sábado, 4 de julio de 2009

Ictericia social: “Días amarillos” de Javier Payeras


Hace pocos meses, el escritor guatemalteco Javier Payeras publicó su más reciente libro titulado Días amarillos con el sello editorial de Magna Terra. Ésta es su segunda novela, la cual forma parte de una trilogía compuesta por la anterior Ruido de fondo.


Días amarillos es la historia de un escritor potencial, que tiene la intención de escribir, pero antes debe sobrevivir, por lo que acepta el puesto de reportero redactor en un semanario amarillista, La Alerta.

Este semanario -en la vida real de Guatemala- ha de ser el semanario La Extra, que circula en el país, de donde Payeras se alimentó de algunas historias de la “vida real”. Sin embargo, la historia no es, principalmente, sobre la violencia, sino sobre un escritor, más bien, un poeta, condenado a vivir entre muertes horribles y noticas sobre niños que nacen con cachos de cabra y ovnis vistos en pleno centro histórico.


Este protagonista poeta intenta soportar esa condición sufrible, mientras consigue algo mejor, o mientras culmina alguna novela o poemario que lo lleve a iniciar una vida literaria. Pese a esa esperanza, se va consumiendo en la crónica diaria de una ciudad de Guatemala que cada vez es más esperpéntica.

El argumento sería ése, aunque probablemente no haya una línea narrativa cronológica definida. En realidad, la historia se va intuyendo, dadas las condiciones iniciales del trabajo de reportero de semanario amarillista, y seguirle la huella a través de un diario íntimo.


En este diario íntimo, el protagonista va describiendo líricamente su sentir; el texto roza la prosa poética, y la narración se esfuma. La cronología sólo se va siguiendo gracias a las fechas del diario.

El protagonista se va consumiendo en una sociedad indolente. “Hice tantos pactos con el diablo que lo llevé a la quiebra y a mí ya no me que alma adentro” (página 24), exterioriza para ejemplificar su condición.


Y es que, para el protagonista de Días amarillos, ya no hay muchas opciones. No es posible salir de esa vida anormal, porque de por sí ello no es viable para sus intenciones. “¿Acaso no es en sí la vida “normal” un fracaso?” (p. 23)


Se trata, pues, de un escritor que intenta sobrevivir. Como parte de las muchas reflexiones que hay en el libro, se considera la condición de los literatos en el país. “En fin, estas son puras son puras especulaciones librescas, la verdad es que nos la pasamos casi siempre sin un quinto y por eso no tenemos novias, ni el valor suficiente como para suicidarnos, así que nos juntamos a platicar de literatura para olvidarnos de lo absurdo de nuestras vidas. Y como eso es precisamente lo que yo hago, vivir de lo absurdo, veo la cosa con optimismo.” (p. 42)


“Eso nos hace sentirnos los raros, los personajes de nuestras propias historias, aunque no seamos más que estampas folclóricas o perdedores con delirios de trascendencia.” (p. 43)


Días amarillos empieza a encajar en el rompecabezas de la obra completa de Payeras. En su anterior novela, Ruido de fondo, se relataba la historia de un desempleado, también con tintes de poeta, que vagaba por la ciudad describiéndola con un lirismo negro. En su segunda novela, se enlaza por partes con la primera: “No me aburre la soledad, me aburre no saber qué hacer con tanto ruido.” (p. 44)


En sí, la ciudad es, más que el reportero amarillista, la principal protagonista. Obviamente, aunque no lo diga, es la ciudad de Guatemala, en donde reina la anarquía, según el narrador: “La ciudad es cada vez más grande, pero crece como la gordura: sin orden, sin nada, solamente grasa y desechos. Así, ¿quién puede decir que ésta no es una ciudad grande?” (p. 47)


Y, enlazándola con la violencia, leit motiv de Días amarillos, la ciudad es el escenario de crímenes que espantan, en el marco de arquitectura que aún intentan reclamar hidalguía: “Edificaciones que alguna vez lucieron la gloria de tiempos más triunfales y aristrocráticos, ahora son hoteles donde de vez en cuando descuartizan a una que otra prostituta.” (p. 49)


