Este próximo jueves 26 de julio, Raquel Meller, segunda
esposa de Enrique Gómez Carrillo, cumplirá medio siglo de haber fallecido. Con
motivo de esta efeméride, revisitaremos al cronista guatemalteco en cuanto a su
estética así como con su vida amorosa, tan legendaria y prolífica.
Meller fue una famosa cupletista española de la primera
mitad del siglo XX. Dominó casi por veinte años los escenarios, proclamándose
en París, a donde llegó de la mano de Gómez Carrillo; desde allí, extendería su
fama a Londres y otras grandes ciudades europeas, Buenos Aires y Estados
Unidos.
La fama de Raquel Meller es innegable; pero de tres cónyuges
del cronista, ella quizá es la más enigmática. No existen muchos testimonios
directos de la relación entre ambos. De hecho, la figura de la cupletista se
diluyó luego de la Guerra Civil española, y hubiera muerto en el olvido si no
hubiera sido por dos películas a finales de los años cincuenta.
Para la década de los cuarenta, Meller continuaba con su
estilo de cupletista. Pero el gusto español estaba cambiando, con nuevos
espectáculos y otras formas de entretenimiento. La cantante quizá también haya
sufrido por la transición del cine mudo al sonoro, ya que realizó dos películas
del primer tipo, y la guerra le interrumpió su segundo filme con sonido.
Para los cincuenta, ya no era habitual de los escenarios y
muy pocos se acordaban de ella. Fue hasta 1957, con la presentación de la
película, El último cuplé, de 1957, estelarizada por Sara Montiel, que se
reavivó el interés por ese género musical.
Una de las últimas fotografías tomadas de Raquel Meller, previo a su muerte. |
Esta película parecía un guiño para Meller, ya que su
argumento consiste en una cupletista ya olvidada, y que con el empujón de un
amigo se anima a reiniciar su carrera. El último cuplé dio paso a otras
películas del mismo estilo de Montiel. Al año siguiente, se estrena La violetera, película basada en el cuplé que Raquel Meller
hiciera famoso.
Tras estos dos filmes, la cupletista intentó retomar y
reavivar su carrera artística, pero ya no fue igual. En ese momento, ella tenía
70 años y gran parte del encanto lo había perdido ya. Sin embargo, las
películas sirvieron para recobrar su recuerdo. Cuatro años después de La
violetera de Montiel, Raquel Meller murió; sus exequias fueron
multitudinarias, y la prensa especializada resaltó su trayectoria artística.
MOMENTOS DE FAMA
Cabe recordar, también, que no solo fue Gómez Carrillo quien
se encandiló por Meller. En 1930, Charles Chaplin intentó convencerla, sin
éxito, para que protagonizara con él Luces de la ciudad, que se estrenaría un
año más tarde. Por la negativa de la cupletista, el papel de la florista ciega
finalmente fue interpretado por Virginia Cherrill. La razón de la negativa,
quizá, fue que Meller se encontraba en plena fama y realizaba una gira por
Estados Unidos con una agenda bastante apretada. Una prueba de la huella que
provocó Meller en Chaplin fue que incluyó en el filme la famosa canción La
violetera, que habría escuchado de la cupletista. Sin embargo, en la película,
el cineasta omitió, por ignorancia o por descuido, dar crédito a esta canción,
lo que provocó que José Padilla, el autor de este cuplé, interpusiera una
demanda legal para recibir crédito y, por supuesto, regalías.
Según otras versiones, Chaplin, en realidad, le había
ofrecido interpretar a Josefina de Behaurnais en un filme sobre Napoleón que
pensaba filmar. A la luz de los años, ya es imposible corroborar estas
versiones.
Raquel Meller durante el rodaje de la película “El relicario”. |
Tras su gira por Estados Unidos (1926), se encontraba en su
período de mayor fama. En su actuación en Nueva York, según marcan las crónicas
de espectáculos, el telón se levantó 23 veces y hubo que apagar las luces para
obligar al público a retirarse. Cobraba, entonces, $1,100 por función, una suma
absurdamente exorbitante para la época. Sin embargo, la gira completa se
canceló por discusiones con el empresario, lo cual tuvo que ver con el genio de
la cupletista.
