jueves, 15 de julio de 2010

Borges, el Mundial y el Infinito...


El Mundial de Futbol es un evento mediático a nivel planetario. No hay otro evento que acapare tanto la atención, por lo que evadirlo es casi imposible. Los críticos del Mundial aducen que se trata de la reinvención del opio social, una nueva religión que acapara la atención, y que embrutece a la población. Sin más ni más, se le cataloga como un evento que estupidifica a la Humanidad, y que, en el mejor de los casos, los críticos lo clasifican como una reedición de las Guerras Mundiales, en donde el orgullo nacionalista es lo importante... ¡ah!, y correr detrás de un balón.

¿Me pregunto si algo bueno no saldrá de esto? Me parece que hasta entre los mismos amantes del futbol encuentran motivos de indignación durante el Mundial. Por ejemplo, el que quizá sea el más sonado. Es el partido entre Inglaterra y Alemania. Los teutones logran aventajar rápidamente en el marcador con dos goles, lo que les permitió refugiarse en su defensa.

Con dos goles en contra, casi desde el inicio del partido, los ingleses presionan y a fuerza de coraje logran descontar. Pocos, poquísimos, minutos después, un disparo desde fuera del área de Frank Lampard, volante inglés, pega en el travesaño, rebota atravesando la línea de gol, pero caprichosamente la pelota se sale.



El portero alemán, Manuel Neuer (quien después confesó que había observado que la pelota ingresó en zona de gol), se avivó y tomó rápidamente el balón, actitud que hizo dudar al árbitro de validar la anotación, por lo que dejó continuar las acciones.

Este gol que no se validó hubiese significado el empate a dos goles entre ambas selecciones. El tiempo continuó y se fueron al medio tiempo con la ventaja alemana. Los ingleses, que resintieron la frustración por la anotación no validada, ingresaron al segundo tiempo desmoralizados. Según el técnico de la Selección Inglesa, el italiano Fabio Capello, si el árbitro hubiese validado el gol, el resultado hubiera sido distinto, y no el resultado final de 4 goles a 1, a favor de Alemania, que supo aprovechar la desesperación y la desmoralización de los ingleses.

Como decía, voces de los más fanáticos se alzaron clamando "JUSTICIA" y analizando el sistema de arbitraje, comparando a los réferis con los encargados de los sistemas penales de los países, como que si sus decisiones erróneas no afectaran a un simple juego, sino que una guerra campal, en la que debe ganar el mejor, olvidándose que, al final de cuentas, esto es un juego y un entretenimiento.


Más críticas surgieron contra los árbitros, sobre todo cuando sus apreciaciones erróneas afectaban con goles en contra de equipos, por ejemplo, el gol de Argentina contra México, entre otros tristemente recordados.

Otros, un poco más listos, recordaron que en 1966, en la final del Mundial de Inglaterra, el país anfitrión ganó el campeonato gracias a un gol similar, incluso un poco más dudoso por la falta de tecnología. La victoria de Alemania en el 2010 se observaba como un ajuste de cuentas, o que el karma del futbol por fin hacía justicia, y los teutones ganaron de la misma forma en que fueron vencidos 44 años atrás.

JUSTICIA INFINITA

A grandes rasgos, yo sigo considerando a los partidos de futbol como un simple juego. Me regocijo en las grandes jugadas, los grandes goles y atajadas, así como también de las "picardías" de los jugadores, como la de Neuer, o la de Carlos Tévez, quien después reconoció que él sabía que estaba en fuera de lugar cuando anotó el primer gol contra México.

Y me regocijo porque el futbol es un juego. Los errores de un árbitro también son parte del juego, y no deben compararse como la negligencia de un médico que podría costar una vida humana. El futbol no se trata de vidas, sino de entretención.

Sin embargo, me parece muy interesante el pensar que hubo cierta resignación entre los ingleses, e incluso entre los alemanes, por recordar el gol fantasma de 1966, y que el llamado "dios del futbol" recompensaba y componía la plana.

En realidad, la vida es así. Si tomamos en cuenta un evento puntual, sobre todo en el que se sufre una injusticia, podríamos pensar que sí, la vida es injusta, pero rara vez nos damos cuenta que la vida es infinita y que, tarde o temprano, ocurrirá otro evento que balancee las fuerzas, como cuando alguien pierde cien quetzales en la calle, en el momento en que se iba a comprar una bagatela, pero que, en un momento de una emergencia, como una enfermedad, por ejemplo, se encuentra un billete perdido en una bolsa del pantalón, o dentro de un libro.

Recuerdo, por ejemplo, un pasaje de un cuento de Jorge Luis Borges (1899-1986), titulado "El inmortal" (1949), publicado en el libro El aleph. En la narración, Borges evalúa las posibilidades de la humanidad, que por ser infinita (o inmortal, en los términos del cuento) termina por resarcirse a sí misma.

"Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi con desdén. Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una sentencia de Heráclito. El pensamiento más fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy."


El anterior es un fragmento del cuento de Borges, en que el personaje (que modifica su nombre a lo largo de la narración, debido a que, en realidad, es un personaje colectivo que personifica a la Humanidad) se da cuenta de la justicia infinita.

