martes, 9 de abril de 2013

Magias parciales de la Odisea

Triple autorretrato de Norma Rockwell.

Cuando Odiseo finalmente se libera de Calipso, ya habían pasado veinte años desde que salió de Ítaca. Sin duda que tras diez años de guerra, y diez años intentando regresar a casa, el héroe griego habría tenido serias dudas sobre su identidad.

Calipso lo había retenido por siete años y como había pasado con otros héroes, los dioses la estaban obligando a dejarlo marchar. Bajo su protección, Odiseo todavía es sometido a su última tentación, cuando Calipso le ofrece la inmortalidad a cambio de quedarse con ella. Pero como sabemos, no accede, construye una balsa y se va, para terminar naufragando por última vez en Esqueria, la isla de los Feacios.

El rey de la isla, Alcínoo, y su hermosa hija Nausica, no saben la identidad del náufrago. Lo llevan a la corte, en donde ofrecen un banquete en honor de Odiseo, quien aún no ha revelado su nombre. Como parte de la fiesta, Demódoco empieza a cantar la gesta de la Guerra de Troya, que culminó gracias a la estrategia de Odiseo de ofrecer el famoso caballo, y destruir Ilión. El astuto héroe griego empieza a llorar al escuchar el relato del cual él mismo es el protagonista.


Debió de haber sido una gran conmoción el escuchar la historia en la que él era el protagonista, como verse a un espejo luego de mucho tiempo de no hacerlo, y ver una imagen que no corresponde a lo que se creía. Odiseo, para entonces, se habría sentido derrotado tras diez años de constantes naufragios; incluso, debió de haber dudado que él aún conservaba su lugar como Rey de Ítaca, y hasta debió de haber dudado de la fidelidad de Penélope; todo ello comprensible, luego de haber vagado por una década, lo que haría creer que ya nadie se acordaba de él.

Decía, pues, que Odiseo para ese momento debió sentirse avergonzado, sobre todo porque él aún no se había presentado con sus credenciales de héroe y rey, sino que aún conservaba su imagen de marinero náufrago y desconocido. Tras ser sorprendido con el relato en el cual debió verse como un espejo, Odiseo no tuvo más opción que presentarse y contar todo lo sucedido desde que salió de Troya hasta que llegó a las costas de Esqueria.

Me llama la atención es sensación que habría tenido Odiseo, al escucharse como parte de un heroico relato, del cual ya no se sentía identificado. O al menos, le sorprendía identificarse de nuevo, como ya no se recordaba. Fue necesario volver atrás, rememorar su historia, para reencontrar ese hombre que antes fue.

Borges, en su ensayo “Magias parciales del Quijote”, recuerda otras historias en que ocurre este mismo efecto. Por ejemplo, recuerda que en Don Quijote de la Mancha, en la segunda parte, todos los personajes habían leído la primera parte (escrita diez años antes), y que reconocían al Caballero de la Triste Figura por la descripción del libro. Borges analizaba que con esto Cervantes hacía que todos los que habían leído la primera parte, se convertían prácticamente en personajes de la segunda parte, y que nos invitaba a reconocernos dentro de la historia (y no fuera de ella), tal y como le pasó a Odiseo, que de ser personaje sufrió por un golpe de conciencia al verse como espectador.

Otro ejemplo bastante claro que ofrece Borges es el de Hamlet, cuando el Príncipe de Dinamarca hace representar sobre el escenario la historia de la muerte de un rey; cuando Claudio, su tío y vigente monarca, ve la escena, se vio a sí mismo y dio por sentado que su sobrino sabía la verdad, sobre que él había asesinado a su hermano, para quedarse con el trono.

En Mil y una noches, dice Borges, también ocurre lo mismo, puesto que en la noche número 92, Scheherezade le cuenta al Rey una historia sobre un rey que cada noche se desposa con una virgen para decapitarla al amanecer, es decir, le cuenta su propia historia.

El escritor argentino advierte sobre otros fenómenos en que estamos invitados a vernos a nosotros mismos, como le pasó a Odiseo, o Hamlet. Por ejemplo, con un mapa en relieve gigante, el cual estaríamos viendo la ubicación en que estamos parados en ese momento, en el cual (en caso de ser perfecto) debería haber una representación nuestra en la que nos podamos ver representados, viendo un mapa, más pequeño aún, en el cual haya una representación de nosotros mismos, viendo un mapa  el cual debería haber otra representación nuestra, cada vez más pequeña, en ciclos infinitos interminables.

Sorprendentemente, Borges no menciona a Odiseo en esa reflexión.

Borges concluye que la fascinación de este juego de espejos, en que nos reconocemos por estímulos externos, no es más que el juego de un gran libro de Historia, en el cual está relatada la historia de la humanidad, escrita (sin tener la conciencia de ello) por la misma Humanidad. Juegos que, por cierto, gustaban mucho de Borges, y con los cuales lo acusaron falsamente de estar enamorado del infinito, cuando en realidad sus reflexiones se mostraban muy humanas; el mensaje original de Borges no era reflexionar sobre el infinito, sino en la identidad humana.

Todo esto me lleva a recordar las teorías de Jacques Lacan, en el que acertadamente propone, a través de su Fase del Espejo, que nosotros no llegamos a conocernos internamente, sino por estímulos externos. Es decir, que nosotros aprendemos a vernos a través de un espejo, y que a lo largo de nuestra vida seguimos conociéndonos viéndonos desde fuera hacia dentro; usualmente, nos conocemos por lo que la gente dice de nosotros, y no por lo que nosotros creemos sobre nosotros.

En la mayoría de las veces, esta opinión externa choca con la imagen que tenemos de nosotros mismos; por ejemplo, el Odiseo que se veía fracasado como náufrago, y se reconoció en el héroe griego de la historia del triunfo en Troya. Esta opinión externa nos puede provocar un choque en nuestra percepción, ya sea porque creemos tener una imagen positiva, pero la opinión pública dice lo contrario, o viceversa, aunque en el primer caso el impacto es peor.

A lo que voy es que en la mayoría de los casos, hemos aprendido a reconocernos a través de estímulos externos, por lo que dicen y opinan de nosotros, pero no somos capaces de vernos y reconocernos nosotros mismos.

Obviamente, en ambas percepciones (externa e interna), la imagen puede ser falsa. Sin embargo, requiere mucha madurez el aprender a verse a sí mismo y reconocerse, y pulir esa imagen propia según lo que la gente opina de nosotros.

2 comentarios:

Mariano dijo...

Lo dijo bien San Fito:

si uno se mirase desde afuera sin piedad...
sin llorar, sin bondad
sin jamás dejarse engañar
sin hablar, sin pensar
sin tocar las flores del mal...

Mariano dijo...

Lo dijo bien San Fito:

si uno se mirase desde afuera sin piedad.

sin llorar, sin bondad
sin jamás dejarse engañar
sin hablar, sin pensar
sin tocar las flores del mal..