Don Quijote, según Picasso. |
No cabe duda de que la cantidad
de locos en los últimos tiempos ha ido en aumento. Incluso, algunos se han
hecho muy (demasiado) famosos. Por ejemplo, El
Loco Higuita o El Loco Abreu, en
el futbol mundial. En nuestro balompié, podemos recordar al aún vigente El Loco Rodríguez y al exportero Rogelio
Flores, apodado igualmente como El Loco o El
Colocho. En cuanto a la farándula, Manuel El Loco Valdés o El Loco Hugo; y en nuestra política
farandulesca, al menos un diputado recibe ese mote.
Los locos no siempre han sido
famosos. Antes eran más bien anónimos. Foucault, en su ópera
prima, explicó la evolución del fenómeno, asegurando que en los primeros
tiempos los locos convivían con la mayor normalidad con las familias. Por la
carga que suponían, después las familias empezaron a deshacerse de ellos,
pagando a marinos para que se los llevaran a otras ciudades. Y ante aquel
desorden de locos, se optó por recluirlos en psiquiátricos, aprovechando el
vacío que dejaron los hospitales para leprosos, al ser erradicada esta
enfermedad.
Pero antes de que la locura fuera
considerada una enfermedad, significaba otra cosa. En el ámbito literario, uno
de los “locos” más famosos fue Don Quijote. Pese a confundir molinos de viento
con gigantes, y bacines con yelmos, en realidad no estaba tan loco; sus
razonamientos aún siguen siendo mucho mejores que los de algunos interventores
de empresas portuarias.
Otro caso literario fue el del
príncipe Hamlet, quien aparentó locura para que nadie sospechara de su plan de
venganza. Shakespeare también utilizó la figura de la locura en los personajes
de sus obras, pero siempre entre los que razonaban con mayor complejidad. Del
mismo modo, Erasmo de Rotterdam trató el tema en Elogio de la locura (Elogio
de la tontería, según otras traducciones).
¿Qué hay de común entre estos
tres autores sobre la locura? Que en realidad hay mucha cordura en sus
exposiciones filosóficas. Básicamente, la condición de “locos” se las daba el
tener un sistema ético y moral, contrario a los valores sociopolíticos vigentes
del momento.
Por ejemplo, don Quijote creía en
una ética caballeresca, en buscar el bien, la verdad, la justicia y el amor,
aun cuando este código de honor afectara a sus intereses personales. Pero esta
conducta tan clara y recta era lo que motivaba las risas de los demás.
Por su parte, el príncipe Hamlet
también creía en la justicia. Estaba en contra de que su tío hubiera usurpado
el trono, asesinando a su padre. Él también tenía un código ético de antaño, basado
en la justicia y el honor.
Obviamente, tanto don Quijote y
Hamlet se hubieran acomodado a las circunstancias. Hamlet hubiera podido
aguantarse y esperar su turno para ser rey. Y don Quijote hubiera podido
terminar sus últimos días en paz, leyendo novelas de caballeros y de pastores.
Pero decidieron lo contrario.
Don Quijote prefirió salir a
“desfacer entuertos”, y Hamlet decidió hacer una venganza en que no dejó santo
parado.
Disculpen tan larga digresión,
solo para caer el punto al que realmente quería tocar. En el mundo actual,
especialmente en Guatemala, el término de locura se sigue comprendiendo tal
como en los tiempos de Cervantes y Shakespeare. Por ejemplo, ahora si un alto
funcionario entra a puestos de poder, y no “se aprovecha”, es porque está
“loco”. La creencia popular es que “si todos lo hacen, por qué yo no”.
En otras palabras, lo normal en nuestros tiempos es ceder a la corrupción y
la impunidad. Locura sería creer aún en la ética, la transparencia y la moral.
Urgentemente necesitamos a esos
“locos”, que rechacen la comodidad de sus sillones, y salgan, como caballeros
andantes para mejorar este mundo en crisis. Claro está, que si usted decide
salir a “desfacer entuertos” y decide que debe luchar contra los gigantes de la
corrupción, seguramente lo llamarán “loco”. Pero será una locura al estilo de
don Quijote y el príncipe Hamlet, que, como ya le expliqué, en realidad estaban
más cuerdos que el más acreditado asesor presidencial en materia constitucional.
A lo largo de la historia, el
término de “loco” o “locura” ha sido utilizado para marginar a personas que
procuran el bien. Pero es un término relativo; recuerde que Albert Einstein
definía el término de otra forma: “Locura es esperar resultados diferentes
haciendo siempre lo mismo”, y esta definición le calza más a algunos políticos
actuales, que al más loco de los internados en el Federico Mora.
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