Con el gol no convalidado a los ingleses en el Mundial, es simplemente la justicia infinita que se cobraba. El momento de alegría que se coronó con levantar la copa en 1966, ya no significaba nada ante el dolor de la derrota en 2010. Por el contrario, las lágrimas derramadas por los alemanes en la derrota de hace 44, ya habían sido resarcidas, y, más bien, ya nadie se acordaba, por la victoria.

Sin embargo, nuestra condición de seres humanos hace que sintamos ahogarnos en un vaso de agua en un momento coyuntural muy puntual. Pero casi nunca reconocemos cuando se nos resarce el daño. Nuestros valores relativos son puntuales, y casi nunca hacemos la suma de daños y éxitos, que al final de cuentas, en una vida feliz, la suma de esta cuenta debería tener un saldo de cero. En realidad, una vida feliz reconoce que a veces se está arriba y otras abajo, y no necesita hacer la suma.

El que ayer fue ex Presidente, y se reía mañosamente robando al pueblo, hoy está durmiendo en un catre. Quizá hacer la suma nos haría creer que en realidad el delincuente sale ganando, pero, créame, nadie en su momento de desgracia se considera libre de sufrimiento, y sufre mucho, y daría todo, cualquier cosa, por evitarlo. Porque quien cree que lo importante es estar bien aquí y ahora, sufrirá mucho más cuando la desgracia le venga encima, a pesar de todo, como el genocida o el dictador que, finalmente, muere solo, sin que nadie vele por él.

UN ASUNTO ÉTICO


Otro hecho muy concreto que me despierta mucho la atención, como una enseñanza ético filosófico dentro del Mundial (para contrariar a aquellos que lo discriminan por ser un evento estúpido), es la decisión que tomara Luis Suárez, delantero uruguayo, de evitar el gol en el partido entre su selección y Ghana.

Para quien no lo sepa o no lo recuerde, Uruguay y Ghana se enfrentaron en el partido por los Cuartos de Final. Al quedar empatados a un gol, se fueron a los tiempos extras. En el último minuto del alargue, un cabezazo de un jugador ghanés enviaba inevitablemente el balón al fondo del arco, lo que le daba el pase a las semifinales.

Sin embargo, Luis Suárez, delantero uruguayo, se encontraba defendiendo en la línea de gol, y decidió parar el balón con la mano, a pesar de que esto le contraería inevitablemente la expulsión.

De acuerdo con todos, se hizo justicia, esa justicia terrenal que nunca acaba de resarcir y que su sumatoria nunca es igual a cero. Se hizo justicia porque el árbitro marcó la infracción y expulsó a Suárez. No cabía castigo mayor. Sin embargo, al cobrar la falta, el delantero ghanés falló el penal, y el partido terminaba empatado; Uruguay, como todos saben, ganó después en los penales.

La posible duda existencial (si es que tuvo tiempo para pensar) hubiera consistido en que si paraba la pelota con la mano, lo expulsarían y que muy probablemente marcarían un penal el cual sería gol; pero la otra opción es no haber cometido la infracción y quedarse en el campo para tratar de apoyar a su equipo.

Como repito, no creo que en una jugada tan veloz se tenga tiempo para dudas filosóficas. Sin embargo, la rapidez con que se elige hacer una cosa o la otra refleja que se trae una conducta ya aprendida.

No se trata, como algunos criticarán, en una duda ética, en que el jugador duda en evitar la derrota a costa de algo ilegal (como Maquiavelo, que postulaba que el fin justifica los medios), o en evitar hacer algo ilegal a pesar de no conseguir el objetivo común.

Lo ético, en tiempos contemporáneos, debe entenderse simplemente como la defensa de la vida. Todo lo que atenta a la vida es antiético. Simplemente. Suárez no estuvo contra la ética, porque esto sería demasiado para un simple partido de futbol, que, como repito, debe ser entretención, y no una guerra justa en la que gana el que hace más méritos éticos.

La opción de Suárez, me satisface analizarlo, fue la de inmolarse a favor de su equipo, comprendiendo que nadie es indispensable (a pesar de que él era uno de los goleadores), y a pesar de que las posibilidades finales de éxito estaban en contra (es decir, era más probable que el penal fuera anotado).

Al final de cuentas, la opción de Suárez fue un regocijo para el intelecto; no es que quiera decir que los africanos no tenían el derecho de ganar el partido, pero si Suárez no hubiese cometido la infracción, o si el delantero anota el penal, no tendríamos ninguna reflexión filosófica que hacer.



FOTOS
1. Manuel Neuer, portero alemán, observa cómo ingresa el balón tras el disparo de Frank Lampard. Posteriormente, reconoció que él estaba seguro de que fue gol, pero sacó rápidamente la pelota para engañar al árbitro.
2. Dos aficionados uruguayos agradecen la mano que evitó el gol a último minuto de Ghana en el partido en Cuartos de Final; en caso de no haber cometido la infracción, el equipo africano hubiera accedido a Semifinales.

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