sábado, 11 de agosto de 2012

Un viaje por Pepe Milla, pasando por otras partes


La semana pasada, el sábado 4 de agosto, José Milla habría cumplido 190 años de nacido; el septiembre próximo también estará cumpliendo 130 años de fallecido.

Pepe Milla es una de las figuras fundantes de la literatura guatemalteca. Nacido cuando ni siquiera se había cumplido un año de la independencia centroamericana, creció junto con las recién formadas provincias del istmo. Su padre fungió como Vicejefe de Honduras en el primer gobierno de ese Estado, cuando Centroamérica estaba unida bajo la figura de la Federación.

Su padre, José Justo Milla, un hombre de armas, participó activamente en las batallas de reacomodo del poder tras la independencia; tras renunciar como Vicejefe, se alineó a las órdenes de Manuel José Arce, entonces Presidente de la Federación, para derrocar al Jefe Hondureño, Dionisio de Herrera.
 
Ese mismo año, Francisco Morazán emprendía su propia empresa para que el Partido Liberal retomara el poder. En septiembre de 1827, Morazán ingresa triunfante a Honduras y Justo Milla regresa a Guatemala, donde permanecía su hijo, quien tenía cinco años. Dos años después, Morazán (ya convertido en Presidente de la Federación) encarceló a su padre y posteriormente lo envió al exilio, a México, donde moriría en 1838.

Para esa fecha, José Milla estaba cumpliendo sus 16 años y estaba próximo a ingresar a la Facultad de Derecho de la denominada entonces Universidad de San Carlos de Borromeo. Sus motivaciones eran la escritura y la historia, oficios a los que finalmente se dedicó.

Para cuando Rafael Carrera toma su primer período de Gobierno, Milla ya era un profesional, listo para sus primeros retos laborales. La situación política, para entonces, aún era convulsa, y las ideologías cambiaban de un instante a otro, no por convicciones, sino por intereses. Entonces Milla, que tras salir de la universidad se consideraba un liberal convencido, criticó en sus inicios a Carrera, que fue llevado por los Conservadores. Sin embargo, pronto Milla se cambiaría al bando conservador, no solo porque era una ideología más consecuente con el pasado colonial de su familia, sino por conveniencia, ya que empezó a tomar empleos del sector público.

Su camaleonismo político será una constante en su vida. Incluso, tras el ingreso de los liberales al poder (1871), se acercaría a ellos, tras un corto período en los criticó. Milla fue el primer guatemalteco en plantearse una carrera como escritor profesional, a tiempo completo. Para ello necesitaba estar cercano al poder dominante, por lo que sus posturas ideológicas cambiarían según sus intereses.

NOVELISTA

La carrera como escritor para Pepe Milla inició tardíamente. En primer lugar, en 1862, con 40 años, publicó la leyenda Don Bonifacio, con la Imprenta de la Concordia C. de Guadalupe. Para entonces, Milla muy probablemente había leído novelas históricas, que por entonces se ponía muy de moda en Latinoamérica. El Romanticismo empezaba a desplazar al neoclasicismo como estética literaria. Como la tendencia más importante se encontraba la novela histórica, lo cual daba lugar para historias de ambientes lúgubres, con personajes de oscuro pasado, y que, además de la veracidad histórica, se pudiera mezclar el amor y las controversias políticas. 

Para Milla, para esa época alineado al Partido Conservador, sirvió de motivo para reforzar la ideología dominante, que básicamente propugnaba continuar con las estructuras coloniales, solo que en control de los criollos, desplazando a los peninsulares.

“Don Bonifacio” fue un primer intento, aunque sin que ejerciera mucha habilidad creadora, puesto que se concentró en contar una leyenda antigua, que por entonces ya estaba olvidada y que Milla se congratulaba en retomarla.

Cuatro años después, Milla explota en su producción, y en tres años seguidos publica sendas novelas históricas. La hija del Adelantado (Imprenta de la Paz: C. de Guadalupe, 1866), Los nazarenos (Goubaud, 1867), y El visitador (Imprenta de la paz, 1868)

Pese a su madurez personal, estas novelas aún presentan algunas inconsistencias en cuanto al estilo, especialmente la primera, La hija del Adelantado, una novela que alude a la historia de Doña Leonor de Alvarado, hija de don Pedro de Alvarado. Sin embargo, la trama da igual importancia al Conquistador español, a su esposa, Doña Beatriz de la Cueva, y a don Pedro de Portocarrero, por lo que el título no ofrece exclusivamente la historia de doña Leonor; de hecho, quizá ni siquiera sea la historia más importante.

