La semana pasada, el sábado 4 de
agosto, José Milla habría cumplido 190 años de nacido; el septiembre próximo
también estará cumpliendo 130 años de fallecido.
Pepe Milla es una de las figuras
fundantes de la literatura guatemalteca. Nacido cuando ni siquiera se había
cumplido un año de la independencia centroamericana, creció junto con las
recién formadas provincias del istmo. Su padre fungió como Vicejefe de Honduras
en el primer gobierno de ese Estado, cuando Centroamérica estaba unida bajo la
figura de la Federación.
Su padre, José Justo Milla, un
hombre de armas, participó activamente en las batallas de reacomodo del poder
tras la independencia; tras renunciar como Vicejefe, se alineó a las órdenes de
Manuel José Arce, entonces Presidente de la Federación, para derrocar al Jefe
Hondureño, Dionisio de Herrera.
Ese mismo año, Francisco Morazán
emprendía su propia empresa para que el Partido Liberal retomara el poder. En
septiembre de 1827, Morazán ingresa triunfante a Honduras y Justo Milla regresa
a Guatemala, donde permanecía su hijo, quien tenía cinco años. Dos años
después, Morazán (ya convertido en Presidente de la Federación) encarceló a su
padre y posteriormente lo envió al exilio, a México, donde moriría en 1838.
Para esa fecha, José Milla estaba
cumpliendo sus 16 años y estaba próximo a ingresar a la Facultad de Derecho de
la denominada entonces Universidad de San Carlos de Borromeo. Sus motivaciones
eran la escritura y la historia, oficios a los que finalmente se dedicó.
Para cuando Rafael Carrera toma
su primer período de Gobierno, Milla ya era un profesional, listo para sus
primeros retos laborales. La situación política, para entonces, aún era
convulsa, y las ideologías cambiaban de un instante a otro, no por
convicciones, sino por intereses. Entonces Milla, que tras salir de la
universidad se consideraba un liberal convencido, criticó en sus inicios a
Carrera, que fue llevado por los Conservadores. Sin embargo, pronto Milla se
cambiaría al bando conservador, no solo porque era una ideología más
consecuente con el pasado colonial de su familia, sino por conveniencia, ya que
empezó a tomar empleos del sector público.
Su camaleonismo político será una
constante en su vida. Incluso, tras el ingreso de los liberales al poder
(1871), se acercaría a ellos, tras un corto período en los criticó. Milla fue el
primer guatemalteco en plantearse una carrera como escritor profesional, a
tiempo completo. Para ello necesitaba estar cercano al poder dominante, por lo
que sus posturas ideológicas cambiarían según sus intereses.
NOVELISTA
La carrera como escritor para
Pepe Milla inició tardíamente. En primer lugar, en 1862, con 40 años, publicó la
leyenda Don Bonifacio, con la Imprenta de la Concordia C. de Guadalupe. Para
entonces, Milla muy probablemente había leído novelas históricas, que por
entonces se ponía muy de moda en Latinoamérica. El Romanticismo empezaba a
desplazar al neoclasicismo como estética literaria. Como la tendencia más
importante se encontraba la novela histórica, lo cual daba lugar para historias
de ambientes lúgubres, con personajes de oscuro pasado, y que, además de la
veracidad histórica, se pudiera mezclar el amor y las controversias
políticas.
Para Milla, para esa época
alineado al Partido Conservador, sirvió de motivo para reforzar la ideología
dominante, que básicamente propugnaba continuar con las estructuras coloniales,
solo que en control de los criollos, desplazando a los peninsulares.
“Don Bonifacio” fue un primer
intento, aunque sin que ejerciera mucha habilidad creadora, puesto que se
concentró en contar una leyenda antigua, que por entonces ya estaba olvidada y
que Milla se congratulaba en retomarla.
Cuatro años después, Milla
explota en su producción, y en tres años seguidos publica sendas novelas
históricas. La hija del Adelantado (Imprenta de la Paz: C. de Guadalupe, 1866), Los nazarenos (Goubaud, 1867), y El visitador (Imprenta de la paz, 1868)
Pese a su madurez personal, estas
novelas aún presentan algunas inconsistencias en cuanto al estilo,
especialmente la primera, La hija del Adelantado, una novela que alude a la
historia de Doña Leonor de Alvarado, hija de don Pedro de Alvarado. Sin
embargo, la trama da igual importancia al Conquistador español, a su esposa,
Doña Beatriz de la Cueva, y a don Pedro de Portocarrero, por lo que el título no
ofrece exclusivamente la historia de doña Leonor; de hecho, quizá ni siquiera
sea la historia más importante.
Sin embargo, desde ya se observan
sus rasgos, como el saber contar una historia con una prosa muy agradable;
ambientada en la Colonia; difíciles relaciones amorosas; conflictos de poder,
y, sobre todo, personajes con pasado oscuro y/o con sangre indígena (como doña
Leonor).
CAMBIO
Pepe Milla parecía tener una
posición cómoda con el régimen conservador. Sin embargo, con la entrada de los
liberales al poder (1871), hubo un profundo cambio social en Guatemala. Sin
embargo, a Milla parece no haberle afectado, pues su posición social se mantuvo
más o menos igual.
Inicialmente, criticó a los
liberales (así como criticó a Carrera, en el inicio de su gobierno). Tras un
viaje por Estados Unidos y Europa, regresa y se acomoda de nuevo.
Por esa época, Milla viaja a
Estados Unidos y Europa (especialmente Londres y París), de donde obtiene las
experiencias para su nueva novela Un viaje al otro mundo, pasando por otras
partes, publicado finalmente en forma completa en 1875 (Imprenta de la Paz),
aunque lo había hecho ya por entregas entre 1871 y 1875.
Para entonces, Milla estaba
dejando la novela histórica, y se enfocaba más en el cuadro de costumbres, otra
tendencia del romanticismo tardío, del cual quizá conoció en España
(especialmente de Mariano José de Larra).
Durante el régimen conservador,
las novelas históricas coincidían con el ideario político, puesto que se quería
despertar un orgullo por un pasado colonial. Mientras que los liberales
intentaban reescribir la historia, resaltando los valores que a ellos les
interesaba.
Por ejemplo, el mismo gobierno de
Justo Rufino Barrios encargó a Milla escribir una historia centroamericana, la
cual hizo con adaptaciones desde la visión liberal, y que entregó y publicó
finalmente en 1879.
En Un viaje al otro mundo…,
Milla introduce a su personaje Juan Chapín, con el cual empieza a configurar
una especie de identidad nacional.
Sus posteriores obras serán del
estilo de esta novela. Memorias de un abogado (Imprenta de la paz, 1876) y El
esclavo de don Dinero, Don Bonifacio (Goubaud, 1881), completada por una
última novela, quizá la más famosa de su bibliografía. En Historia de un pepe
(Goubaud, 1882), vuelve a ambientar su historia en la época colonial, solo que
ya cercana a la Independencia. Pese a ello, Milla omite detalles certeros de
tipo histórico, y se mantiene con la historia, que siempre tiene conflictos
amorosos y personajes de pasado oscuro.
Asimismo, recopiló sus cuadros de
costumbres, artículos que aparecían originalmente en periódicos. El canastro
del sastre (1864) fue el primero,
seguido de El libro sin nombre (1870), pero son más valiosos y picantes sus Cuadros de costumbres (1882), en el cual aparecen sus textos más famosos.
En sus últimos años de vida,
Milla disfrutó del prestigio literario. Fue la figura principal en las
tertulias de la época, reuniones en las cuales se definía qué era literatura.
Para poder publicar (en periódicos o en imprenta) se requería acercarse a estas
reuniones, y tener el aval de los escritores fundamentales, entre ellos Milla.
Para la última década del siglo XIX, surge un nuevo escritor irreverente, que llamó
la atención en Guatemala por sus críticas a Milla; se trataba del joven Enrique
Gómez Carrillo, iniciando una nueva época en la literatura guatemalteca,
poniendo fin al romanticismo y al costumbrismo, y abriendo las puertas al
modernismo, tendencias que ya se consideran del siglo XX.
EL CHAPÍN DE AYER Y DE HOY
Pepe
Milla realiza un viaje (1871-1874) por Estados Unidos y Europa, permaneciendo
buena parte del tiempo en París; ello le serviría para ver desde lejos a su
patria y entonces reconocer al “chapín” que él supo describir.
Cabe
resaltar tres anotaciones. La primera es que cuando Milla elabora su texto
sobre el “chapín”, recién había ingresado el régimen liberal al poder, por lo
que este texto debe considerarse como una crítica (aún no se había alineado a
ellos). Es por ello que ante la intención de los liberales de introducir el
café, Milla opina, dentro del texto, que considera que jamás el “chapín”
cambiaría el chocolate caliente por el té o el café, en una queja contra el
cambio social que se producía en torno a esta última bebida y su producción en
el país.
La
segunda anotación es que Milla dice que se apura a describir al “chapín
verdadero”, porque éste está desapareciendo. En el contexto liberal, el
escritor estaba considerando que con el cambio social que produciría el nuevo
gobierno, se perderían muchas costumbres y, en consecuencia, la esencia del
chapín. Es decir, que lo escribe como una especie de reacción. Sin embargo, tanto
en su observación sobre el café como en la de la desaparición del “chapín”,
Milla se equivocó, porque la mayoría de las costumbres que él describió no han
desaparecido, y hoy día el café es la bebida cotidiana en las mesas
guatemaltecas (aunque el chocolate se siga consumiendo, sobre todo en días de
fiesta).
