El científico Sugar Watters (que se desempeña en el área de
la Química específicamente) mereció cierto tipo de reconocimiento después de
patentar su fórmula del Agua Azucarada. Quizá él no la descubrió, pero sí quedó
registrado en ser el primero en darla a conocer públicamente. Pese a su logro,
según testificó él mismo en entrevista exclusiva mostrando estados de cuentas
bancarias en la mano, seguía sin recibir ningún tipo de regalías por su
patente. Peor aún, cientos de millones de personas en el mundo utilizan su
fórmula, sin reconocerle, siquiera, su aporte.
Sugar Watters muestra cómo realizar su fórmula. |
Conoció, por fuentes que ahora no es importante mencionar,
que en Guatemala muchos analistas políticos e, incluso, políticos, se hacían
pasar como los inventores del Agua Azucarada. Entonces, el señor Watters se
vino para el país, para ver si lograba algún tipo de regalías.
Usted ya sabe cómo terminó este viaje, no queremos descubrir
el agua azucarada; ciertamente, Sugar no logró nada. Observó que ciertas
patentes de su invento estaban firmadas con rúbricas más parecidas a garabatos
de niños, y era imposible ubicar el nombre, como si un diputado quisiera firmar
su oposición a cualquier ley de transparencia.
Para no hacer más larga esta historia, que en realidad es
muy corta, el doctor Watters se vio varado en Guatemala; había confiado en
conseguir regalías y con ese dinero volver a su país de origen. Se vio obligado
a buscar empleo, pero como químico no encontró nada. Se le ocurrió eliminar su
título de Doctor en Química Dulce de su currículum, y exponer, únicamente, que
era el Inventor del Agua Azucarada como experiencia laboral.
Como por arte de magia, le empezaron a llover ofertas de
trabajo. Desde asesor presidencial en materia constitucional hasta analista
político de un think tank que nadie conocía; también como profesor
universitario, columnista de opinión en medios de comunicación, narrador de
partidos de futbol, vocero de un Ministerio del Ejecutivo, publicista, e,
incluso, decenas de partidos políticos le ofrecieron puesto como candidato a diputado
y, en caso de que no ganara las elecciones, como asesor de un candidato que sí
hubiese sido electo.
La fama y gloria que le fue negada en otras latitudes, las
encontró en este país. No necesitó ensuciarse las manos para acercarse a grupos
oscuros, como algunos partidos políticos y algunos medios de comunicación,
porque era evidente que manejaban intereses particulares ajenos a los de las
mayorías. “Volviste a inventar el agua azucarada”, le dijo un amigo cuando
Sugar Watters exponía este análisis sobre la corrupción.
Entonces, se tomó muy en serio su trabajo como analista
político independiente; empezó a ser citado en medios de comunicación e
invitado a foros sobre cualquier tema. Se volvió experto en dar soluciones
obvias para todo lo que ocurría en el país.
Sus respuestas eran pragmáticas. –En su análisis, ¿por qué
no se ha aprobado la Ley Anticorrupción? –Porque no hay voluntad política-
decía sin despeinarse. -¿Por qué no hubo transparencia en el contrato de
usufructo de la Portuaria Quetzal? –Porque seguramente tienen algo que ocultar-
refería como decir las cosas del diente al labio. -¿Por qué no funcionan los
bloqueadores de señal de celular en la cárcel? –Porque hay intereses para que
sigan las extorsiones- decía con excesiva lucidez. -¿Por qué no avanza la
justicia en el país? –Porque los sectores poderosos no quieren caer en las
garras de la justicia- explicaba con cierta dulzura. -¿Por qué la Policía no es
capaz de combatir el crimen? –Porque hay ciertos negocios que dependen del
clima de inseguridad y violencia- decía en su análisis que caía como balde de
agua (azucarada) fría. -¿Por qué perdió la Selección Nacional de Futbol?
–Porque alguien amañó el partido.
Sugar Watters se volvió un fenómeno. Tenía el análisis
exacto, las palabras justas para todo. Y así siguió por unos cuantos años,
dando su visión clara de las cosas. O sea, si dependiera de él, hubiera
cambiado al país en un dos por tres. La realidad, para él, era tan clara como
el agua.
Pero, tras varios años de decir la verdad sin tapujos, la
gente empezó a dudar de sus certeros análisis. “Ve, pues, inventó el agua
azucarada, otra vez”, lo criticaba la gente, por su visión tan simplista. Poco
a poco Sugar Watters perdía el respeto, hasta que finalmente se sintió que
estaba arando en el mar, y el problema es que a él no le gustaba el agua
salada, sino dulce.
“Agua que no has de beber, déjala correr”, tituló su último
análisis político publicado en una revista semanal sobre realidad nacional, en
el cual exponía su última visión sobre los asuntos públicos guatemaltecos, al
mismo tiempo que se despedía del país para volver a su ciudad natal. “Si la
gente sabe qué es lo que está mal, pero la gente no hace nada, entonces la
culpa es de la gente por no irse a plantar al Congreso, al Palacio Nacional y a
los Tribunales a exigir que esto cambie de una vez por todas”, concluyó en su
análisis. Había vuelto a inventar el agua azucarada, pero ya nadie le hacía
caso.
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