Sin embargo, desde ya se observan sus rasgos, como el saber contar una historia con una prosa muy agradable; ambientada en la Colonia; difíciles relaciones amorosas; conflictos de poder, y, sobre todo, personajes con pasado oscuro y/o con sangre indígena (como doña Leonor).

CAMBIO

Pepe Milla parecía tener una posición cómoda con el régimen conservador. Sin embargo, con la entrada de los liberales al poder (1871), hubo un profundo cambio social en Guatemala. Sin embargo, a Milla parece no haberle afectado, pues su posición social se mantuvo más o menos igual.

Inicialmente, criticó a los liberales (así como criticó a Carrera, en el inicio de su gobierno). Tras un viaje por Estados Unidos y Europa, regresa y se acomoda de nuevo.

Por esa época, Milla viaja a Estados Unidos y Europa (especialmente Londres y París), de donde obtiene las experiencias para su nueva novela Un viaje al otro mundo, pasando por otras partes, publicado finalmente en forma completa en 1875 (Imprenta de la Paz), aunque lo había hecho ya por entregas entre 1871 y 1875.

Para entonces, Milla estaba dejando la novela histórica, y se enfocaba más en el cuadro de costumbres, otra tendencia del romanticismo tardío, del cual quizá conoció en España (especialmente de Mariano José de Larra).

Durante el régimen conservador, las novelas históricas coincidían con el ideario político, puesto que se quería despertar un orgullo por un pasado colonial. Mientras que los liberales intentaban reescribir la historia, resaltando los valores que a ellos les interesaba.

Por ejemplo, el mismo gobierno de Justo Rufino Barrios encargó a Milla escribir una historia centroamericana, la cual hizo con adaptaciones desde la visión liberal, y que entregó y publicó finalmente en 1879.

En Un viaje al otro mundo…, Milla introduce a su personaje Juan Chapín, con el cual empieza a configurar una especie de identidad nacional.

Sus posteriores obras serán del estilo de esta novela. Memorias de un abogado (Imprenta de la paz, 1876) y El esclavo de don Dinero, Don Bonifacio (Goubaud, 1881), completada por una última novela, quizá la más famosa de su bibliografía. En Historia de un pepe (Goubaud, 1882), vuelve a ambientar su historia en la época colonial, solo que ya cercana a la Independencia. Pese a ello, Milla omite detalles certeros de tipo histórico, y se mantiene con la historia, que siempre tiene conflictos amorosos y personajes de pasado oscuro.

Asimismo, recopiló sus cuadros de costumbres, artículos que aparecían originalmente en periódicos. El canastro del sastre (1864)  fue el primero, seguido de El libro sin nombre (1870), pero son más valiosos y picantes sus Cuadros de costumbres (1882), en el cual aparecen sus textos más famosos.

En sus últimos años de vida, Milla disfrutó del prestigio literario. Fue la figura principal en las tertulias de la época, reuniones en las cuales se definía qué era literatura. Para poder publicar (en periódicos o en imprenta) se requería acercarse a estas reuniones, y tener el aval de los escritores fundamentales, entre ellos Milla. Para la última década del siglo XIX, surge un nuevo escritor irreverente, que llamó la atención en Guatemala por sus críticas a Milla; se trataba del joven Enrique Gómez Carrillo, iniciando una nueva época en la literatura guatemalteca, poniendo fin al romanticismo y al costumbrismo, y abriendo las puertas al modernismo, tendencias que ya se consideran del siglo XX.

EL CHAPÍN DE AYER Y DE HOY

Pepe Milla realiza un viaje (1871-1874) por Estados Unidos y Europa, permaneciendo buena parte del tiempo en París; ello le serviría para ver desde lejos a su patria y entonces reconocer al “chapín” que él supo describir.

Cabe resaltar tres anotaciones. La primera es que cuando Milla elabora su texto sobre el “chapín”, recién había ingresado el régimen liberal al poder, por lo que este texto debe considerarse como una crítica (aún no se había alineado a ellos). Es por ello que ante la intención de los liberales de introducir el café, Milla opina, dentro del texto, que considera que jamás el “chapín” cambiaría el chocolate caliente por el té o el café, en una queja contra el cambio social que se producía en torno a esta última bebida y su producción en el país.