Precisamente, uno de los temas del libro es la indolencia ante la situación que nos ha conducido habernos acostumbrado a tanta violencia, quizá como consecuencia de una sociedad de posguerra. Las calles de la ciudad capital, principalmente el Centro Histórico, donde se desarrolla la mayoría de la capital, está llena de personajes esperpénticos, que lejos de conmover, pasan ya inadvertidos, como esos “borrachos ciegos que ya ni siquiera causan compasión.” (p. 45)


“Estamos llenos de locos. Locos vestidos de mugre que reptan por todos lados buscando algo, una bolsa con papas podridas, un cigarro a medias, un poco de alcohol o cuando menos una pasta de dientes para comérsela entera.” (p. 45)


Pero, sobre todo, la temática central juega alrededor de la ictericia, que es una enfermedad motivada por distintas causas, que básicamente tornan la piel amarilla. Le da a los recién nacidos si no toman el Sol mañanero; le da a los alcohólicos cuando sufren algunas inflamación del hígado, o, quizá, da por un fuerte enojo o por exceso de bilis.


La ictericia, más que enfermedad, es un síntoma. La piel amarilla no incomoda a las capacidades físicas; sólo es visual, y, por ende, a veces la gente no le presta atención. Al igual que a nuestro deterioro social.

La ictericia juega con el título de la novela, que bien puede referir el amarillismo del semanario del reportero protagonista, o bien la ictericia que sufre por el alcoholismo que tiene; o, también, puede ser por la ictericia que sufrimos la sociedad -sobre todo la centroamericana- por tanta violencia y porque no nos alumbra ni el Sol (metafóricamente).


Nuestras ciudades son amarillas: “Amarillo e irrespirable. Se necesitan pulmones artificiales para soportar este aire. El humo hace que las ideas aborten, hace más cansado este ir y volver sin decir o hacer nada.” (p. 33)


Al final, el reportero de La Alerta se va consumiendo entre la muerte cotidiana y el alcohol: “Me duelen los huesos, me siento cansado. Estoy amarillo, sudo amarillo, veo amarillo. Le dicen ictericia. En la clínica me dijeron que puedo durar varios años si dejo de beber y si compro el medicamento. Quiero seguir vivo y para eso necesito ser el mismo. Esta es una enfermedad de alcohólicos, de promiscuos o de vagos. Dentro de unos tres o cuatro meses el amarillo será tan café como el color de mi orina. El hígado me habrá crecido al doble y me pesará de tanto líquido retenido. Seguramente no podré caminar mucho. / Estos son los últimos días amarillos de un hombre amarillo.” (p. 88)


Días amarillos, en realidad, es una inteligente alegoría sobre la sociedad guatemalteca de la posguerra.

FICHA TÉCNICA

PAYERAS, Javier. Días amarillos. Guatemala: Magna Terra, 2009. 95 páginas. ISBN: 99939-931-6-2

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por la reseña. Al parecer esta historia es la versión guatemalteca de uno de los libros del chileno Alberto Fuguet.

Anónimo dijo...

que fue llevada al cine por un peruano. Tinta Roja que llama.

Mario Cordero Ávila dijo...

Gracias por la sugerencia sobre Fuguet. Espero algún día leer ese libro y ver la película.

MarianoCantoral dijo...

Javier Payeras, es dueño de un estilo narrativo muy singular y de una temática muy urbana que no ha sido tan explotada por los escritores Guatemaltecos, acaso porque hay que recorrer muchas calles y riesgos.

La lectura de textos de Payeras es amena, lumínica y lúdica, juega con sus y nuestros sentimientos, en el mejor sentido, eso se agradece, nos agita los ojos, las visceras, los corazones, como obligándonos a abrir los ojos y las neuronas y diciéndonos, date cuenta dónde estás parado, hacé algo.

Buena reseña, bien fundamentada y adecuada para nuestra realidad.

Lester Oliveros dijo...

De Javier Payeras solo tengo que decir que ha logrado encaminar su vida atravez del desvario y el guaro, y hacerse con mucha disciplina el ejemplo de artista que debemos seguir. punto.