miércoles, 21 de diciembre de 2011

La voz en el desierto


En la tradición cristiana -recordada sobre todo en estos días por los rituales católicos-, la figura de Juan el Bautista es muy importante, ya que su voz resuena en las vísperas de los inicios de la actividad pública de Jesús. La Iglesia Católica, en su ciclo de lecturas, ubica esta historia no en forma cronológica, sino que siguiendo un criterio pedagógico lo ubica previo a la celebración del nacimiento de Cristo.

La figura de Juan el Bautista es encantadora. Previo a él, la tradición judía había registrado profetas más importantes por sus logros, o al menos con una voz más poética. Pero a Juan le correspondió el privilegio de haber antecedido a Jesús, por lo que su papel cobró más relevancia.

Él se define como la “voz que clama en el desierto”, alejándose de la tradición de los profetas que gritaban en la plaza o frente a los palacios. Seguramente, en ese tiempo hubo otros “activistas” que gritaban en estos lugares más públicos, quizá con el ansia de ganar protagonismo, lo que equivaldría a estar hoy día acusando con denuncias falsas en el Ministerio Público, o subido en un banco dentro del Hemiciclo del Gobierno, o vanagloriándose de sus logros en la ONU. Por ejemplo.

Pero Juan gritaba en el desierto. Donde nadie lo oía. Donde nadie pasaba, salvo por necesidad. Pese a ello, la insatisfacción espiritual de las personas ha hecho que siempre busquen algo más que los llene, y que a veces no lo encuentran en los Megatemplos o en los centros comerciales. Entonces Juan empezó a recibir cada vez a más gente, a tal punto que hasta el mismo Jesús acudió a él, previo a iniciar su misión.


Como la mayoría recordará, los gritos de Juan no eran de confort. Él terminó en la cárcel y, finalmente, con su cabeza en una bandeja de plata, por denunciar las mañas del entonces Rey, a quien le criticaba la corrupción, la falta de transparencia, la violencia en la región y por haber vendido soberanía nacional a manos del Imperio Romano, algo así como haber cedido los derechos de explotación del oro, petróleo y el gas, en reservas naturales, y a regalías casi a cero.

Pero lo que más le dolió al entonces Rey es que Juan le haya criticado su reciente divorcio, artimaña ejecutada sólo para adquirir más poder y evadir una norma constitucional para ser reelecto rey.

Discúlpenme, pero creo que a veces confundo la historia de Juan, de hace dos mil años, con la realidad de hoy día, sobre todo en Guatemala, y me pregunto si habrá algún Bautista que esté gritando en el desierto. Obviamente, para los más literales, rápido dirán que en nuestro país no hay zonas tan áridas, por lo que desecharían mi pregunta. Pero en cambio, le rogaría que pensara en esas personas que constantemente están denunciando los abusos, la corrupción y la violencia, y que su voz queda como si estuvieran gritando solos en el desierto.

A veces, así me siento yo.

Anthony de Mello, el jesuita famoso por sus libros de espiritualidad multirreligiosa, publicó en “El canta del pájaro” una versión alterna a la figura de Juan el Bautista, aunque no indica su nombre.

Y dice él que un profeta empezó a gritar en el desierto, para anunciar la Buena Nueva y denunciar todo lo malo. Al inicio, mucha gente se congregó para escucharlo. Pero al paso de los días, la gente empezó a dejar de ir, hasta que finalmente el profeta se quedó solo.

Una vez, uno de sus antiguos simpatizantes pasó por el desierto y escuchó al profeta que seguía gritando, y le preguntó que si no se había dado cuenta de que nadie lo escuchaba. Entonces, el profeta le respondió: “Antes gritaba para que los demás no cayeran en la tentación; ahora grito para que YO no caiga en la tentación”.

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