Cuando Jorge Mario García
Laguardia estaba en segundo básico, al terminar las clases en el Instituto
Central para Varones, cruzaba la calle, la 9ª. avenida de la zona 1, para
adentrarse en el Palacio Legislativo. En ese año, se debatía la formulación de
una nueva Constitución Política, la que entró en vigencia en 1945. Varias
décadas después, el doctor en Derecho y experto constitucionalista refiere que
presenció uno de los momentos más lúcidos de la historia nacional.
Una de las últimas gestiones de
Sergio Morales como procurador de Derechos Humanos, fue publicar en la
institución “Constitución y constituyentes del 45 en Guatemala”, de Jorge Mario
García Laguardia. El libro fue concluido, en su redacción, en enero de este
año. Pero la inquietud de hacerlo venía desde 1960. Desde entonces, García
Laguardia lo ha venido elaborando, pero advierte que es “un libro de larga
duración”, por los más de 50 años que tardó.
A pesar de ello, García Laguardia
está muy claro en esto: “Es el libro de mi vida”. Él ha sido una de las figuras
intelectuales más destacadas del país en las últimas décadas. Valorado no solo
en Guatemala, sino que también en México y el resto de Latinoamérica. Desde su
tesis doctoral, sobre la Constitución de Cádiz de 1812, la que en este año está
cumpliendo dos siglos de haberse promulgado, se fue involucrando en el tema del
constitucionalismo.
Además de ser el intelectual más
reconocido en temas constitucionales, García Laguardia ha desempeñado
importantes cargos públicos, como Procurador de Derechos Humanos y Magistrado
de la Corte de Constitucionalidades. Pero, a pesar de su desempeño, dice con
satisfacción que él nunca ha requerido de guardaespaldas. A veces temió por su
vida, pero ello no le hizo cambiar de opinión en cuanto a este tema. Por eso,
demuestra más satisfacción por haber culminado esta obra.
RECUERDOS
Cuando García Laguardia regresó
de su primer exilio, en 1960, le ofrecen en la Universidad de San Carlos de
Guatemala hacerse cargo del curso de Derecho Constitucional. Allí ya tenía la
inquietud de hacer investigaciones en historia constitucional, en especial con
la Constitución del 45. Ante la falta de tiempo, y por ser una tarea titánica,
requirió de la ayuda de sus estudiantes, quienes gustosos lo ayudaron. Su idea
original fue entrevistar a todos los constituyentes, dado de que la mayoría aún
estaban vivos.
Cabe recordar que para 1960, la
Constitución del 45 ya había sido derogada por Castillo Armas, y se encontraba
vigente, entonces, la de 1956. Cinco años más tarde se promulgaría una nueva
Constitución, bajo el gobierno de Peralta Azurdia. Por las condiciones
políticas en que se encontraba el país, García Laguardia tuvo algunos problemas
para que los exconstituyentes quisieran hablar, algunos porque se mantenían en
puestos de poder, y temían perder los cargos. O bien, algunos temían por
represalias, especialmente por el clima anticomunista que imperaba en el país.
Y, así, a lo largo de los años, la situación se mantuvo más o menos igual.
Un constituyente del 45 que sí
respondió de inmediato fue Clemente Marroquín Rojas. “Él, por ser periodista, y
por estar constantemente opinando, además de su carácter fuerte, no temió en
responderme. Una semana después devolvió el cuestionario”, recordó García
Laguardia.
La idea era que todos los
constituyentes respondieran las mismas preguntas. Dos personas que siempre
tuvieron limitaciones para responder fueron Carlos Manuel Pellecer Durán y
Carlos García Bauer. El primero, militante comunista, y para poder responder
debía haber realizado un largo trámite burocrático con el partido, por lo que lo
consideró casi imposible. El segundo, diplomático de carrera, supuso que su
posición de funcionario de los diferentes gobiernos militares no le permitían
opinar sobre el tema.
Pero pasó el tiempo, y ambos,
aunque con tendencias ideológicas diferentes, terminaron por responder. Ello
cuando ya no tenían compromisos laborales ni ideológicos. Tanto Pellecer como
García Bauer eran antigüeños, como García Laguardia; la suerte hizo que
coincidieran en distintos días en la ciudad colonial, y acordaran por responder.
Ambos, en su oportunidad, accedieron gustosos. Lamentablemente, ya estaban en
el ocaso de sus vidas y bastante enfermos.
De la misma forma ocurrió con
José Manuel Fortuny, a quien logró entrevistar en México, ya en el final de su
vida. El libro está conformado por las entrevistas a los exconstituyentes.
