Con motivo de la cancelación del programa televisivo -reality show, más bien- en el Reino Unido, Big Brother, (probablemente, por ello) soñé anoche que éste, es decir, el Big Brother, se hartó de todo y quiso poner fin a su presencia, y puso una nueva regla: 168 horas para asesinar a cuantos quisiéramos. Eso sí, de por medio, había que haber una “buena” justificación.
El objetivo era que ya el mal se había arraigado tanto en el mundo, y por ello, como fue en su tiempo el Diluvio Universal o el Ángel Exterminador, habría una nueva época en que habría una nueva limpieza, pero esta vez a cargo de nosotros, es decir, de los humanos.
Ni lentos ni perezosos, todo mundo salió a las calles y empezó a matar a cuantos caígan como cucharada de aceite de hígado de bacalao antes de desayuno. Uno tras otro, de los que tenían la sangre más pesada, iban cayendo.
Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de la oportunidad de oro que teníamos, y que por una vez en la Historia Universal de la Humanidad, la opción estaba en nuestras manos para cambiar de una vez por todas este mundo. Así que, de a poco, los asesinatos justificados simplemente por cómo nos caía la gente, empezaron a ser menos. Al principio -que fue como al segundo o tercer día de la nueva regla del Big Brother-, decayeron los asesinatos, ya que no sabíamos a quién o a quiénes. Pero de a poco empezamos a razonar y a hacer justicia por nuestras pistolas.
Además, matar sólo por matar tenía su contraparte, porque -según las reglas del Big Brother- esto se hacía como un acto de justicia, y si se mataba sin justificación, entonces alguien podría matar al victimario también como acto de justicia, y con justificación.
Entonces, cada quien hacía justicia y se cuidaba sus espaldas. Al fin de las 168 horas, el mundo era, francamente, mejor. Sin embargo, había una sorpresa más.
Al finalizar el plazo impuesto por el Big Brother, empezaron a surgir de las reposaderas, donde se habían escondido, los políticos cobardes y mañosos, que habían huido, sabiéndose que perecerían con las nuevas reglas. Y, al concluir el plazo, salieron como si nada, queriendo retomar sus puestos de trabajo, lo cual significaba que se mantuviera el status quo.
Con todo el pueblo -lo recuerdo bien en el sueño- nos quedamos desconcertados, sin saber qué hacer. Pero, lo que no nos habíamos dado cuenta, es que el Big Brother, en realidad nos había enseñado una forma de organizarnos y de no dejarnos. Y, a pesar de que el plazo había vencido, decidimos autogobernarnos y matar a cuanto reptil rastrero había quedado. Y los resultados, para los mañosos, fue peor.
En las 168 horas, nos habíamos especializado en las formas más violentas de hacer justicia, y ahora podríamos refinar nuestro arte con esas ratas de dos patas. Tatuarles los testículos era una caricia comparado con lo que les hicimos.
Entonces, sí, el mundo fue mejor. Sin quién quisiera dirigir nuestras vidas.
Sólo de vez en cuando salía -en el sueño, por supuesto- Emiliano Zapata y decía: “Creo que ya es hora de empezar a sembrar”, y tomaba su azadón y empezaba a echar punta. Nosotros lo seguíamos, como una de las pocas autoridades que reconocíamos.
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