El 29 de diciembre de 1996, las campanas de la Catedral
sonaban jubilosas, celebrando la llegada de la Firma de la Paz. Centenares de
personas se congregaron en la Plaza de la Constitución para observar la
histórica rúbrica. El general Otto Pérez Molina, hoy presidente, estampaba su
nombre en el documento, al igual que los cuatro comandantes de la insurgencia
(hoy día, dos ya fallecieron). Sin embargo, la paz no llegó, solo la firma; la
guerra terminó, pero no la violencia y mucho menos se puso fin al odio.
Desde enero de ese año, el recién estrenado gobierno de
Álvaro Arzú priorizó la Firma de la Paz, como paso necesario para el desarrollo
del país. Y tenía razón. El problema es que se concibió la necesidad de “paz” solo
como un paso necesario para atraer la inversión extranjera, pero no como
proceso para resolver los conflictos históricos.
Lo sucedido a inicios del mes en Totonicapán (y las batallas
ideológicas posteriores) ejemplifica muy bien que todavía vivimos en guerra,
pese a que se firmó la paz. El proceso de posguerra nunca se llevó a cabo, es
decir, la reconciliación y la resolución de conflictos. Los Acuerdos de Paz
fueron simplemente documentos que se firmaron para taparle el ojo al macho,
para babosearse a la comunidad internacional sobre que hay compromisos
establecidos. Por algunos años, los guatemaltecos creímos que los Acuerdos de
Paz serían una hoja de ruta para construir un país mejor, pero hoy día ya nadie
cree en ellos.
Y lo peor es que la conflictividad social permanece igual;
estamos igual que hace 16 años, cuando se firmó la paz. Es más, estamos igual
que hace 52 años, cuando fue el levantamiento del 13 de noviembre; igual que
hace 68 años, cuando se derrocó a Ubico; incluso, los cantones de Totonicapán
podrían decir que siguen con los mismos problemas que hace 192 años, cuando
Atanasio Tzul quiso reivindicar los derechos indígenas.
Y más que resolver los conflictos, la realidad es que la
guerra continúa. Quizá se tardó unos quince años para encontrar un campo de
batalla. Con la llega de Claudia Paz y Paz al Ministerio Público, los sectores
ultraconservadores la han identificado con las causas de la izquierda
insurgentes, y han puesto el grito en el cielo, creyendo que la lucha sigue. Y,
para ser justos, también hay sectores de izquierda que consideran al MP como
estrategia de guerra.
Anteriormente, los antiguos grupos liberacionistas (hoy día
con su nombre evolucionado a libertarios) no tuvieron problemas porque tenían
sus posiciones de guerra bien ocupados en el sistema de justicia, con fiscales,
jueces y magistrados que solo atendían demandas de la derecha. Pero ahora es
diferente, con una Fiscal General y un grupo de fiscales que atienden demandas
de todos los sectores.
Además, se persiste en la batalla ideológica, que se ha
desarrollado especialmente en los medios de comunicación, aunque algunos medios
casi siempre han dado voz exclusivamente a la derecha conservadora.
Pero esto no se trata de una batalla ideológica. No se trata
para ver quién gana. Se trata de que, por fin, nos pongamos a trabajar en el
proceso de posguerra.
Los conflictos persisten y ya no es el tiempo de defender
las trincheras. Si no resolvemos los conflictos históricos, en algunos días,
meses o años, surgirá otro suceso similar a los de la Cumbre de Alaska.
Peligrosamente, se está ideologizando al sector justicia en
Guatemala, como lo intentó hacer ayer un matutino al señalar, maliciosamente,
que el MP pidió antejuicio contra el Presidente. Me parece que eso precisamente
lo que hay que evitar, seguir confrontándonos, solo que en terreno de los
Tribunales de Justicia.
Y muy a pesar de ello, me parece que la justicia
desideologizada es el único camino para buscar la paz. Afortunadamente, algunos
delitos de la guerra ya están siendo procesados. Aunque la mayoría de los
responsables seguramente morirán antes de ser condenados, o bien serán
condenados levemente, las nuevas generaciones crecen en este ambiente de
búsqueda de justicia.
Los jueces, magistrados y fiscales de hoy día aún están bajo
la influencia de ese terrible Estado anticomunista y contrainsurgente, y se
moldearon bajo ese sistema, radicalizándose, escondiéndose en su trinchera que
más le ofrecía protección a sus vidas.
Ojalá que la generación de juristas que se forma ahora o que
ya ocupa puestos públicos, no se tomen los puestos de justicia como trinchera,
sino para procurar verdadera justicia. Ojalá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario