jueves, 18 de octubre de 2012

Althusser nunca vio a Dora, la Exploradora



Cuando se inventó la televisión, y ésta empezó a llegar a los hogares, se vendía bajo el ideal de que este aparato iba a reunir a la familia, para que juntos observaran el programa favorito de todos. Sin embargo, décadas después, la televisión ha sido, más bien, motivo de desunión. Y, aunque toda la familia esté reunida para ver un programa, en realidad son soledades quienes lo están observando. Este hecho ha merecido que la televisión merezca más críticas como destructora de la cultura y de inteligencias.

El fin de una generación futbolística



Cuando ya faltaban cuatro minutos para el final del partido entre Estados Unidos y Guatemala, Carlos “el Pescado” Ruiz fue sustituido por Dwight Pezzarossi. Su esfuerzo durante todo el partido le provocó finalmente la sobrecarga en los músculos y se desgarró. Al salir, no solo dejaba el partido, sino que significaba su despedida con la Selección de Futbol.



En la presente eliminatoria, Carlos Ruiz anotó seis goles, que se sumaron a los 55 anotaciones marcadas con la Azul y Blanco, que lo convierte en el máximo goleador de todos los tiempos con la Selección de Guatemala. “El Pescado” confirmó anoche que ya no jugará de nuevo un partido oficial con la Selección, lo que pone fin a una generación de la que él fue el referente.

Una justicia sin trincheras



El 29 de diciembre de 1996, las campanas de la Catedral sonaban jubilosas, celebrando la llegada de la Firma de la Paz. Centenares de personas se congregaron en la Plaza de la Constitución para observar la histórica rúbrica. El general Otto Pérez Molina, hoy presidente, estampaba su nombre en el documento, al igual que los cuatro comandantes de la insurgencia (hoy día, dos ya fallecieron). Sin embargo, la paz no llegó, solo la firma; la guerra terminó, pero no la violencia y mucho menos se puso fin al odio.

Desde enero de ese año, el recién estrenado gobierno de Álvaro Arzú priorizó la Firma de la Paz, como paso necesario para el desarrollo del país. Y tenía razón. El problema es que se concibió la necesidad de “paz” solo como un paso necesario para atraer la inversión extranjera, pero no como proceso para resolver los conflictos históricos.