Una
tercera anotación hay que hacer, para señalar que el término “chapín” se
utilizaba (a finales de la Colonia) como un término peyorativo. Entre los
hacendados de la Nueva Guatemala, San Salvador y Nicaragua (especialmente
León), se trataban despectivamente, y se denominaban “chapines”, “guanacos” y
“nicas”. Para muchos salvadoreños, el término “guanaco” sigue siendo
despectivo, mientras que los “nicas” no le dieron mucha importancia, porque más
parecía una forma apocopada que un insulto.
Extrañamente
(y Milla sí lo comenta en su texto), en la Nueva Guatemala se aceptó el término
“chapín” como señal de identidad. Para los salvadoreños y nicaragüenses, la
capital colonial era muy lujosa, pero estaban molestos porque tenían que
recurrir a ella pare vender sus productos. Entonces la compararon con las
chapinas, un tipo de zapato lujoso pero muy incómodo, hecho de madera de
alcornoque.
Hay
que señalar, también, que el término chapín solo designaba, entonces, al
capitalino, especialmente al criollo. Por eso, debemos considerar incorrecto
que se intente referir como chapines a todos los guatemaltecos, palabra que
causa incomodidad en otras ciudades tradicionales, como los quetzaltecos o los
antigüeños, por ejemplo. Incluso, entre los mismos capitalinos de hoy día hay
reacciones adversas a ser considerados chapines.
Pero,
volviendo a Milla, él supo identificar algunas características de ese chapín,
es decir, del guatemalteco capitalino de clases medias y altas. Sin embargo,
las pudo percibir solo hasta que estuvo en el extranjero y se comparó con otras
costumbres. Cabe recordar que Milla era un capitalino de clase acomodada y de
pasado colonial y de prestigio, por lo que él mismo debió identificarse con su descripción
del chapín.
La
palabra chapín sigue creando cierto escozor, y parece que solo es bien aceptada
en ciertas clases sociales, y repudiada en otros sectores; debería ser
criticable, por ejemplo, su uso en la publicidad. Sin embargo, el chapín del que
se refería Milla aún no ha desaparecido. Me gustaría crear una versión
actualizada del chapín, del que un día describió el también llamado Salomé Jil,
para que se comprendiera desde otro punto de vista y de una mejor dimensión:
LÉXICO
SINGULAR: El chapín verdadero es mal hablado. Sin embargo, cariñoso para
hablar. Uniendo las dos características, es capaz de expresar su cariño con
frases como “¿Qué putas, vos, cerote?” Los extranjeros que nos escuchan, que
tenemos un cantadito muy particular para hablar, pero como somos copiones, se
nos pega rápido cualquier acento, como el de los mexicanos o el jutiapaneco. Es
capaz de ser muy correcto a la hora de hablar en público, pero cuando cree él
que está hablando a solas con sus amistades cercanas, ¡ay Dios!, que trompa tan
shuca para decir tanta mulada.
HIPERBÓLICO:
El chapín verdadero es exageradísimo. Y sufridísimo. Uniendo estas dos
características, hace que cualquier tragedia la exagera; una cortadita en el
dedo, merecería que casi se lo amputen; una gripe merece ser tratada con el
antibiótico más fuerte; estar cagón es suficiente motivo para no ir a trabajar
o estudiar. Cualquier problema que atente contra su integridad física, merece
que diga: “Casi me muero, por poquito no me ves de nuevo”.
MENTIROSO:
El chapín verdadero se congratula en ser mentiroso o pajero, es decir, en
desviar ligeramente la verdad, sin que ésta llegue a convertirse en una
mentira. Además, no puede quedarse callado cuando escucha una historia de parte
de otro. Para cualquier triste historia, el chapín verdadero siempre tiene una
mejor (o peor, según el caso). Cuando escucha uno de esos relatos hiperbólicos,
él siempre es capaz de duplicar (con palabras, no acciones) cualquier historia.
Si uno cuenta que caminó 20 kilómetros en un día, dice: “Eso no es nada. Justo
ayer yo caminé 50”. Si se comió 30 tacos, el chapín dice haber comido 60. Si
por bobo lo estafaron cobrándole 2 mil quetzales, al chapín se lo babosearon
más, cobrándole 5 mil. Y así, en una larga serie en la que duplica, cuando no
triplica, cualquier historia.