La segunda anotación es que Milla dice que se apura a describir al “chapín verdadero”, porque éste está desapareciendo. En el contexto liberal, el escritor estaba considerando que con el cambio social que produciría el nuevo gobierno, se perderían muchas costumbres y, en consecuencia, la esencia del chapín. Es decir, que lo escribe como una especie de reacción. Sin embargo, tanto en su observación sobre el café como en la de la desaparición del “chapín”, Milla se equivocó, porque la mayoría de las costumbres que él describió no han desaparecido, y hoy día el café es la bebida cotidiana en las mesas guatemaltecas (aunque el chocolate se siga consumiendo, sobre todo en días de fiesta).

Una tercera anotación hay que hacer, para señalar que el término “chapín” se utilizaba (a finales de la Colonia) como un término peyorativo. Entre los hacendados de la Nueva Guatemala, San Salvador y Nicaragua (especialmente León), se trataban despectivamente, y se denominaban “chapines”, “guanacos” y “nicas”. Para muchos salvadoreños, el término “guanaco” sigue siendo despectivo, mientras que los “nicas” no le dieron mucha importancia, porque más parecía una forma apocopada que un insulto.

Extrañamente (y Milla sí lo comenta en su texto), en la Nueva Guatemala se aceptó el término “chapín” como señal de identidad. Para los salvadoreños y nicaragüenses, la capital colonial era muy lujosa, pero estaban molestos porque tenían que recurrir a ella pare vender sus productos. Entonces la compararon con las chapinas, un tipo de zapato lujoso pero muy incómodo, hecho de madera de alcornoque.

Hay que señalar, también, que el término chapín solo designaba, entonces, al capitalino, especialmente al criollo. Por eso, debemos considerar incorrecto que se intente referir como chapines a todos los guatemaltecos, palabra que causa incomodidad en otras ciudades tradicionales, como los quetzaltecos o los antigüeños, por ejemplo. Incluso, entre los mismos capitalinos de hoy día hay reacciones adversas a ser considerados chapines.

Pero, volviendo a Milla, él supo identificar algunas características de ese chapín, es decir, del guatemalteco capitalino de clases medias y altas. Sin embargo, las pudo percibir solo hasta que estuvo en el extranjero y se comparó con otras costumbres. Cabe recordar que Milla era un capitalino de clase acomodada y de pasado colonial y de prestigio, por lo que él mismo debió identificarse con su descripción del chapín.

La palabra chapín sigue creando cierto escozor, y parece que solo es bien aceptada en ciertas clases sociales, y repudiada en otros sectores; debería ser criticable, por ejemplo, su uso en la publicidad. Sin embargo, el chapín del que se refería Milla aún no ha desaparecido. Me gustaría crear una versión actualizada del chapín, del que un día describió el también llamado Salomé Jil, para que se comprendiera desde otro punto de vista y de una mejor dimensión:

LÉXICO SINGULAR: El chapín verdadero es mal hablado. Sin embargo, cariñoso para hablar. Uniendo las dos características, es capaz de expresar su cariño con frases como “¿Qué putas, vos, cerote?” Los extranjeros que nos escuchan, que tenemos un cantadito muy particular para hablar, pero como somos copiones, se nos pega rápido cualquier acento, como el de los mexicanos o el jutiapaneco. Es capaz de ser muy correcto a la hora de hablar en público, pero cuando cree él que está hablando a solas con sus amistades cercanas, ¡ay Dios!, que trompa tan shuca para decir tanta mulada.

HIPERBÓLICO: El chapín verdadero es exageradísimo. Y sufridísimo. Uniendo estas dos características, hace que cualquier tragedia la exagera; una cortadita en el dedo, merecería que casi se lo amputen; una gripe merece ser tratada con el antibiótico más fuerte; estar cagón es suficiente motivo para no ir a trabajar o estudiar. Cualquier problema que atente contra su integridad física, merece que diga: “Casi me muero, por poquito no me ves de nuevo”.

MENTIROSO: El chapín verdadero se congratula en ser mentiroso o pajero, es decir, en desviar ligeramente la verdad, sin que ésta llegue a convertirse en una mentira. Además, no puede quedarse callado cuando escucha una historia de parte de otro. Para cualquier triste historia, el chapín verdadero siempre tiene una mejor (o peor, según el caso). Cuando escucha uno de esos relatos hiperbólicos, él siempre es capaz de duplicar (con palabras, no acciones) cualquier historia. Si uno cuenta que caminó 20 kilómetros en un día, dice: “Eso no es nada. Justo ayer yo caminé 50”. Si se comió 30 tacos, el chapín dice haber comido 60. Si por bobo lo estafaron cobrándole 2 mil quetzales, al chapín se lo babosearon más, cobrándole 5 mil. Y así, en una larga serie en la que duplica, cuando no triplica, cualquier historia.

