Soñé que estaba hospedado en hotel de Europa, cuando vi en la televisión que informaban sobre el fraude de una persona en un cajero automático, robándose 122 millones de dólares. El reportaje televisivo era muy bueno, y explicó, paso por paso, cómo lo consiguió. Entonces, yo intenté hacer lo mismo en el cajero automático del mismísimo hotel en que me encontraba. Así que lo hice, y, de repente, salió el mensaje de espera:
ESPERE UNOS MINUTOS
ESTAMOS PROCESANDO SU SOLICITUD
Entonces, por la pura fuerza, salieron dos monedas de un dólar cada una, y luego un billete de a veinte dólares, y después uno de a cien. Y, así, en un loop impresionante. Me imaginé –en mi sueño, por su puesto- que esa operación la haría un millón de veces, hasta completar los 122 millones de dólares.
Empecé a suponer que el cajero automático se estaba sobrecalentando, cuando empecé a ver que los billetes salían quemados, es decir, como que si fueran galletas que están mucho tiempo en el horno.
Ya estaba tardando demasiado, y yo, que estaba en el lobby del hotel, temía parecer demasiado sospechoso. Entonces, entró mi papá, a quien lo imaginé –en el sueño, por supuesto- como Andrés García, pero ya viejito. Seguramente, mi subconsciente recordó los últimos capítulos que vi de la novela El privilegio de amar, en repetición, doce años después, en el canal Telenovelas.
Yo estaba muy apenado, porque pensaba que mi papá se iba a dar cuenta de lo que hacía. Entonces, como por suerte del destino –cosas que sólo ocurren en sueños- el cajero terminó la operación, pero no sabía si era porque ya me había dado mis 122 millones de dólares, o porque se había quedado sin dinero.
Entonces, entró mi hermanita menor, la que nunca tuve, que se parecía –en el sueño, por supuesto- a la niña que aparecía en la serie Mi profesor favorito; y dijo: “Es ridículo que no puedan capturar a alguien con 122 millones de dólares en efectivo, porque eso forma un montón de billetes, imposible de cargar”.
Me empezó a entrar pánico, porque ahora no sabía cómo esconder todo el dinero que había sacado del cajero electrónico. Sobre todo, porque sabía -en el sueño- lo difícil que es llevar ahora mucho dinero en efectivo en los aeropuertos.
Era tal mi angustia, que me vi forzado a despertarme.
Tras algunos minutos de haberme despertado, reflexioné sobre lo que hubiera hecho. Hubiera gastado todo lo que hubiera podido, e incluso hubiera comprado varias maletas para llevarme toda la mercancía y hubiera pagado sobrepeso, sin importar cuánto era. Ya en el aeropuerto, hubiera tirado en el baño el dinero que me sobrara, sin importar cuántos millones fueran.
Tras varias horas de haber reflexionado esta solución, me di cuenta de que era inviable, empecé a cuestionarme de dónde había sacado tanta mulada y me juré a mí mismo, como si fuese un propósito de Año Nuevo, dejar de jugar tanto Mafia Wars.
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