Mario Vargas Llosa, en su nuevo
libro La civilización del espectáculo, comenta, entre otros temas, sobre la
frivolidad de la política actual. Analiza que las campañas políticas contemporáneas
se formulan desde la óptica de la publicidad y el mercadeo, lo que provoca que cada
vez tengamos funcionarios más faranduleros en vez de estadistas.
Y como muestra, no podemos obviar
el reciente ejemplo de las elecciones en México, donde Enrique Peña Nieto ha
demostrado torpeza política, pero su imagen de galán de telenovela le bastó
para ganar. Y, para más inri, la próxima Primera Dama mexicana será una
protagonista estelar de series televisivas.
La visión de Vargas Llosa parece
dar en el clavo. Y aunque él estaba pensando en casos europeos, como el de
Francia, con el escándalo del divorcio de Sarkozy y su posterior matrimonio con
la cantante Carla Bruni; o en Italia, con los affaires de Silvio Berlusconi. Pero en nuestros países tropicales
también sucede eso. Justamente, ayer el presidente guatemalteco comentaba, en
una entrevista radial, que en Guatemala se daba mucho la crítica al político, especialmente
porque acá no había farándula.
Esto es una verdad a medias, porque
ciertamente no tenemos un mundo farandulesco. Sin embargo, las críticas a los
políticos no es por satisfacer nuestras necesidades de chismear, si no porque
los funcionarios se lo ganan a pulso.
Hay diputados, por ejemplo, que
se vuelven famosos por ver mujeres en bikini en horas de trabajo, en vez de
debatir sobre los temas nacionales. Claro está, que quién puede discutir en el
Congreso si hay quien monopoliza el micrófono por cinco horas, haciéndonos
gastar el pago de dietas para escuchar palabras vacías. También tenemos ministros
que llegan como John Rambo a desbloquear los bloqueos, o altas funcionarias que
se hacen cirugías plásticas o que se visten a la moda, conscientes de que el
Palacio o el Congreso son nuestras “alfombras rojas”.
El problema de lo farandulesco es
que los espacios públicos están ocupados por figurines. La mayoría de nuestros
funcionarios saben cómo sonreír y robar cámaras, pero no tienen la menor idea
de cómo funciona el Estado y cometen muchos errores, ya sea por inexperiencia o
por ignorancia (o ambas). Solo unos pocos políticos experimentados logran
mantener su puesto, por la necesidad de que cierta maquinaria estatal avance,
sobre todo en el Congreso. Pero el resto puede ser catalogado como maniquíes
para lucir corbatas y finos collares.
Es un gran problema, porque en
esta llamada democracia “representativa”, tenemos que fiarnos de estos
funcionarios electos por nosotros. Pero ellos solo son fachadas, y detrás de
ellos está el verdadero poder, grupos a quienes les conviene tener un rostro
agradable dando la cara en la televisión, mientras a escondidas se formulan las
políticas públicas que solo a ellos los favorecen.
Para ser sinceros, el análisis de
Vargas Llosa no es novedoso, porque desde la Antigua Roma viene aquella vieja
fórmula de que al pueblo hay que darle pan y circo. La diferencia de los
tiempos modernos es que el circo ya no es costeado por el Estado, sino que los mismos
politiqueros son los actores principales de esta farsa farandulesca que ellos
dicen llamar “desarrollo”. Y, mientras tanto, el poder detrás del trono,
continúa operando libremente, aprovechando la distracción. Y, si de vez en cuando
algún farandulero político propone un cambio, rápidamente el Poder Verdadero
emite un veto, aduciendo la no idoneidad en una reforma constitucional, o la
inconstitucionalidad en alguna ley para el desarrollo rural.
Claro está que no a todos les
interesa nuestra farándula nacional. Eso solo es de interés para las comidillas
de los hoteles de la Zona Viva, o en la recientemente emperifollada Sexta
Avenida del Centro Histórico. En la Guatemala profunda, la rural, la campesina,
la hambrienta, la descalza y la trabajadora (todas esas Guatemalas que se han
negado a reconocer constitucionalmente) se encuentran a la espera de que
termine la función y que se empieza a favorecer más el pan, y menos el circo y
la farándula.
Pero, lamentablemente, como reza
otro viejo y conocido refrán: “El show debe continuar”.
2 comentarios:
Parece ser que se fue por la tangente al hablar de Guatemala y su falta de notoriedad en el ambito del espectaculo y olvidar hablar del contenido del libro de Vargas Llosa. O me equivoco y hablarnos del libro no era su proposito?
Muchas gracias por opinar. Mi objetivo era hablar sobre nuestra farandulesca política nacional. La alusión a Vargas Llosa solo fue un motivo, una entrada para introducir al tema que me interesaba. Quizá debí hacerlo notar, o bien rematar el artículo retomando el libro. Quizá usted vino a esta página, buscando información sobre el nuevo libro de Vargas Llosa. Espero poder hacer una reseña en breve sobre ese tema.
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