jueves, 16 de septiembre de 2010

Yo no soy chapín (I)

El chapín hecho en Guatemala. Además del finado Eduardo Zarco, no sé a quién más se le pudo haber ocurrido tremenda cosa. Más bien, no sé de dónde habrá surgido que los propios guatemaltecos -sobre todo los capitalinos- se nos dio por llamarnos así.

Sé, al menos, que cuando José Milla creó su versión literaria del chapín (en sus Cuadros de costumbres, publicado en 1882), ya se había hecho costumbre el denominarse así. Acá les presento la descripción medular de Milla:



“El tipo del verdadero y genuino chapín, tal como existía a principios del presente siglo, va desapareciendo, poco a poco, y tal vez de aquí a algún tiempo se habrá perdido enteramente. Conviene, pues, apresurarse a bosquejarlo antes de que se borre por completo, como se aprovechan los instantes para retratar a un moribundo cuyo recuerdo se quiere conservar. El chapín es un conjunto de buenas cualidades y defectos, pareciéndose en esto a los demás individuos de la raza humana pero con la diferencia de que sus virtudes y sus faltas tienen cierto carácter peculiar, resultado de circunstancias especiales. Es hospitalario, servicial, piadoso, inteligente; y si bien por lo general no está dotado del talento de la iniciativa, es singularmente apto para imitar lo que otros hayan inventado. Es sufrido y no le falta valor en los peligros. Es novelero y se alucina con facilidad; pero pasadas las primeras impresiones; su buen juicio natural analiza y discute, y si encuentra, como sucede con frecuencia, que rindió el homenaje de su fácil admiración a un objeto poco digno, le vuelve la espalda sin ceremonia y se venga de su propia ligereza en el que ha sido su ídolo de ayer. Es apático y costumbrero; no concurre a las citas, y si lo hace, es siempre tarde; se ocupa de los negocios ajenos un poco más de lo que fuera necesario y tiene una asombrosa facilidad para encontrar el lado ridículo a los hombres y a las cosas. El verdadero chapín (no hablo del que ha alterado su tipo extranjerizándose), ama a su patria ardientemente, entendiendo con frecuencia por patria la capital donde ha nacido; y está tan adherido a ella, como la tortuga al carapacho que la cubre. Para él, Guatemala es mejor que París; no cambiaría el chocolate, por el té ni por el café (en lo cual tal vez tiene razón). Le gustan más los tamales que el vol-au-vent, y prefiere un plato de pipián al más suculento roastbeef. Va siempre a los toros por diciembre, monta a caballo desde mediados de agosto hasta el fin del mes; se extasía viendo arder castillos de pólvora; cree que los pañetes de Quezaltenango y los brichos de Totonicapán pueden competir con los mejores paños franceses y con los galones españoles; y en cuanto a música, no cambiaría los sonecitos de Pascua por todas las óperas de Verdi. Habla un castellano antiquísimo: vos, habís, tené, andá; y su conversación está salpicada de provincialismos, algunos de ellos tan expresivos como pintorescos. Come a las dos de la tarde: se afeita jueves y domingo, a no ser que tenga catarro, que entonces no lo hace así le maten; ha cumplido cincuenta primaveras y le llaman todavía niño fulano; concurre hace quince años a una tertulia, donde tiene unos amores crónicos que durarán hasta que ella o él bajen a la sepultura. Tales son, con otros que omito, por no alargar más este bosquejo, los rasgos principales que constituyen al chapín legitimo, del cual, como tengo dicho, apenas quedan ya unas pocas muestras.”


Pese a que, a como lo pinta Milla podría ser pintoresco o caricaturesco, se sabe, hoy día, que el término “chapín” fue originalmente despectivo, y tuvo sus orígenes en tiempos de la independencia, desde que se oían voces de emancipación (San Salvador, 1811) hasta después de 1821.

Todo surgió con el conflicto periindependentista. Los salvadoreños y los nicaragüenses estaban insatisfechos porque ellos eran los verdaderos motores de la economía centroamericana, y Guatemala únicamente obtenía ganancias al comerciar los productos.

Con la independencia de España (que vino tarde, porque en realidad no les interesaba a los centroamericanos), el conflicto consistía en que, si no era a España, ¿con quién comercializar? Como primera opción, surgió anexarse a México, para que éste sustituyera a España en su labor de “gran mercado”. Los chiapanecos, por ejemplo, estuvieron ajenos a este conflicto, ya que para ellos era más fácil comerciar directamente sus productos a través de la Nueva España que con Guatemala, a la cual pertenecían según la distribución administrativa de la colonia.

La tensión fue más fuerte en salvadoreños y guatemaltecos. Según el historiador Aníbal Chajón Flores, durante la Colonia, los salvadoreños designaban peyorativamente a los capitalinos (Guatemala) con el mote de “chapín”, ya que escuchaban este sonido en nuestro hablar, por la predilección por el fonema /ch/. Además, los chapines eran zapatos altos, gracias a suelas de corcho, obtenidas por el árbol de alcornoque, lo cual tiene la connotación negativa de creer los “muy muy” (por lo alto), pero sin cimientos fuertes (el corcho), además de que podría fácilmente derivarse en “cabezas de alcornoque”.

Los chapines, al igual que los comerciantes guatemaltecos de la Colonia, eran considerados elegantes, pero incómodos y poco prácticos para el trabajo. En otra connotación, chapín podría ser una apócope de gachupín, con el cual denominaban a los españoles recién llegados a Centroamérica, por lo que el denominar chapín era denotarlos como que todo tenía olores a querer continuar con el sistema económico.

Por su parte, los guatemaltecos denominaron a los salvadoreños como “guanacos”, que en jerga colonial se denominaba así a las personas curiosas, a tal punto de importunar. Es decir, como decimos ahora, “shutes”.

La palabra “guanaco” no siempre denominó a los salvadoreños. Anteriormente, se le denominaba así a los habitantes de Chiquimula y todo su feudo (Jutiapa, Zacapa, Jalapa, El Progreso), por considerarlos shutes. Pero, durante la independencia, se denominó así a los salvadoreños, porque éstos fueron los que más injerencia querían tener en las decisiones políticas.

Es conclusión, “chapín” y “guanaco” surgen como algo despectivo. No sé en qué momento aceptamos ambos países los motes. En todo caso, el chapín sólo buscaba denominar al capitalino, y no a todos los habitantes del territorio que hoy día se le conoce como Guatemala.

Sobre todo, en estas épocas independentistas, la palabra “chapín” se escucha por la radio, televisión y periódicos, como haciéndonos creer -al igual que José Milla- que ser chapín es ser guatemalteco.

2 comentarios:

.: arte-sano :. dijo...

Que atinado argumento. Siempre he pensado que Guatemalas hay tantas y los capitalinos creen que todo se reduce a ser chapin.

pablo ixcot dijo...

yo hace tiempo vi una película(mexicana) tonta pero con un gran mensaje. Le preguntaron a una muchacha en un concurso: )¿que haría si fuera presidente de su país? ella contesto: lo primero que haría es cambiarle el nombre al país,porque se llama estados unidos mexicanos, pero que todos los lugares son diferentes. que el pueblo de donde ella era no era igual que la capital. que a ella desde pequeña le enseñaron a llamar las cosas por su nombre. y es lo que pienso. CHAPIN=capitalino, porque tomar un apodo para el país que solo es para un grupo.