Para entonces, Raquel vivía en los más caros hoteles de
Francia. Poseía un palacio en Versalles, una quinta en Villafranche-sur-mer, un
chalet en Ciudad Lineal, Madrid. Entre sus objetos de colección, contaba con
una sillería del Primer Imperio y numerosas obras de arte: Rodin, Carrière,
Renoir, Toulouse-Lautrec, Matisse, Picasso, Sorolla y otros pintores españoles.
Tenía un piano de laca color crema, que había sido de Mozart.
Todas estas propiedades se perdieron tras la Segunda Guerra
Mundial, debido al embargo que le hiciera el Gobierno francés por problemas con
el fisco.
CON GÓMEZ CARRILLO
Al retroceder varias décadas desde este hecho, busquemos el
posible momento en que nuestro Gómez Carrillo conoció a la cupletista en 1917.
Sin duda alguna, debemos imaginarnos al guatemalteco viviendo, como siempre, su
particular bohemia. Metido en un cabaret de Madrid o Barcelona, habría visto a
Meller participando en un programa teatral de variedades. Como era usual en la
estética del cronista, supo apreciar esa escena con sus cinco sentidos y
percibió algo más de lo que espectador promedio supo ver.
El mundo literario de Gómez Carrillo rehúye del lugar común.
Por eso, debemos agradecer hoy día que el cronista no buscara únicamente la
belleza en donde era fácil apreciarla. Así como prefirió describirnos la
miseria de Japón o de Madrid, o la humanidad de los campos de batalla como
fenómeno estético literario, él también buscaba el ideal de la belleza femenina
en ese mundillo oscuro y cabaretesco.
Acostumbrado a exaltar el esfuerzo de las bailarinas, darle
brillo a los teatrillos lúgubres y encontrar lucidez en las conversaciones de
plena bohemia, supo ver la belleza que se encontraba detrás de esa cupletista,
que estaría luciendo vestidos de utilería y maquillaje hecho a la carrera tras
bambalinas, auxiliada por un pequeño espejo de mano. Supo ver que esa mujer era
una estrella; no lo parecía, pero se imaginó que podría dar luz no solo los
cabarets, sino que también los grandes escenarios parisinos y madrileños, y
también deslumbrando en giras por Sudamérica y Estados Unidos, e incluso
dominando el arte escénico de la pantalla grande.
Un retrato pintado de la cupletista, elaborado en 1918, más o menos la fecha en que frecuentaba con Gómez Carrillo. |
Para entonces, el cuplé era considerado un arte menor, una
cancioncilla adecuada para una picardía de cantina y hacer soñar a los bohemios
allí reunidos. Según recuerda Gómez Carrillo, a Raquel Meller le recomendaron
abandonar el cuplé y dedicarse, más bien, a la comedia. Pero nuestro cronista
le sugirió que no. Él, en su visión de la belleza, supo ver que el cuplé con
Meller sería elevado a una categoría adecuada para ser interpretada en los
grandes escenarios. Y no se equivocó, porque Meller supo elevar el cuplé, y se
hizo digno de los grandes escenarios.
Luego de frecuentar sus espectáculos por varias noches
seguidas, Gómez Carrillo habría logrado acercarse a Meller. El cronista refiere
en uno de sus textos que cada noche, aunque escuchase la misma interpretación,
le parecía siempre diferente, porque Raquel lograba dominar el escenario, el
movimiento y la voz.
Lo asombroso en Gómez Carrillo, y he allí parte de su
estética, es saber exaltar la belleza en donde otros no la ven.
