El ambiente
apesta, irremediablemente, a cheque,
y los
cobradores lo saben.
El trabajador
recibe con angustia el pago;
ya no es ni
siquiera puede estar contento por unos minutos
sabiéndose
que su billetera rompió la dieta
que hizo
por casi un mes.
Al terminar
su labor, el trabajador se irá,
irremediablemente,
rumbo al
banco para sacar su salario.
Si tiene
suerte, lo atenderán hoy mismo,
luego de
sortear una eterna cola.
Todos
sufren por lo mismo en la fila,
pero nadie
se compadece por el de adelante,
o por el de
atrás.
Solamente
alcanza para estar pendiente
de que un
cajero se apure y se desocupe
para pasar
a recoger un sueldo que
lejos de
alegrar, acongoja.
Así, los
dueños del mundo nos tienen atados;
ellos
pagando para que,
irremediablemente,
de
inmediato se los devolvamos
en forma de
préstamos, alquileres y deudas por cobrar.
La única
diferencia es que por algunos segundos
nos
sentimos dueños de nuestro salario.
El ambiente
apesta, irremediablemente, a cheque.
Y los
dueños del mundo lo saben.
Se enojan
un poco al pagar,
para que no
sospechemos.
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