Triple autorretrato de Norma Rockwell. |
Cuando Odiseo
finalmente se libera de Calipso, ya habían pasado veinte años desde que salió
de Ítaca. Sin duda que tras diez años de guerra, y diez años intentando
regresar a casa, el héroe griego habría tenido serias dudas sobre su identidad.
Calipso lo
había retenido por siete años y como había pasado con otros héroes, los dioses
la estaban obligando a dejarlo marchar. Bajo su protección, Odiseo todavía es
sometido a su última tentación, cuando Calipso le ofrece la inmortalidad a
cambio de quedarse con ella. Pero como sabemos, no accede, construye una balsa
y se va, para terminar naufragando por última vez en Esqueria, la isla de los
Feacios.
El rey de
la isla, Alcínoo, y su hermosa hija Nausica, no saben la identidad del
náufrago. Lo llevan a la corte, en donde ofrecen un banquete en honor de
Odiseo, quien aún no ha revelado su nombre. Como parte de la fiesta, Demódoco
empieza a cantar la gesta de la Guerra de Troya, que culminó gracias a la
estrategia de Odiseo de ofrecer el famoso caballo, y destruir Ilión. El astuto
héroe griego empieza a llorar al escuchar el relato del cual él mismo es el
protagonista.
Debió de
haber sido una gran conmoción el escuchar la historia en la que él era el
protagonista, como verse a un espejo luego de mucho tiempo de no hacerlo, y ver
una imagen que no corresponde a lo que se creía. Odiseo, para entonces, se
habría sentido derrotado tras diez años de constantes naufragios; incluso,
debió de haber dudado que él aún conservaba su lugar como Rey de Ítaca, y hasta
debió de haber dudado de la fidelidad de Penélope; todo ello comprensible,
luego de haber vagado por una década, lo que haría creer que ya nadie se
acordaba de él.
Decía,
pues, que Odiseo para ese momento debió sentirse avergonzado, sobre todo porque
él aún no se había presentado con sus credenciales de héroe y rey, sino que aún
conservaba su imagen de marinero náufrago y desconocido. Tras ser sorprendido
con el relato en el cual debió verse como un espejo, Odiseo no tuvo más opción
que presentarse y contar todo lo sucedido desde que salió de Troya hasta que
llegó a las costas de Esqueria.
Me llama la
atención es sensación que habría tenido Odiseo, al escucharse como parte de un heroico
relato, del cual ya no se sentía identificado. O al menos, le sorprendía
identificarse de nuevo, como ya no se recordaba. Fue necesario volver atrás,
rememorar su historia, para reencontrar ese hombre que antes fue.
Borges, en
su ensayo “Magias parciales del Quijote”, recuerda otras historias en que
ocurre este mismo efecto. Por ejemplo, recuerda que en Don Quijote de la Mancha, en la segunda parte, todos los personajes
habían leído la primera parte (escrita diez años antes), y que reconocían al
Caballero de la Triste Figura por la descripción del libro. Borges analizaba
que con esto Cervantes hacía que todos los que habían leído la primera parte,
se convertían prácticamente en personajes de la segunda parte, y que nos
invitaba a reconocernos dentro de la historia (y no fuera de ella), tal y como
le pasó a Odiseo, que de ser personaje sufrió por un golpe de conciencia al
verse como espectador.
Otro
ejemplo bastante claro que ofrece Borges es el de Hamlet, cuando el Príncipe de
Dinamarca hace representar sobre el escenario la historia de la muerte de un
rey; cuando Claudio, su tío y vigente monarca, ve la escena, se vio a sí mismo
y dio por sentado que su sobrino sabía la verdad, sobre que él había asesinado
a su hermano, para quedarse con el trono.
En Mil y una noches, dice Borges, también
ocurre lo mismo, puesto que en la noche número 92, Scheherezade le cuenta al
Rey una historia sobre un rey que cada noche se desposa con una virgen para
decapitarla al amanecer, es decir, le cuenta su propia historia.
El escritor
argentino advierte sobre otros fenómenos en que estamos invitados a vernos a
nosotros mismos, como le pasó a Odiseo, o Hamlet. Por ejemplo, con un mapa en
relieve gigante, el cual estaríamos viendo la ubicación en que estamos parados
en ese momento, en el cual (en caso de ser perfecto) debería haber una
representación nuestra en la que nos podamos ver representados, viendo un mapa,
más pequeño aún, en el cual haya una representación de nosotros mismos, viendo
un mapa el cual debería haber otra
representación nuestra, cada vez más pequeña, en ciclos infinitos
interminables.
Sorprendentemente, Borges no menciona a Odiseo en esa reflexión.
Borges
concluye que la fascinación de este juego de espejos, en que nos reconocemos
por estímulos externos, no es más que el juego de un gran libro de Historia, en
el cual está relatada la historia de la humanidad, escrita (sin tener la
conciencia de ello) por la misma Humanidad. Juegos que, por cierto, gustaban
mucho de Borges, y con los cuales lo acusaron falsamente de estar enamorado del
infinito, cuando en realidad sus reflexiones se mostraban muy humanas; el
mensaje original de Borges no era reflexionar sobre el infinito, sino en la
identidad humana.
Todo esto
me lleva a recordar las teorías de Jacques Lacan, en el que acertadamente
propone, a través de su Fase del Espejo, que nosotros no llegamos a conocernos
internamente, sino por estímulos externos. Es decir, que nosotros aprendemos a
vernos a través de un espejo, y que a lo largo de nuestra vida seguimos
conociéndonos viéndonos desde fuera hacia dentro; usualmente, nos conocemos por
lo que la gente dice de nosotros, y no por lo que nosotros creemos sobre
nosotros.
En la
mayoría de las veces, esta opinión externa choca con la imagen que tenemos de
nosotros mismos; por ejemplo, el Odiseo que se veía fracasado como náufrago, y
se reconoció en el héroe griego de la historia del triunfo en Troya. Esta
opinión externa nos puede provocar un choque en nuestra percepción, ya sea
porque creemos tener una imagen positiva, pero la opinión pública dice lo
contrario, o viceversa, aunque en el primer caso el impacto es peor.
A lo que
voy es que en la mayoría de los casos, hemos aprendido a reconocernos a través
de estímulos externos, por lo que dicen y opinan de nosotros, pero no somos
capaces de vernos y reconocernos nosotros mismos.
Obviamente,
en ambas percepciones (externa e interna), la imagen puede ser falsa. Sin
embargo, requiere mucha madurez el aprender a verse a sí mismo y reconocerse, y
pulir esa imagen propia según lo que la gente opina de nosotros.
2 comentarios:
Lo dijo bien San Fito:
si uno se mirase desde afuera sin piedad...
sin llorar, sin bondad
sin jamás dejarse engañar
sin hablar, sin pensar
sin tocar las flores del mal...
Lo dijo bien San Fito:
si uno se mirase desde afuera sin piedad.
sin llorar, sin bondad
sin jamás dejarse engañar
sin hablar, sin pensar
sin tocar las flores del mal..
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