Fueron 17 en total, incluyendo los cuatro casos mencionados, así como el de
Alberto Paz y Paz, David Vela y Francisco Villagrán de León, entre otros.
El gran ausente fue Jorge García
Granados, quien fungió como presidente de la Asamblea Nacional Constituyente,
pero su voz fue capturada a través de otras fuentes documentales. Asimismo,
José Rolz-Bennet y Manuel Galich, quienes se excusaron de responder a través de
sendas cartas, las cuales se leen como anexo de este libro.
García Laguardia no solo se basó
en estas entrevistas, sino que también buscó en los periódicos de la época, el
diario de sesiones del Congreso, así como los libros de Juan José Arévalo,
especialmente “Despacho Presidencial” y “El candidato blanco y el huracán”.
UNA TRAMA DE INTRIGAS
Antes de exponer las entrevistas,
que abarcan más de la mitad del libro, García Laguardia hace un análisis de los
temas y de la historia que estuvo detrás de la Constitución del 45. Según se
lee, ésta se redactó bajo un “ambiente de intriga palaciega, tratando de
impedir o retrasar la toma de posesión de Arévalo”.
Según el autor, tras la caída de
Federico Ponce Vaides, y el triunfo popular en las urnas de Juan José Arévalo,
el triunvirato que estaba en el poder temporal se estaba dando cuenta de que
hubiera podido retrasar la elección, así permanecían más tiempo al mando. Y la
única condición que impusieron para traspasar el cargo a Arévalo Bermejo fue el
que se legitimara al nuevo Gobierno con una nueva Constitución.
Entonces, se convocó a una
Asamblea Nacional Constituyente, que fue integrada en su mayoría por
arevalistas. Pero ellos tuvieron que trabajar contrarreloj, porque debían tener
la nueva Carta Magna para antes del 15 de marzo.
Para lograrlo, muy al contrario
de lo que sucede ahora en el Congreso de la República, trabajaron arduamente
por dos meses, desde las ocho de la mañana hasta altas horas de la noche, para
finalizar el texto. Todo ello bajo fuertes presiones de los grupos de poder, en
especial del Ejército, y en menor medida de la clase alta y la Iglesia
Católica.
También, muy al contrario de lo
que ocurre actualmente, las sesiones de la asamblea llamaban la atención, y los
palcos se abarrotaban para estar al tanto de las discusiones. “Eso me consta,
porque yo estuve allí”, confiesa García Laguardia. Era tal la presencia de la
ciudadanía en las barras del Hemiciclo, que los constituyentes se dirigían a
las barras, en vez de al Pleno.
“Se dirigen exclusivamente a la
barra y que se descubre una gran desorientación ideológica o bien manifiesta
perversión”, refiere en una parte del libro.
FUERTES PRESIONES
Los constituyentes debieron
trabajar, como ya se mencionó, bajo mucha presión de los diferentes sectores de
poder, además de tener un plazo fatal. Algunos grupos hacían la presión solo
para retrasar la discusión e intentar que la Carta Magna no estuviera lista
para mediados de marzo.
Uno de los sectores que más
presionó fue la Iglesia Católica. “Desde la Reforma Liberal, la Iglesia Católica
había perdido poder, sobre todo expropiándoseles grandes terrenos. Con la caída
de los último de los presidentes liberales, quisieron recuperar parte del poder
perdido”, explica García Laguardia. Además, ya entonces empezaba la tendencia
anticomunista, que se haría más fuerte años después por influencia de Estados
Unidos, y la Iglesia Católica quería evitar que ingresara al país, tal y como
les parecía como tendencia del Arevalismo.
La Iglesia Católica, liderada
entonces por el Arzobispo Mariano Rossel y Arellano, un religioso
extremadamente conservador, presionó por todos lados. Primero, a través de tres
periódicos católicos, y también a través de Manuel Cobos Batres, líder
conservador y extremadamente religioso, que ya había liderado el Movimiento
Unionista en 1920.
Sin embargo, la Iglesia no logró
todos los objetivos que exigían; especialmente, querían recuperar algunos
privilegios como religión oficial, pero los constituyentes se negaron al
integrar al Catolicismo dentro de la Carta Magna. Al contrario, ratificaron la
libertad de culto, lo que dejó las cosas más o menos igual.