Es probable que la voz de Meller sonara muy aguda. Según
podría intuirse tal como la describe Gómez Carrillo, era de corta estatura y
extremadamente delgada; su rostro era pálido, demacrado y desvelado, producto
de una vida dura sobre las tablas; un pelo rebelde, del cual tenía que aceptar
que se despeinara fácilmente.
Pero el cronista, en un texto suyo publicado en El libro de
las mujeres, la describe de este modo:
Hela ahí, andando a pasos cortos, algo inclinada hacia la izquierda, demasiado frágil para su ‘toilette’ de muñeca Pompadour… (…) Su voz de cristal sonríe, irónica, y sus ojos tienen guiños de marquesita recién salida del convento… Es una anécdota de cuerpo de guardia, cantada por una abadesa…. Luego, más alta de un palmo, más delgada, ondulando cual una bailadora de tango argentino, con la cabellera doctamente desgreñada, con labios sinuosos, que son nidos de tentaciones; con las ojeras muy azules en una faz muy pálida, evoca la orgía montmatresa y es la imagen temible y adorable de una dama cuyas camelias hubieran trocado en orquídeas envenenadas…
No cabe duda, tras leer este texto, que Gómez Carrillo ya
estaba completamente enamorado de Raquel. Pese a esta visión de estética
decadentista, Meller debió haber encantado a todos con sus movimientos
escénicos, sus gestos, su picardía, su forma de vestir, o simplemente por esa
aura aldeana que llegaría a engrandecerse en los escenarios parisienses, y que
provocaba estupor al conjugar la ingenuidad y la sofisticación al mismo tiempo.
Raquel, la innumerable; así la llamaba el escritor guatemalteco.
MATRIMONIO Y DIVORCIO
Dos años de esta relación frecuentándose cada noche, él como
espectador, ella como cupletista, habrían provocado el acercamiento un poco más
íntimo, de amigos. Quizá por acuerdo entre ambos, o bien porque Gómez Carrillo
se concedió ese derecho, el cronista se convirtió en el promotor artístico de
Meller. Es el año de 1919, cuando Gómez Carrillo publica el tercer tomo de Treinta años de mi vida, dedicado a Meller. Ese mismo año, también publica un
texto sobre ella, en El libro de las mujeres, donde incluye un texto sobre
ella.
De la mano de Gómez Carrillo, Meller viaja a París, quizá no
por primera vez; el cronista, en su función de promotor de la cupletista,
decide mover sus influencias para asegurar un éxito mediático de Meller. En
primer lugar, edita el libro Raquel Meller, siempre en 1919, en el cual
compila las opiniones de los más destacados escritores y artistas de España de
la época, con autores de la talla de Jacinto Benavente. Gómez Carrillo, en esta
publicación, se limita a escribir un prólogo, en español y traducido al
francés, en búsqueda de convencer al público parisino del arte de Meller.
Además, mueve a sus amistades en los periódicos franceses,
quienes se inclinan a escribir reseñas favorables para a cupletista. No sé si
por mérito de Meller, o por la amistad con Gómez Carrillo; seguramente por
ambas razones.
Pero a Gómez Carrillo no le bastaba la relación de promotor
con la artista. Según testimonios, nunca lo habían visto tan cautivado con una
mujer desde Zoila Aurora Cáceres Moreno, su primera esposa. A la relación como
promotor y amante, se le sumó la relación como esposos, contrayendo nupcias en
una boda sencilla en Biarritz el 7 de septiembre de 1919. Tras terminar la
temporada parisina, Gómez Carrillo decide presentar a Meller en Argentina, así
que se embarcan en un lujoso crucero, para una gira artística que también
sirvió como luna de miel.
Sin embargo, la miel se acabó muy rápido, porque las excentricidades
de ambos, en especial las del guatemalteco, empezaron a socavar la relación.
Gómez Carrillo también había movido sus influencias en los periódicos
argentinos para que anunciaran, con toda la pompa posible, la llegada de
Meller. Y ciertamente así lo hicieron. Sin embargo, un periódico publicó la
noticia con la fotografía del cronista, lo que encendió la ira de Gómez
Carrillo, batiéndose en duelo con el periodista.
Tras la temporada argentina, la nueva pareja volvió a
Barcelona, donde Meller se sentía como en casa. Allí, Gómez Carrillo se empezó
a ausentar del hogar, justificando que por su labor de periodista debía hacer
tal o cual entrevista; pero Meller empezó a sospechar que su marido continuaba
con su habitual costumbre de visitar a sus amantes. Tras una corta estancia,
volvieron a París en donde el guatemalteco ya no se preocupaba mucho por
guardar las apariencias. Para entonces, Meller ya era un fenómeno que llenaba
cada noche las salas y ganaba muchísimo dinero con sus espectáculos.
Para nadie es extraño reconocer que Gómez Carrillo tenía
realmente sangre en las venas y una fuerte personalidad, y defendía a muerte
sus posturas. Pero también es conocido que Meller tenía una personalidad
caprichosa, que con los años llegó a ser maníaca. Y a pesar de que se amaban
inmensamente, las peleas entre ambos también eran como luchas de elefantes;
poco a poco, las riñas se fueron haciendo más evidentes en público. Tras una
fuerte pelea, presenciada por amigos de ambos, el fin de la relación se
precipitó. Semanas después, la noticia del divorcio no sorprendió a nadie,
apenas al año siguiente de la boda.
Después de Gómez Carrillo, Meller continuó con más de quince
años de éxito. Se convirtió en la artista más famosa del mundo del espectáculo,
al menos de París, y, por consecuencia, la mejor pagada. Incluso por encima de
Carlos Gardel y Maurice Chevalier, otros grandes de la música que tenían mucho
éxito entre Barcelona y París en esa misma época. Es perceptible, en este
punto, que la influencia de Gómez Carrillo sirvió como un buen empujón para
Meller entre la prensa, pero que el éxito posterior fue ganado a pulso por
ella.
CONCLUSIÓN
Raquel con Elena, la niña que adoptó en Argentina,aparentemente junto a Gómez Carrillo. |
Tras el divorcio, Gómez Carrillo intentó reconquistar a
Meller, quien lo rechazó con energía, no porque no lo amara, sino porque sabía
que sus genios chocaban fuertemente. Para darle celos, el guatemalteco empezó a
frecuentar a otras artistas y cupletistas españolas, intentando impulsarlas mediáticamente
como lo hiciera con Meller. De esa serie de amoríos, se puede recordar a Lina
Astolfi, Laura Santelmo, Isabelita Ruiz y Cándida Juárez. Pero ninguna alcanzó
el brillo ni la fama de Raquel Meller.
Años atrás, antes de casarse, Gómez Carrillo había escrito
sobre Meller:
Todos recuerdan la elegancia desdeñosa con la cual, dirigiéndose al amante abandonad, cantaba hace años el cruel ‘No pretendas que yo te vuelva a querer…’ ¡Era tan mujer en aquel gozoso modo de vengarse con aire de tranquila y piadosa altivez…!
Quizá nuestro cronista no imaginaba en ese
momento que él mismo merecería ese desdén posteriormente.
2 comentarios:
Excelente este artículo de Mario Cordero recordando el 50 aniversario de la muerte de Raquel Meller. Es posible que los jóvenes que lo lean se enterarán que la música popular no fué inventada por Madonna o Lady GaGa. Necesitamos urgentemente escritos como éste, bien investigado y bien redactado, porque estamos en peligro de perder la memoria del pasado.
Muchas gracias por su comentario. De hecho, por las cifras que implicaba Raquel Meller en su época (pago por cada presentación, montajes, cantidad de personas utilizadas, cantidad de público interesado, gasto mediático, etc.), son comparables a Madonna y Lady Gaga. Quiero decir, si Lady Gaga o Madonna hubieran vivido en la época de Meller (con el mismo éxito actual), hubieran tenido lo mismo que Meller, o viceversa.
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