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martes, 10 de noviembre de 2009

Semblanza de un Ingeniero en Aerodinámica Neumática Automotriz (¡pinche cabrón!)


Hay algunos oficios que son simplemente apasionantes y deseables. Uno de ellos es el de Ingeniero en Aerodinámica Neumática Automotriz, o más conocido como “dependiente de pinchazo”.


Al contrario de oficios y profesiones en que es un quebradero de cabeza hallar soluciones, el “dependiente de pinchazo”, o dicho –de ahora en adelante, pinche cabrón- no tiene más que tres opciones, las cuales se las sabe de memoria.


  • a) o la llanta está pinchada con, al menos, un puyón,
  • b) tiene los bordes malos (que nadie sabe qué significa), o
  • c) falla la válvula.


El procedimiento es muy simple. La llanta es introducida en un baño lleno de agua con jabón, y donde empieza a ver que sulibeya (esta palabra es de los Mejía Godoy), cabal allí está la zona para trabajar.


Los pinches cabrones nos tienen a sus pies. Sólo cabe una posibilidad de escapatoria: de que usted haya reemplazado la llanta por la de repuesto.


Sin embargo, si usted llega con la llanta a medio pincharse, o no tiene llanta de repuesto, al pinche cerote (perdón, pinche cabrón) no tiene otro remedio que utilizar su propio tríquet, y dejar el carro ahí a medio levantar, sin posibilidad de decir: “sabe qué, mejor vuélvame a poner la llanta y me voy a ir a otro lado”.


Queeeee… Primero sale más fácil de la Prisión Preventiva que de las fauces del pinche cabrón. Ahí está usted a su merced. Debe esperar la evaluación, la cual puede ser como la siguiente:


  • - Fíjese que está pinchado (claro, eso usted ya lo sabía), pero no le puedo poner parche, sino que debe ser con tubo - tiende la trampa la hábil araña.
  • - ¿Y cuánto cuesta, pues? –dice la ingenua mosca, a medio paso de caer en la telaraña.
  • - Mmmmmh (se queda pensando el muy cerote, como que si no supiera; lo que pasa es que estima la ingenuidad del cliente)… como unos 45, con todo y todo –dice sin parpadear ni tragar saliva.
  • - Pero, y ¿por qué? Yo miro que la llanta todavía está lisa –se intenta salir la mosca, sin saber que ya está sobre las cuerdas pegajosas de la red.
  • - Sí, pero es que los bordes ya están malos, también –dice, sin explicar qué eso de los bordes.
  • - Pos, ni modo – dice el cándido cliente.


Lo mismo ocurriría si fuera la válvula, un pinchazo (que a veces se convierten en dos o tres) o si simplemente le falta el aire.


Y como parte del oficio, también sabe echar casaca. Por ejemplo, si el carro es grandote, así tipo Surunban de narco, el pinche sabe echarle color, y le empieza hablar de cosas caras pero grotescas, y el otro se emociona hablando de pistolas, chuchos agresivos y otros objetos para autoestimas bajas. Pero si el carrito es chiquito y ya todo echo mierda, el pinche se echa en la bolsa al cliente y se refiere al cacharro como “El poderoso”.


  • - Fíjese que yo leí una vez que hay un carros, Chrysler creo yo, que si se pincha una llanta, se puede seguir conduciendo, sin necesidad de repararla – pregunta el cliente, todavía dolido porque le va a sacar más de 50 morlacos.
  • - Sí, es cierto –dice con una actitud casi paternal –pero ya ve, que por eso es que la Chrysler ya dio las Nylontex S.A… ¡JAAA! Si yo soy Ingeniero Neumático, pero porque mi padre me ensartó el negocio, pero yo bien hubiera sido corredor de bolsa –explica con incredulidad hacia sí mismo.


Los pinches son culeyes por naturaleza. La otra vez, sobre la 10a. calle, entre 2a. y 3a. avenida, me abrieron el baúl y me robaron la llanta de repuesto y la herramienta para cambiar la llanta. Además, me cambiaron una de las llantas buenas que tenía el carro, por una a punto de romperse… y todo ello, bajo la mirada vigilante del cuidacarros.


Cuando me di cuenta, tenía una llanta en mal estado y sin repuesto. Por suerte, a la vuelta había un pinchazo.


  • - Compa, me hace la volada de ir a cambiarme la llanta, sólo que está a la vuelta –pregunto yo, creyendo aún en la bondad.
  • - No se puede - responde sin dejar de tallar en una llanta.
  • - Pero si es acá a la vuelta - insisto.
  • - Sí, pero no se puede – reitera más necio él.
  • - Al menos prestame un tríquet, es que fijate que me rob…
  • - No se puede –interrumpió sabiamente, antes de que empezara la chillona.


Cuando por fin conseguí un tríquet y llevé la llanta, él me dice, aprovechando la ocasión:


  • - Tengo tríquets en oferta.


El negocio del pinchazo es muy rentable. Lo supe por mi amigo Ronaldo, alias Carne Asada (o Cholojo, como posteriormente se deformó el apodo), estudió conmigo en la universidad, y mientras su “dependiente” trabajaba en el Pinchazo, él se echaba los tragos con nosotros, en esas interminables discusiones sobre la homosexualidad en “El hombre que parecía un caballo”, o sobre quién había motivado más cambios en la década de los ochenta (mi hipótesis inicial fue para Cyndi Lauper).


Y él, entre copa y copa –que por cierto nunca patrocinaba- ofrecía sus productos.


  • - Fijate, vos, que ahí tengo unas llantas que son Firestone, pero las doy baratas porque no tienen la marca tatuada aún – me ofrecía a partir del tercer octavo.


Pero, a pesar de toda la tirria que podría tenerle a los pinches -sobre todo hoy que tuve que pasar con uno-, ésta es una de los oficios a los cuales me hubiera gustado ejercer: sin complicaciones, sin estrés y con la parsimonia de saber que el cliente tiene que esperar, le guste o no le guste.