El sector que presionó más
fuertemente fue el Ejército. Aunque dos de sus líderes (Arana y Arbenz) se
encontraban dentro del triunvirato de Gobierno, los oficiales más jóvenes
tenían fue sentimiento muy fuerte en contra de Arévalo. A pesar de que los más
altos jerarcas aseguraran que iba a haber obediencia de parte de la institución
castrense, se temía que esto no fuera a ser realidad. En especial, Juan José
Arévalo temía que, al tomar posesión, los mandos medios se negaran a entregar
los cuarteles.
Así que tras negociaciones, el
Ejército impuso su propio estatuto. De hecho, los artículos referentes a la
institución no los redactaron los constituyentes, sino que vino escrito
directamente por los oficiales militares. Arévalo pidió a los constituyentes
que lo aprobaran sin cambios, puesto que, sino se hacía, se temía el
desgobierno. Además, al haberse aprobado, se ponía a prueba al Ejército, puesto
que ya no tenían excusa para entregar los cuarteles.
García Laguardia refiere que el
Estatuto del Ejército no aparece como discusión en los diarios de sesiones. Se
aprobó sin reformas. En la entrevista que García Laguardia hiciera a Clemente
Marroquín Rojas, él comentó que el propio presidente de la constituyente, Jorge
García Granados, le pidió que no asistiera a la sesión de esos días, porque
sabía que no se quedaría callado. Y no asistió.
De la misma forma, Luis Cardoza y
Aragón renunció a ser constituyente, por no avalar esta imposición del
Ejército.
El otro sector que presionó fue
el empresariado, en especial por las gestiones de Jorge Toriello, el único
civil dentro del triunvirato de Gobierno. García Laguardia comentó la siguiente
historia.
Cuando los constituyentes
discutían sobre la reforma agraria, y determinaban que la Constitución sentara
las bases para ésta, querían definir que todos los grandes terrenos incautados
a los alemanes, pocos años atrás, quedaran a disposición para la nueva
repartición de tierras. En eso, recibieron una llamada desde el Palacio
Nacional. Los constituyentes se fueron caminando desde el Palacio Legislativo
(puesto que pocos tenían carros entonces), y fueron recibidos en el Salón de los
Espejos.
Toriello habló, o más bien
regañó, a los constituyentes, y les dijo que dejen de estar discutiendo ese
tema. Obviamente, había un claro interés del empresariado para utilizar esos
terrenos incautados, por lo que no querían que se destinaran para repartición
de tierras para el agro. Toriello dio por finalizada su intervención, y el
triunvirato se levantó de sus asientos. Ya parados, José Manuel Fortuny,
constituyente, intervino, y les dijo que la Asamblea era independiente y que no
estaban dispuestos a recibir órdenes de parte del Gobierno. La situación fue
tensa, pero finalmente se fueron yendo todos. Los constituyentes, de vuelta al
Hemiciclo, caminaron en silencio, callados, sin saber qué iba a pasar.
Al reiniciarse la sesión, un
constituyentes propuso cambiar la forma de sucesión del Presidente. Ya no sería
el Vicepresidente el que lo sustituya, sino que sería el Presidente del
Congreso. Ello en represalia a Toriello, quien asumiría en marzo como
Vicepresidente, un puesto que había sido creado ad hoc para él.
UN MOMENTO LÚCIDO
García Laguardia insiste en que
este fue un momento muy lúcido dentro de la historia de Guatemala. Muchos
constituyentes venían con ideas nuevas, porque venían del exilio, desde México,
Costa Rica, Sudamérica o Europa. Y algunos, como fue el caso de Galich, que
habían permanecido en Guatemala, también tenían ideas innovadoras.
Y los logros que tuvo esta
Constitución, pese a las presiones y al revés que significó el Estatuto del
Ejército, fueron grandes avances democráticos. El derecho al trabajo, el voto
analfabeto y femenino, el principio de no reelección y, en general, los
derechos sociales y económicos para la población, incluyendo estatutos
indígenas.
El voto para los analfabetos
significó una fuerte discusión, ya que se tenía la idea de que no había que
darle el voto a los iletrados, para evitar que estas masas otorgaran el triunfo
en las urnas a los dictadores. Entonces, Marroquín Rojas hizo una férrea
defensa del voto universal: “Los responsables de toda dictadura son
precisamente las masas letradas”, no los analfabetas, justificó.
El libro tardó más de 50 años en
redactarse. Pero surge en un momento justo, sobre todo porque actualmente se
está discutiendo una reforma constitucional, la cual, a criterio de García Laguardia,
no moderniza al país, sino que lo está haciendo retroceder.
“Ojalá que este libro sea leído
por todos”, confía García Laguardia casi para concluir.
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