CRITICÓN:
El chapín verdadero siempre está dispuesto a la crítica, aunque siempre resalta
que ésta es constructiva y hecha con cariño. Se empeña en ver la paja ajena y
no le importa la viga en propia retina. De esa cuenta, cuando un trabajo está
bien hecho, se empeña en buscarle los errorcitos, faltas de ortografía, o al
menos una manchita, para burlarse y decir: “Lástima que arruinaste todo con esa
palabrita. Lo demás está bien, pero, disculpá, no te lo podía dejar de decir,”.
De esa cuenta, es incapaz de felicitar por un buen trabajo o reconocer que
alguien hace algo mejor que él mismo.
FRIJOLERO:
Para el buen chapín, no hay nada mejor que los frijoles hechos en casa. La
comida francesa no es nada, comparado con el caldo de patas que hacía su mamá.
Si pasa algunos meses en Europa, y sabe que otro chapín llegará por aquellos
lares, le encarga, encarecidamente, una o dos libritas de frijoles, y, en
último caso, una lata de frijoles, “no importa, peor es nada”, dice al recibirlos.
Tiene por costumbre chuparse los dedos, sin usar servilleta, y cuando en algún
restaurante le dan servilletas de papel, se las guarda por si más tarde
necesita ir al baño. Si le dan servilleta de tela, le da mucha pena limpiarse,
con tal de no hacer lavar después a los pobres meseros. Moja (o remoja) el pan
en su café, rasgo heredado por generaciones, y cree que el loroco es el
ingrediente que usan en el Cielo cuando es día de fiesta y hacen banquete.
BURLÓN:
El chapín verdadero hace chiste de todo. Se le pudo caer la casa encima por el
terremoto, pero rápidamente tiene en mente dos o tres chistes, reciclados del
terremoto anterior, pero que seguramente nadie recuerda, y se ríen a
carcajadas, como risa de cantina a la una de la mañana, como si fuera chiste
nuevo. Los mismos chistes los escucha en los programas de sketchs mexicanos,
pero no le da risa. Cree que Pepito, el de los chistes, es invención de
Guatemala. Tiene por costumbre creer que en los velorios se cuentan los mejores
chistes, y ciertamente lo es, pero a escondidas de la viuda o huérfana, porque
el chapín, además, es muy respetuoso. Sus chistes son cíclicos y se repiten con
cada período presidencial, sustituyendo el nombre por Ubico, Romeo Lucas,
Alfonso Portillo o Pérez Molina, indistintamente.
INGENUO:
El chapín verdadero es ingenuo. No lee las letras pequeñas de los contratos,
porque le tiene buena fe, incluso a los abogados. Vota por el candidato
presidencial que más le ofrezca, y no por el que cree más preparado. Es tan
ingenuo que no es rencoroso. Le pueden hacer algo, que a la semana siguiente se
lo pueden hacer de nuevo, como pedirle pisto (dinero), sin temor a que lo esté
exigiendo. Además es dejado; si le advierten que si no hace sus trámites a tiempo,
se lo va a llevar la tristeza. Sin embargo, llega el último día de plazo, y no
lo ha hecho, pero siempre se beneficia porque las autoridades otorgan prórrogas
eternas para hacerlo. También de acá viene su excesiva afición por apoyar a la
Selección Nacional de Futbol, cuando sabe que nunca llegará a un Mundial.
TRABAJADOR:
El chapín verdadero se dice que es trabajador, y ciertamente lo es. Sin
embargo, lo es sólo cuando es necesario, cuando lo vigilan o porque necesita
dinero para las medicinas de su mamá o para echarse los tragos. De lo
contrario, si es posible, es haragán, prefiere descansar, y en vez de estar
trabajando, opta papalotear. Cualquier cosa, menos trabajar, porque su religión
no se lo permite.
COMUNICATIVO:
El chapín verdadero es chismoso, pero a espaldas de todos. No le gusta hablar
de frente, porque, en realidad, es muy pacífico. Y si es violento, de todos
modos no le gusta hablar de frente. Puede estar sonriendo frente a alguien y
tratarlo bien, pero cuando éste se va, empieza a pelarlo, es decir, a hablar cosas
de él, a veces inventadas o exageradas.
HABITUAL:
El chapín verdadero no le gustan los cambios. No le gusta cambiar sus horas de
comidas o de dormir. Ni las paradas del trasporte público; ni que haya cambios
por la hora de verano; ni nada de nada. Por él, todo podría estar igual que
hace 200 años, como en los añorados tiempos coloniales.
Obviamente,
no todos los guatemaltecos son chapines, pero en términos generales a veces
tenemos algunos de estos rasgos, y por más que luchemos por evadirlos, la
tierra donde sembramos el ombligo siempre nos llama. La cabra siempre tira pa’l
monte.
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