CRITICÓN: El chapín verdadero siempre está dispuesto a la crítica, aunque siempre resalta que ésta es constructiva y hecha con cariño. Se empeña en ver la paja ajena y no le importa la viga en propia retina. De esa cuenta, cuando un trabajo está bien hecho, se empeña en buscarle los errorcitos, faltas de ortografía, o al menos una manchita, para burlarse y decir: “Lástima que arruinaste todo con esa palabrita. Lo demás está bien, pero, disculpá, no te lo podía dejar de decir,”. De esa cuenta, es incapaz de felicitar por un buen trabajo o reconocer que alguien hace algo mejor que él mismo.

FRIJOLERO: Para el buen chapín, no hay nada mejor que los frijoles hechos en casa. La comida francesa no es nada, comparado con el caldo de patas que hacía su mamá. Si pasa algunos meses en Europa, y sabe que otro chapín llegará por aquellos lares, le encarga, encarecidamente, una o dos libritas de frijoles, y, en último caso, una lata de frijoles, “no importa, peor es nada”, dice al recibirlos. Tiene por costumbre chuparse los dedos, sin usar servilleta, y cuando en algún restaurante le dan servilletas de papel, se las guarda por si más tarde necesita ir al baño. Si le dan servilleta de tela, le da mucha pena limpiarse, con tal de no hacer lavar después a los pobres meseros. Moja (o remoja) el pan en su café, rasgo heredado por generaciones, y cree que el loroco es el ingrediente que usan en el Cielo cuando es día de fiesta y hacen banquete.

BURLÓN: El chapín verdadero hace chiste de todo. Se le pudo caer la casa encima por el terremoto, pero rápidamente tiene en mente dos o tres chistes, reciclados del terremoto anterior, pero que seguramente nadie recuerda, y se ríen a carcajadas, como risa de cantina a la una de la mañana, como si fuera chiste nuevo. Los mismos chistes los escucha en los programas de sketchs mexicanos, pero no le da risa. Cree que Pepito, el de los chistes, es invención de Guatemala. Tiene por costumbre creer que en los velorios se cuentan los mejores chistes, y ciertamente lo es, pero a escondidas de la viuda o huérfana, porque el chapín, además, es muy respetuoso. Sus chistes son cíclicos y se repiten con cada período presidencial, sustituyendo el nombre por Ubico, Romeo Lucas, Alfonso Portillo o Pérez Molina, indistintamente.

INGENUO: El chapín verdadero es ingenuo. No lee las letras pequeñas de los contratos, porque le tiene buena fe, incluso a los abogados. Vota por el candidato presidencial que más le ofrezca, y no por el que cree más preparado. Es tan ingenuo que no es rencoroso. Le pueden hacer algo, que a la semana siguiente se lo pueden hacer de nuevo, como pedirle pisto (dinero), sin temor a que lo esté exigiendo. Además es dejado; si le advierten que si no hace sus trámites a tiempo, se lo va a llevar la tristeza. Sin embargo, llega el último día de plazo, y no lo ha hecho, pero siempre se beneficia porque las autoridades otorgan prórrogas eternas para hacerlo. También de acá viene su excesiva afición por apoyar a la Selección Nacional de Futbol, cuando sabe que nunca llegará a un Mundial.

TRABAJADOR: El chapín verdadero se dice que es trabajador, y ciertamente lo es. Sin embargo, lo es sólo cuando es necesario, cuando lo vigilan o porque necesita dinero para las medicinas de su mamá o para echarse los tragos. De lo contrario, si es posible, es haragán, prefiere descansar, y en vez de estar trabajando, opta papalotear. Cualquier cosa, menos trabajar, porque su religión no se lo permite.

COMUNICATIVO: El chapín verdadero es chismoso, pero a espaldas de todos. No le gusta hablar de frente, porque, en realidad, es muy pacífico. Y si es violento, de todos modos no le gusta hablar de frente. Puede estar sonriendo frente a alguien y tratarlo bien, pero cuando éste se va, empieza a pelarlo, es decir, a hablar cosas de él, a veces inventadas o exageradas.

HABITUAL: El chapín verdadero no le gustan los cambios. No le gusta cambiar sus horas de comidas o de dormir. Ni las paradas del trasporte público; ni que haya cambios por la hora de verano; ni nada de nada. Por él, todo podría estar igual que hace 200 años, como en los añorados tiempos coloniales.

Obviamente, no todos los guatemaltecos son chapines, pero en términos generales a veces tenemos algunos de estos rasgos, y por más que luchemos por evadirlos, la tierra donde sembramos el ombligo siempre nos llama. La cabra siempre tira pa’l monte.

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