miércoles, 29 de agosto de 2012

Apología de la locura


Don Quijote, según Picasso.
No cabe duda de que la cantidad de locos en los últimos tiempos ha ido en aumento. Incluso, algunos se han hecho muy (demasiado) famosos. Por ejemplo, El Loco Higuita o El Loco Abreu, en el futbol mundial. En nuestro balompié, podemos recordar al aún vigente El Loco Rodríguez y al exportero Rogelio Flores, apodado igualmente como El Loco o El Colocho. En cuanto a la farándula, Manuel El Loco Valdés o El Loco Hugo; y en nuestra política farandulesca, al menos un diputado recibe ese mote.

Los locos no siempre han sido famosos. Antes eran más bien anónimos. Foucault, en su ópera prima, explicó la evolución del fenómeno, asegurando que en los primeros tiempos los locos convivían con la mayor normalidad con las familias. Por la carga que suponían, después las familias empezaron a deshacerse de ellos, pagando a marinos para que se los llevaran a otras ciudades. Y ante aquel desorden de locos, se optó por recluirlos en psiquiátricos, aprovechando el vacío que dejaron los hospitales para leprosos, al ser erradicada esta enfermedad.

Pero antes de que la locura fuera considerada una enfermedad, significaba otra cosa. En el ámbito literario, uno de los “locos” más famosos fue Don Quijote. Pese a confundir molinos de viento con gigantes, y bacines con yelmos, en realidad no estaba tan loco; sus razonamientos aún siguen siendo mucho mejores que los de algunos interventores de empresas portuarias.

Otro caso literario fue el del príncipe Hamlet, quien aparentó locura para que nadie sospechara de su plan de venganza. Shakespeare también utilizó la figura de la locura en los personajes de sus obras, pero siempre entre los que razonaban con mayor complejidad. Del mismo modo, Erasmo de Rotterdam trató el tema en Elogio de la locura (Elogio de la tontería, según otras traducciones).

¿Qué hay de común entre estos tres autores sobre la locura? Que en realidad hay mucha cordura en sus exposiciones filosóficas. Básicamente, la condición de “locos” se las daba el tener un sistema ético y moral, contrario a los valores sociopolíticos vigentes del momento.

Por ejemplo, don Quijote creía en una ética caballeresca, en buscar el bien, la verdad, la justicia y el amor, aun cuando este código de honor afectara a sus intereses personales. Pero esta conducta tan clara y recta era lo que motivaba las risas de los demás.

Por su parte, el príncipe Hamlet también creía en la justicia. Estaba en contra de que su tío hubiera usurpado el trono, asesinando a su padre. Él también tenía un código ético de antaño, basado en la justicia y el honor.

Obviamente, tanto don Quijote y Hamlet se hubieran acomodado a las circunstancias. Hamlet hubiera podido aguantarse y esperar su turno para ser rey. Y don Quijote hubiera podido terminar sus últimos días en paz, leyendo novelas de caballeros y de pastores. Pero decidieron lo contrario.

Don Quijote prefirió salir a “desfacer entuertos”, y Hamlet decidió hacer una venganza en que no dejó santo parado.

Disculpen tan larga digresión, solo para caer el punto al que realmente quería tocar. En el mundo actual, especialmente en Guatemala, el término de locura se sigue comprendiendo tal como en los tiempos de Cervantes y Shakespeare. Por ejemplo, ahora si un alto funcionario entra a puestos de poder, y no “se aprovecha”, es porque está “loco”. La creencia popular es que “si todos lo hacen, por qué yo no”.

En otras palabras, lo normal en  nuestros tiempos es ceder a la corrupción y la impunidad. Locura sería creer aún en la ética, la transparencia y la moral.

Urgentemente necesitamos a esos “locos”, que rechacen la comodidad de sus sillones, y salgan, como caballeros andantes para mejorar este mundo en crisis. Claro está, que si usted decide salir a “desfacer entuertos” y decide que debe luchar contra los gigantes de la corrupción, seguramente lo llamarán “loco”. Pero será una locura al estilo de don Quijote y el príncipe Hamlet, que, como ya le expliqué, en realidad estaban más cuerdos que el más acreditado asesor presidencial en materia constitucional.

A lo largo de la historia, el término de “loco” o “locura” ha sido utilizado para marginar a personas que procuran el bien. Pero es un término relativo; recuerde que Albert Einstein definía el término de otra forma: “Locura es esperar resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”, y esta definición le calza más a algunos políticos actuales, que al más loco de los internados en el Federico Mora.

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