miércoles, 27 de junio de 2007

¿Homenajes?

Los homenajes en Guatemala más que justos, son innecesarios; surgen cuando la gente ha muerto; se dan ayudas económicas cuando ya no se necesita.

Justos homenajes se han realizado en estos días. El primero que me viene a la memoria es el de las numerosas páginas que se han escrito en torno a la muerte de Otto-Raúl González. Para mí, está muy bien. Recordar su trascendencia poética y política, es necesaria. Lastimosamente, la mayoría de artículos no hacía más que recordar su largo exilio en México y su poemario “Voz y voto del geranio”, como si él sólo hubiera sido eso.
El poemario en mención está en boca de todos, pero nadie hizo –o yo no lo leí– un comentario sobre ese texto, como si sólo hubieran consultado una página de Internet para ver cuál fue su libro más destacado, y repetir el dato. Como se sabe, “Voz y voto del geranio” fue escrito aún durante la dictadura de Jorge Ubico, cuando la gente no tenía “voz ni voto”, por lo que el título, por sí mismo, era chocante contra el poder de turno.
Además, para quienes hayan practicado la jardinería, sabrán que el geranio es de las plantas más dóciles, que con un poco de tierra florecen y se multiplican rápidamente; si se usa esta imagen como símbolo de las clases bajas, se puede intuir que el poemario realmente era políticamente revolucionario y poéticamente bello.
Cuando Otto-Raúl González vino la última vez a Guatemala a recibir el doctorado honoris causa por la USAC, Diario La Hora le dedicó el suplemento cultural del 5 de mayo al poeta, y cubrió la entrega del grado académico del 7 del mismo mes. Los homenajes, a mi parecer, se hacen en vida.
Ahora, cuando Otto-Raúl ya no puede decir “gracias”, han proliferado los artículos, de sus “amigos” recordando cuando estuvieron juntos, una tarde de copas; otros hablaban de sí mismo, se congratulaban a sí mismo por haberle dado el Premio Nacional de Literatura, condecoración justamente otorgada. Sin embargo, la noticia de cuando vino por última vez a Guatemala, apenas mereció una fotografía en las páginas de sociales, y de forma tardía.
Lo mismo me parece del Premio Nacional de Literatura otorgado a Mario Roberto Morales, quien lo ganó con pleno merecimiento. Sin embargo, como el mismo Morales dijo: “Algo es algo. En este sentido, la exigua cantidad de cincuenta mil quetzales expresa lo que para la clase política nuestra vale un escritor; eso es lo que vale una vida dedicada a la literatura para el establishment, no se eroga más porque la clase dominante no ve que valga más. Yo le agradezco a los jurados por darme el premio; lo acepto pero no lo idealizo porque sé que es el máximo premio que un país iletrado es capaz de darle a un escritor.”
Los homenajes en Guatemala más que justos, son innecesarios; surgen cuando la gente ha muerto; se dan ayudas económicas cuando ya no se necesita. La semana pasada, el Ministerio de Educación entregó los fascículos “Cien historias de éxito”, donde se relataba la vida de cien guatemaltecas y guatemaltecos destacados. Uno de ellos era Mateo Flores, cuya gloria aún me hace temblar de emoción. Al terminar la actividad, Mateo Flores salió sin hacer mucha bulla, y buscó un taxi. El piloto le dijo el precio para llevarlo a casa, y, probablemente por lo caro, desistió de ello. Se fue a pie. Un transeúnte decía al taxista: “¡Es Mateo Flores! Debería llevarlo gratis”. Pero no. Así son los homenajes en Guatemala; quieren exaltar a las figuras en los escenarios, pero que la cotidianidad coman mierda.

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