “libertad de mercado”, creyendo que la economía se regula solita, porque las empresas mismas se crean competencia y van bajando o subiendo los precios, según la oferta y la demanda.

Pero eso, en la práctica, no es visible ni creíble. No sólo no existe un libre mercado, sino que los mismos empresarios que lo profesan como credo religioso, incluyen entre sus costos algunas estrategias para obtener beneficios y hacer que el mercado les favorezca. Por ejemplo, pagan campañas políticas, diputados en el Congreso, ministros gubernamentales, interventores de empresas descentralizadas, universidades privadas de culto neoliberal y hasta algunos columnistas de prensa y “analistas independientes”, para estar tergiversando este tema en los medios de comunicación. Ha sido el colmo que se ha visto hasta altos jerarcas de las Iglesias haciendo anuncios para ingenios y otro tipo de empresas.

La impunidad en los delitos contra la Canasta Básica se solapa en las esferas estatales; las empresas gozan de total impunidad para mover a sabor y antojo los precios del pan, las gasolinas, la carne y, en fin, todos los productos de la economía familiar.

Lo peor de todo es que no se ve por dónde hay espacio para mejorar; ni siquiera un ápice de esperanza, en el cual se crea que todo está por cambiar pronto. Cuando se intenta tener una mejora sustancial en contra de la corrupción, el mercantilismo y las prácticas monopólicas, son los mismos empresarios quienes mueven las cuerdas de los títeres que han (im)puesto en los tres organismos del Estado, e impiden que se hagan cambios. Por ejemplo, la Ley Anticorrupción y la eliminación del secreto bancario, en las cuales se ha evidenciado que los mismos emporios empresariales han bloqueado la aprobación, a través de sus diputados.

Y no, no se ve esperanza alguna, y la luz que antes brillaba al final del túnel, se apagó, porque cortaron la corriente eléctrica por falta de pago.

No hay comentarios: